El único momento de la historia en que existió la equidad de género fue hace 12 mil años

En los últimos años, la equidad de género se ha vuelto uno de los problemas más urgentes en la agenda del activismo y los movimientos intelectuales y sociales que buscan hacer de este mundo uno mejor y más justo. Si bien la reivindicación feminista ha recorrido la historia con altibajos y cambios de intensidad desde épocas remotas, sólo hacia finales del siglo XIX e inicios del XX se consolidaron corrientes de pensamiento y praxis orientadas a denunciar y transformar los lineamientos de una sociedad en que la mujer tiene un lugar secundario y pasivo con respecto al hombre, a pesar de que nada justifica objetivamente dicho trato prejuicioso para la condición femenina.

Sin embargo, vista históricamente, es posible que esta situación sea una de las más antiguas en la evolución cultural del ser humano, tanto que su origen parece remontarse al momento en que las sociedades primitivas dejaron de cazar y recolectar para obtener alimentos y, a cambio, comenzaron a sembrar, cosechar y acumular recursos.

Esa es la sugerencia de una investigación dirigida por Mark Dyble, antropólogo del University College de Londres, que recientemente publicó dichos resultados en la revista Science. De acuerdo con Dyble, la desigualdad de género está relacionada estrechamente con la agricultura y especialmente con la acumulación.

Para arribar a estas conclusiones, Dyble y su equipo recolectaron información genealógica de dos tribus de sociedades recolectoras, una residente en el Congo y otra en Filipinas, en particular sobre sus relaciones de parentesco, el tránsito entre distintos grupos y los patrones de asentamiento, además de que realizaron entrevistas directas con miembros de la tribu. Ambos casos tenían características parecidas: el número de personas que integraban un grupo era aproximadamente 20, mudaban de sitio de asentamiento cada 10 días y su alimento consistía en animales cazados, pesca, fruta y verdura recolectadas y miel.

Los antropólogos vaciaron dicha información a un modelo matemático programado para simular la forma en que un grupo poblaría un espacio disponible. En las sociedades en donde un solo sexo domina, dicha población genera relaciones estrechas de parentesco en las que el sexo dominante tiene parejas en la periferia. Sin embargo, en sociedades en que hombres y mujeres tienen la misma capacidad de decisión sobre asuntos colectivos, las relaciones de parentesco son menos cercanas, al grado de que no es posible que en un mismo grupo vivan juntos cuatro o cinco hermanos.

De acuerdo con Dyble y su equipo, esto se explica porque para los primeros grupos sociales, la equidad de género era una ventaja evolutiva, una estrategia de supervivencia, pues con relaciones más libres, la cooperación con otras sociedades se maximiza sin que para ello se necesite un vínculo de parentesco. En la tribu filipina observada, por ejemplo, mujeres y hombres aportan un número similar de calorías en las provisiones colectivas, y los hombres en especial participan activamente en el cuidado de los niños.

La agricultura, sin embargo, acabó con este modelo por causa de la acumulación de recursos. Cuando los hombres comenzaron a poder tener muchas parejas y más hijos que mujeres, el balance entre ambos géneros se rompió, pues la acumulación impulsada por los hombres consolidó su dominación a través también de la práctica de formar alianzas con la parentela masculina.

El estudio puede suscitar muchas reflexiones, pero sin duda muestra de manera patente lo antigua que es la desigualdad entre hombres y mujeres, lo arraigada que se encuentra en nuestra historia y cómo, por eso, parece tan difícil abatirla o transformarla.

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