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¿Cuántos nombres puedes pensar para el acto de masturbarse? En México tenemos expresiones canónicas como "jalarle el cuello al ganso", "chaquetearse" o la simple y clínica "masturbarse", que refieren sobre todo a la fricción sobre el miembro masculino, sin que las frases reflejen ni la fisiología metaforizada ni las sensaciones específicas de placer de la masturbación femenina. En el caso de las mujeres, las lenguas presentan sobre todo eufemismos que neutralizan la presencia del deseo sexual femenino en la armazón del idioma, reduciéndola a frases de cortesía como "acariciar al gatito" o "estar a solas".
No se puede hablar de lo que no tiene nombre, y bajo esta premisa, la Asociación Sueca de Equidad Sexual (ASES) promovió una campaña en redes sociales buscando una palabra en sueco que nombrara la masturbación femenina. La palabra ganadora fue klittra, que indica literalmente la estimulación del clítoris y, según los organizadores del certamen, porque "remarca la importancia del clítoris para el placer".
La masturbación ha sido todo un tema para los suecos, quienes decidieron hacer caso al presocrático Diógenes y descriminalizar la masturbación en público.
Y es que parece algo muy tonto de decir, pero los hombres y las mujeres no se masturban de la misma manera, así que, ¿por qué sus distintas masturbaciones deberían englobarse en una sola palabra? Hombres y mujeres tampoco se masturban con la misma frecuencia. Por tomar un caso, una encuesta de salud y sexualidad en Australia del año pasado indicó que 42% de las mujeres se habían masturbado en el último año, comparadas con 72% de los hombres.
La cuestión del lenguaje es interesante también porque nos deja ver cómo hemos dotado a la lengua a través de su historia de una rica variedad de formas para nombrar la masturbación masculina, pero en el proceso hemos invisibilizado la masturbación femenina. No se trata solo de "concientizar" sobre los beneficios de la masturbación, sino sobre el problema de que una lengua no tenga suficientes palabras para nombrar el placer. ¿O será que el caso sueco nos enseña que es necesario nombrar adecuadamente el placer para que efectivamente exista?