¿Quién se encarga de escribir los mensajes para galletas de la fortuna en restaurantes chinos?

De un tiempo a la fecha me he sentido muy cercano a las historias de "negros literarios": esos individuos medio difuminados detrás de los oropeles del prestigio literario que escriben por encargo, siempre a condición de perder el nombre en el proceso, o dicho de otra forma, la cualidad de autor. El factor económico, más que cualquier búsqueda artística, suele ser lo que lleva a los aspirantes a escritores a involucrarse en escrituras ajenas, que pueden ir desde contenido para páginas web a la supervisión "experta" de autobiografías o libros que oficialmente irán firmados por una celebridad, un político o un millonario excéntrico con ganas de publicar su historia. 

Pero tal vez no exista un escalafón más bajo y demandante a la vez, dentro del oficio de la negritud literaria, que la redacción de mensajes para galletas de la fortuna. Uno podría imaginar una sórdida redacción/fábrica con muchas filas de chinos redactando al vapor mensajes y mensajes a un precio irrisorio, en condiciones de semiexplotación. Pero lo cierto es que estos pequeños trozos de sabiduría pop deben parecerse en lo posible a la galleta de la fortuna: son ligeros, digeribles y lo suficientemente generales para ser significantes sin importar su lector, de quien los "autores" sólo saben que acaban de comer. Se trata de textos que no tienen el aspecto personalizado del horóscopo y que no suelen ser más extensos que un tuit; suelen tener la forma del consejo o de la certeza aforística de un koan, y conforman algo así como el postre místico de una sesión de comida china.

El diario The Guardian entrevistó a algunos de los escritores de los best sellers más pequeños del mundo, como Kay Marshall Strom de 65 años, que pasó 1 año redactando mensajes de la suerte a 75 centavos de dólar la pieza. Como se dio cuenta rápidamente, el trabajo era más demandante de lo que pensaba: existen miles de mensajes que se reimprimen periódicamente, y que vuelven muy difícil estadísticamente que alguien se encuentre dos veces con el mismo mensaje. Sin embargo, Marshall se topa a veces con un mensaje que ella escribió al abrir una de estas galletas. Aunque dejó el trabajo y se volvió una autora con cierto reconocimiento, una de sus frases todavía sigue generando sonrisas como una forma incontestable de profecía exprés: "Tendrás hambre otra vez en 1 hora".

No se me vienen a la mente muchos ejemplos de "literatura comestible", a menos que cuenten los mensajes de Feliz cumpleaños y sus variantes en los pasteles; de hecho, las galletas de la fortuna no suelen ser precisamente una delicatessen muy apreciada. Russell Rowland, un novelista que pasaba por una mala racha, aceptó escribir 700 mensajes de fortuna al mes, aunque irónicamente no soportaba el sabor de las dichosas galletas. "Pienso que son horribles", dijo.

 

Igual de insípidos pueden resultar los pequeños giros retóricos en los que se basan los mensajes: una idea general y vaga como "El amor es el secreto de la felicidad" puede servir como estructura sintáctica de base para torcer y retorcer conceptos que apelan a los grandes públicos. Una combinatoria sencilla nos da ejemplos como "La felicidad es el secreto del amor", "El amor es la felicidad secreta", o "Un secreto amor te dará felicidad", etc. Aunque según Rowland, los "editores" de galletas de la fortuna tienen un gusto más bien conservador en cuanto a valores y temáticas, por lo que el plagio y la cita son prácticas comunes en la microindustria de la suerte.

Presagiar desastres o realizar un poco de terrorismo literario a través de estos mensajes podría ser una veta interesante que seguir. Entrar a la base de datos de la compañía que manufactura las galletas (Wonton Foods alberga más de 10 mil "fortunas" diferentes) e intercalar mensajes como "Alguien de tu círculo cercano va a traicionarte", o incluso un simple "La suerte no existe" sería suficiente para cimbrar un poco la sobremesa de algún supersticioso comensal. Después de todo, para muchos estos pequeños papeles metidos en una galleta adquieren un aspecto de fetiche, y son guardados celosamente en la cartera --el periódico incluso afirma que en 2005, 110 personas ganaron segundos premios de la lotería utilizando los números de la suerte que vienen en los papelillos, aunque resaltan que estos números son generados por computadora. Algunos estudios, sin embargo, han tratado de demostrar que el pensamiento mágico puede ayudar a reprogramar ciertas actitudes negativas y generar confianza.

Lo cierto es que con 3 mil millones de galletas de la fortuna producidas cada año (repartidas en cerca de 40 mil restaurantes chinos, solamente en Estados Unidos), el mercado de la suerte microscópica se mantiene también como una posibilidad laboral para novelistas en época de sequía, poetas en situación de calle y redactores desesperados por publicar su primer haikú en alguna parte.

 

Twitter del autor: @javier_raya

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