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Incluso popularmente existe cierta tendencia a asociar la creatividad con un estado de ánimo atormentado, pesaroso, neurótico, diríamos en una terminología un poco más reciente y un poco menos cercana al romanticismo en donde se consolidó esta manera de considerar a artistas, filósofos, escritores y en general toda aquella persona en quien parece ser que la intensa actividad mental que exige su disciplina está acompañada del pensamiento incesante en todas las otras áreas de su vida.
Esto, que podría parecer una coincidencia cultural, podría ser más bien una cualidad profundamente enraizada en la psique humana. O eso es lo que sugiere una investigación realizada recientemente en el King’s College de Londres y dirigida por Adam Perkins, especialista en la personalidad humana. Según declaró Perkins al diario inglés The Independent, uno de los principales objetivos de este estudio fue mostrar que “si bien ser altamente neurótico es desagradable por definición, también tiene beneficios creativos”. Entre otros aspectos negativos, el investigador retoma la teoría de los cinco grandes tipos de personalidad, en la cual la neurosis está caracterizada por emociones como la angustia, el miedo, la preocupación, la frustración, la envidia y la soledad.
Para probar dicha hipótesis, Perkins y su equipo observaron el cerebro de personas que previamente analizaron para medir su grado de neurosis. En aquellas calificadas como profundamente neuróticas, se notó la activación de un “botón de pánico” en la amígdala, la parte de nuestro cerebro en donde se regulan casi todas las emociones y la cual, en el caso específico del miedo, se conjuga con el córtex prefrontal para desatar una respuesta potente ante un estímulo que se percibe como amenaza.
¿Qué tipo de respuesta? Eso es lo interesante, porque en buena medida, por la participación del córtex prefrontal, se trata de una reacción esencialmente imaginaria. Ante el miedo, el cerebro de los neuróticos responde con imaginación: suponiendo lo peor, recordando lo que sucedió en una situación similar, profetizando, escuchando la voz de la madre (como si se tratara de una secuencia de Woody Allen) o alguna otra opción pero decididamente no la de considerar sólo la realidad. Esa, no sin cierto ánimo paradójico, es la creatividad que Perkinks y su equipo atribuye a los neuróticos.
El problema, quizá, es que se trata de un poder imaginativo difícil de encauzar, una fuerza que se tiene pero que, como el mismo estudio lo muestra, surge en condiciones específicas, no necesariamente delante de un lienzo o una página en blanco. Pero si pudiera ser así, ¿estaríamos rodeados más de artistas que de neuróticos?
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