Nuestra memoria individual es nuestro fantasma por toda la vida; hay que ser considerados. Para bien y para mal, nunca nos va a dejar de acechar. No nos va a ahorrar ningún momento incómodo, doloroso, nostálgico, por más que intentemos disuadirla. Nos hará revivir una y otra vez eso que preferiríamos enlutar bajo el plomo del pasado. Pero como buen fantasma, también es una dulce compañía. A veces incluso más dulce que el acontecimiento que recrea. Acordarse de detalles de una noche deliciosa, por ejemplo, puede rebasar en delicia a esa misma noche. Pero hay algo que debemos saber antes de conmovernos profundamente hacia la tristeza o el placer a partir de un recuerdo: cuando recordamos un evento pasado, estamos realmente recordando la última vez que lo recordamos.
Dicho de otra forma, el pasado no existe; se quedó en su lugar, en su presente. Cuando recordamos algo, nuestro recuerdo poco tiene que ver con el evento (una foto de las flores no es las flores); es una copia de la copia de la copia de las veces que lo
Nunca volveremos a un momento vivido, como nunca pisaremos el mismo río. Este fascinante estudio fue publicado en Journal of Neuroscience en 2012, y cambia todo lo que pensábamos de nuestra aparente realidad. Es como el juego del teléfono descompuesto, los pequeños errores que se van acumulando acaban por derrotar al mensaje original, incluso al punto de convertirse en algo totalmente falso o ficticio.
De ahí que las ocasiones en que rumiamos un recuerdo una y otra vez estamos más bien creando un monstruo que nada tiene que ver con su punto de partida. Nada de lo que tuvimos regresa. Tenemos a nuestro fantasma, la memoria, que es una máquina de hacer quimeras; bestiarios hermosos o terribles, pero despegados por completo de su manuscrito original. Tal vez así funciona el pasado: cuando se va deja en su lugar a un fantasma y nosotros le conferimos agencia a ese fantasma como si fuera el evento mismo, agencia sobre nuestra realidad y nuestras emociones. Pero al invocar a ese fantasma, al recordar, estamos cambiándolo, creando a otro parecido a él pero distinto, y así hasta que no es más que un pequeño dolor o una pequeña alegría. Una nostalgia. Habría que considerar y elegir qué recuerdos recordar y cuándo.
Twitter de la autora: @luciaomr