En los últimos años, las series de televisión se han posicionado como una de las formas predilectas de entretenimiento. Antes los programas se veían, pero haber añadido la noción de “serie”, de contenido hilado, de historia que se desarrolla y que tiene coherencia interna más allá de la mera incidencia, ha cambiado algunas de las prácticas asociadas a ver televisión. Que ahora, por ejemplo, Netflix ofrezca todos los capítulos de una serie desde su lanzamiento es algo que hace 20 años hubiera sido impensable, impracticable (por las condiciones de la emisión) pero quizá incluso inadmisible. Con todo, para nosotros no es del todo extraño pasar un día entero entregado al gusto sedentario y maratónico de mirar todos los capítulos de una serie en una sola sentada.
¿Qué hay detrás de esto? ¿Es sólo gusto por la historia? ¿Las series poseen características narrativas especiales que nos cautivan y nos enganchan? En la neurociencia contemporánea se han realizado estudios para analizar el funcionamiento de nuestro cerebro durante el momento en que miramos alguno de dichos programas, en búsqueda de los mecanismos que nos hacen seguir un episodio tras con otro con evidente sed de más.
Paul Zak, por ejemplo, neuroeconomista de la Claremont Graduate University, tomó el concepto de “empatía” para preguntarse por su función dentro de aquel fenómeno. En su estudio, expuso a algunos voluntarios al video de un joven diagnosticado con cáncer terminal que a pesar de esto se mostraba feliz en la grabación; en contraste, el padre del muchacho lucía abatido, por más que se esforzaba por compartir la alegría del hijo.
Después de ver el video, Zak y su equipo registraron las reacciones emocionales de los participantes. En general, éstas se dividieron en dos: angustia y empatía. Además, por una prueba de sangre tomada también en ese momento, se observaron en los voluntarios niveles elevados de dos hormonas asociadas a dichas emociones, cortisol y oxitocina. Por último, para terminar su participación se ofreció a cada persona la posibilidad de dar dinero a un integrante del laboratorio de Zak (un completo extraño, para fines prácticos) y también a una institución de caridad a favor de niños enfermos. Según el investigador, por la cantidad de cortisol u oxitocina en la sangre fue posible predecir la cantidad de dinero cedida en ambos casos.
En este primer punto queda de manifiesto que el ser humano puede ser empático también con la historia de otro: no hace falta tener al otro enfrente, conocerlo, que se nos presenten pruebas de su existencia ni de la veracidad de su historia. Para nuestro cerebro basta con conocer la historia, entenderla y codificarla emocionalmente para, como resultado de este proceso, sentirla cercana, propia.
En otro experimento el psicólogo Uri Hasson, de la Universidad de Princeton, hizo que un grupo de voluntarios viera cuatro distintos productos audiovisuales: un episodio de la serie Curb Your Enthusiasm (Larry David, 1999-), el clásico del spaghetti western Il buono, il brutto e il cattivo (Sergio Leone, 1966), el episodio de Alfred Hitchcock Presents “Bang! You're Dead” (1961) y, finalmente, una grabación de 10 minutos sin editar de un concierto que tuvo lugar en el Washington Square Park de Nueva York. El objetivo de Hasson era observar la respuesta a la exposición a estos contenidos a nivel cerebral, para determinar a su vez la correlación intersubjetiva con lo mirado.
De acuerdo con sus observaciones, el contenido menos estimulante fue la grabación del concierto, que apenas activó el córtex cerebral de los participantes. Un poco más interesante para la audiciencia fue el episodio de Curb Your Enthusiasm, y después Il buono, il brutto e il cattivo. Sin embargo, el córtex lució notablemente activo con la historia de suspenso avalada por Hitchcock, que además logró establecer conexiones con otras zonas del cerebro relacionadas con el procesamiento de la percepción de la realidad.
¿Cuál es la diferencia entre contenidos que explica la disparidad de reacciones? Según Hasson, la impresión de “control” hace que nuestro cerebro intensifique su enfoque sobre eso que se desarrolla con una aparente lógica consumada. Hitchcock era experto en ello. Utilizó los recursos narrativos y técnicos del cine para armar una maquinaria perfecta en cada una de sus películas, que llevaba al espectador justo por el camino que el director había previsto.
En parte esa podría ser también la clave del éxito de series como LOST, Game of Thrones o Breaking Bad, en donde la historia se va desplegando poco a poco pero con una dinámica que se ajusta a la necesidad paranoica de nuestro cerebro de darle sentido a todo lo que percibe, tanto individualmente como en la suma de los elementos.
Sin embargo, la pregunta de por qué podemos pasar varias horas frente a una pantalla siguiendo el desarrollo de una serie no queda del todo respondida. Es posible que, después de todo, contar y escuchar historias sean prácticas inscritas atávicamente en nuestra genética cultural, un recurso ancestral que contribuyó a nuestra supervivencia, que nos mantiene unidos y cerca de los que son como nosotros.
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