En otros tiempos se decía: la Naturaleza tiene horror del vacío; es preciso decir: la Naturaleza está enamorada del vacío.
Eliphas Levi
Nuestra civilización le tiene miedo al vacío. Este horror vacui es bastante conveniente para nuestro sistema económico basado en la acumulación de más y más cosas --necesarias o no. Pero, como hemos descubierto, acaso como reacción polarizada al apilamiento de objetos y personas en espacios reducidos, entre el ruido y el tráfico de cuerpos y pensamientos, el vacío es una comodidad o un privilegio, una lujosa propiedad etérea.
Sabemos que una de las tácticas más perversas del capitalismo es vendernos aquello que lo contradice o aquello que de alguna manera lo subvierte --así por ejemplo, la revolución, el yoga, el punk y la psicodelia se han convertido en objetos de consumo masivo. Quizás no debería de sorprendernos que ahora el silencio se haya convertido en un producto de lujo, por el cual se paga buen dinero y el cual no está exento de cierto marketing. Asimismo, el vacío o la simulación del vacío y la ausencia de estímulos tiene un nuevo boyante mercado con los tanques de aislamiento o flotarios, que nos permiten, por así decirlo, entrar en un estado de suspensión fuera del bombardeo sensorial del mundo moderno --como si pudiéramos escapar al espacio sideral por unos minutos.
En los últimos años, los tanques de aislamiento o privación sensorial han sido popularizados por celebridades y ejecutivos de Silicon Valley en su estrategia de recarga, especie de detox y excursión nootrópica. Antes que ellos estos tanques fueron la punta de lanza de la exploración psiconáutica a los límites del espacio cósmico al interior de la mente humana del doctor John Lilly, pionero en comunicación entre hombres y delfines y en el uso cibernético de drogas como el LSD y la ketamina, agentes de reprogramación mental. Lilly, quien inspiró la película de Ken Russell Estados alterados y luego la serie Fringe, creyó llegar a estados de conciencia cósmica durante estas sesiones en las que se inyectaba altas dosis de psicodélicos y hacía de su mente un objeto de estudio científico, incluso los clasificó dentro de diferentes niveles de lo que los budistas llaman samadhi, el estado de quietud total, vacío y perfección de la mente en la meditación. Actualmente uno de los flotarios comerciales más populares lleva el nombre de "Samadhi".
Owen sugiere que la constante excitación sensorial tiene una función anestésica y que nos evita enfrentar lo que sentimos al descender al abismo de nuestra personalidad. Como también especula David Foster Wallace en The Pale King (2011): "aquello que es opaco o apagado no logra proveer suficiente estimulación para que las personas se distraigan de una forma de dolor más profunda que siempre está ahí, sólo que en un nivel ambiental bajo, por lo cual la mayoría de nosotros pasamos el resto del tiempo y energía tratando de distraernos de ese sentimiento".
Momento de recordar la frase de Pascal: "la mayoría de los problemas de la humanidad derivan de la inhabilidad del hombre de quedarse quieto solo en una habitación". El mismo Pascal que dio voz al zeitgeist en su famosa frase: "El silencio eterno de los espacios vacíos me aterra". La dificultad de permanecer quieto observando en silencio nuestro cuerpo y nuestro flujo mental no pasó desapercibida por las tradiciones orientales que basan su práctica filosófica en sentarse en flor de loto, la posición más importante y más difícil de todo el yoga. Thoreau citado en el artículo de Owen añade poesía a la hazaña de explorar el desconocido continente interno, como un Magallanes de la mente: "Es más fácil navegar miles de millas a través de tormentas, caníbales y fríos... que explorar el mar privado de uno mismo, el océano Atlántico y Pacífico del propio ser solitario". Este viaje puede ser tan radicalmente extraño --especialmente para quienes no estamos acostumbrados a inmersiones profundas-- que "a veces uno tiene que leer las instrucciones en la guantera para poder volver a conducir el vehículo humano otra vez" dice John Lilly, quien, hay que mencionarlo, fue más lejos de lo que la mayoría de nosotros logra con una simple flotación, y por momentos lo pagó caro, ya que padeció en una etapa serios trastornos psicológicos.
La gran angustia que significa para el hombre moderno sentarse con sus propios pensamientos o, en otras palabras, estarse "sin hacer nada", fue hecha manifiesto en un estudio de 2014 publicado por Science (citado por Owen) en el que 67% de los sujetos prefirieron recibir shocks eléctricos a quedarse sentados sin hacer nada. El autor concluyó que la mente que no ha sido entrenada "no gusta de quedarse sola consigo misma".
Es por esto que el filósofo Pitágoras famosamente obligaba a sus estudiantes a primero someterse a una disciplina de 5 años de silencio. Manly P. Hall explica que la disciplina del silencio de los pitagóricos tenía como fin hacer que los candidatos relajaran su mente antes de aprender la doctrina, puesto que era absurdo intentar entender la unidad del universo, el ser infinito o la divinidad misma si antes no podían dejar de escucharse a sí mismos, de "papalotear" ante las veleidades de nuestros pensamientos y deseos y demás estímulos. Para aprender antes había que desaprender, para escuchar había que hacer silencio. Un cuerpo relajado y una mente quieta, quizás pueda incluso escuchar la música de las esferas, el dulce zumbido de las estrellas, como se dice hizo Pitágoras. Si esto era necesario hace más de 2 mil 500 años en Grecia, actualmente esto debería de ser obligatorio, enseñado por decreto en todas las escuelas.
Ante este contexto, "los tanques flotación son culturalmente subversivos. Una anomalía. Ayuno sensorial y la mente sola consigo mismo es justo lo que la flotación ofrece", dice Owen. Una herramienta, como un agujero negro al alcance, una puerta al espacio vacío del cosmos a menos de 20 minutos de nuestra casa (si se vive en una gran urbe). Tecnología casi espiritual que nos sirve para luchar en contra de las tentaciones de la carne y sus ilusorias promesas, puesto que, como dice San Pablo (citado también por Owen), "la mente gobernada por la carne es la muerte".
Todo esto, ahora empaquetado por una máquina mercadológica en la cual nosotros somos engranes (consciente o inconscientemente). Una maquinaria ubicua que "de la misma manera que nos vende pastillas para enflacar después de que nos vendió donas" ahora "nos vende nada-- en la forma de 120 dólares por tres flotaciones". La nada sale cara. No tenerla, sale más caro todavía. Es un producto perfecto... Una pastilla inmaterial, de veloz efecto, de meditación. ¿Podemos encontrarla solos, cero estímulos sin la necesidad ser estimulados por las promesas del mercado de que flotaremos hacia el vacío terapéutico ayudados por un útero salino de paz perfectamente calibrada? No hay nada más difícil que el silencio y el vacío --en el que flotan los diamantes invisibles del ser. Como dijera el poeta Robert Frost: tomar el camino más difícil, el camino menos recorrido (incluso el camino que no puede recorrerse) hace toda la diferencia.