Uno de los temas que más posibilidad de encuentro permite entre la ciencia dura y la parapsicología es el estudio de las experiencias cercanas a la muerte. En los últimos años se han generado una gran cantidad de teorías para explicar los patrones recurrentes --generalmente visiones místicas o numinosas con una imaginaria en común-- que se producen cuando una persona tiene una experiencia cercana a la muerte o se encuentra bajo anestesia o en coma.
A este creciente cuerpo de investigación se le suma un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de Michigan, en el que se observó que en los momentos previos a la muerte el cerebro envía señales al corazón. Los investigadores creen que es este frenesí de actividad mental el que produce un paro cardíaco y probablemente la sustancia misma de las experiencias cercanas a la muerte.
"La reducción de oxígeno y glucosa durante el arresto cardíaco puede estimular la actividad cerebral característica del procesamiento de la conciencia", señala el doctor Jimo Borjigin, líder del estudio.
La investigación notó, basándose en el proceso de muerte de un grupo de ratas asfixiadas, que al morir el cerebro muestra una mayor actividad que durante el proceso natural de la vigilia. 30 segundos después de que el corazón de las ratas dejó de latir, los investigadores observaron una secreción inmediata de más de una docena de sustancias neuroquímicas y la presencia de ondas gama de alta frecuencia (las cuales han sido observadas en el cerebro de monjes budistas meditando). Además, los científicos notaron que al caer el ritmo cardíaco se presenta una sincronización entre las señales cerebrales y el ritmo del corazón.
El estudio también arrojó una posible aplicación médica futura. Se encontró que si se bloquean las señales que van del cerebro al corazón se puede demorar la fibrilación ventricular del corazón y aumentar las posibilidades de que un paciente sobreviva.
Al igual que el intestino y otras partes del cuerpo, el corazón también tiene neuronas que forman un sistema nervioso intrínseco de múltiples ganglios. Esto específicamente no significa que el corazón sea una "mente", sino que también envía importantes señales al cerebro, las cuales luego son parte de lo que llamamos "la mente" o el proceso de pensamiento y reflexión. Sin embargo, lo cierto es que no sabemos del todo cuál es el alcance y la penetración que tiene este sistema nervioso del corazón, que ha sido llamado "un pequeño cerebro" (el intestino, por otro lado, detenta lo que se conoce como "el segundo cerebro", encargado de producir la mayor parte de la serotonina del cuerpo humano).
En términos un poco más especulativos, el escritor Joseph Chilton Pearce ha escrito varios libros sobre lo que llama el "cerebro compasivo" o la "matriz-cerebro-corazón". Según Chilton Pearce: "la idea de que podemos pensar con nuestro corazón no es sólo una metáfora", es un fenómeno real ya que el corazón es "la glándula endócrina más importante del cuerpo" y produce el "péptido natriurético atrial", una importante hormona "involucrada en la sistema límbico del cerebro, o lo que llamamos el 'cerebro emocional'". Chilton Pearce agrega que el corazón está involucrado en "traducir información enviada de diferentes partes para que el cuerpo pueda funcionar como un todo armónico". Hay que decir que la ciencia no acepta del todo esta hipótesis, sin embargo parece cierto que existe un importante diálogo entre el corazón y el cerebro y es indudable que estamos al borde de un nuevo paradigma médico en el que se empieza a reconocer que nuestros órganos y sistemas están mucho más interconectados de lo que se pensaba.
Más interesante todavía, en relación con las experiencias cercanas a la muerte, es la idea que se encuentra en el misticismo árabe, cristiano y hebreo de que el corazón es un ojo, el órgano donde se ubica la facultad de la imaginación y la puerta misma a la divinidad. Uno pensaría sin profundizar mucho que la imaginación se ubica claramente en el cerebro; según la neurociencia se encuentra en la zona frontal del hipocampo. Pero existe paralelamente una fascinante tradición mística que concibe al corazón como un ojo espiritual que permite acercarse al mundo celestial. De igual manera, la imaginación no es concebida como fantasía o mera elucubración de cosas sin realidad, sino que es la percepción de un mundo invisible que existe independientemente de nuestra mente. Es decir, en este sentido, lo que imaginamos no es algo que proviene de nuestra mente, sino de la mente universal, de un mundo cuya realidad espiritual son las imágenes arquetípicas (la imaginación es como una televisión que sintoniza la transmisión astral o celestial). Por esto el erudito francés Henry Corbin recurrió a la palabra "imaginal" (y a su "mundus imaginalis") en lugar de imaginación o imaginario para diferenciar y dar valor a estos conceptos que existen en el misticismo.
Siguiendo con esta idea podemos conjeturar que las visiones cercanas a la muerte, vinculadas al axis mente-corazón, tienen también una relación con esta forma de entender la imaginación como un órgano de percepción espiritual. Tal vez por esto es posible que las descripciones que se encuentran en la literatura sean tan parecidas: al morir o al entrar en un estado liminal, las personas perciben un mundo intermedio, o la entrada a un mundo imaginal, que existe en la mente colectiva y tiene su propia topología. Tenemos varias descripciones de esta psicogeografía interdimensional, por llamarlo de alguna manera. Pienso en las maravillosas descripciones que hace el Libro Tibetano de la Muerte o Bardo Thodol de las distintas luces y demonios que se llega a encontrar la conciencia o el alma que vaga por el bardo. Los altamente simbólicos rituales egipcios de la muerte son otro buen ejemplo. Tan convincentes son estas visiones, que un neurocientífico de Harvard incluso cree que prueban la existencia del cielo.
Ciertamente estamos aquí apenas rozando un enorme misterio que es parte de las escuelas esotéricas de la antigüedad, y que en nuestra época podemos abordar utilizando también conocimientos científicos. Tal vez lleguemos, por otro sendero, a la misma conclusión. Mientras tanto la posibilidad es intrigante: que de alguna manera el corazón detone un proceso visionario, sincronizándose con el cerebro y generando una cascada de hormonas y moléculas neuroquímicas --posiblemente la llamada "molécula del espíritu", el DMT, como ha teorizado el doctor Rick Strassman-- así sintonizando una numinosa realidad paralela. Habría que prepararnos entonces para recibir a la muerte --si queremos ver lo invisible-- con el ojo del corazón abierto.