La supercarretera de los sueños rotos: ¿qué ocurrió con la revolución ciberdélica de los inicios de internet?

 

Como la mayoría de las personas que crecieron en los 90, el internet en un principio me pareció el medio de comunicación ideal para incrementar la conciencia colectiva y liberar a los individuos de paradigmas de control (la vieja idea con ecos religiosos de que la información nos haría libres). Parecía un medio utópicamente democrático, rizomático, en sintonía con las ideas de la noósfera y de la evolución de la mente global. Un medio que empoderaba a las personas que querían conectar con otras personas sin los filtros y las restricciones de las corporaciones y los gobiernos. Los jardines de data se estaban abriendo y fluía el polen electrónico por los campos de resonancia mórfica, podíamos compartir y estimular mutuamente nuestra creatividad... Era un medio psicodélico, una tecnología que venía directamente del laboratorio de Hermes, el dios de la comunicación.

Estas ideas nos venían de Tim Leary, que había dicho que la computadora era el LSD de los 90 y de una nueva generación de comunicólogos, programadores, periodistas, escritores y hacktivistas: Douglas Rushkoff, heredero de McLuhan y protegido de Tim Leary, quien en Cyberia y Media Virus había identificado la red como un mecanismo de conciencia infeccioso, donde los nuevos pranksters y reality hackers podían hacer de las suyas; William Gibson, el autor de Neuromancer, en donde el ciberespacio se vaticinaba como un desdoblamiento astral; Jaron Lanier y Mark Pesce llevaban la batuta en el diseño de realidad virtual (pensado como una topología de la imaginación); Atom Jack, el programador de Fusion Anomaly, una enciclopedia psicodélica de hyperlinks que simulaban ser un cerebro holográfico, sin duda uno de los sitios más mágicos en la historia de internet y que, antes de Wikipedia, nos hacía pensar que la red nos iba a hacer despertar de la Matrix (y no que era la misma Matrix); el editor de Wired,  la revista más identificada con la red, era Kevin Kelly, una especie de sacerdote de la tecnología (la cual nos llevaría a ser dioses); en Wired y en otras compañías circulaban ideas de filosofía tecnoespiritual siguiendo la visión de Pierre Teilhard de Chardin y Buckminster Fuller, una "techgnosis" (usando el término de Erik Davis) que hacía de la red una imagen de la mente humana materializada o exteriorizada: el ciberespacio como el éter sináptico del cerebro planetario. Más allá de esta rutilante capa pensante de mavericks de la información, estaban, sin embargo, grandes corporaciones de tecnología y agencias del gobierno como DARPA, que habían sido instrumentales en el desarrollo de la tecnología (como ocurre comúnmente, mucha de la innovación es fondeada por el complejo militar). Era inevitable, como ocurre con todas las tecnologías, proyectamos en la red, la gran metáfora de nuestra mente, nuestros propios complejos, deseos y miedos y nuestras propias dinámicas políticas y económicas de control, vigilancia y mercantilismo.  

El internet que experimentamos hoy, es un internet donde un puñado de sitios controlan la mayor parte del tráfico (de igual manera que ocurría con las cadenas de TV), el internet donde ya no existe la privacidad y cada movimiento no sólo esta siendo registrado sino está siendo capitalizado por agencias de marketing --que trabajan estrechamente ligadas a las redes sociales. El internet donde los usuarios pasan la mayor parte del tiempo subiendo selfies y actualizando sus perfiles, recibiendo microdosis de dopamina en los feeds de Twitter o Facebook, leyendo encabezados de los mismos sitios de noticias, cada vez con menor capacidad de atención (su atención siendo disputada por fuego cruzado) e interés por aventurase más allá de los límites dados por el perímetro... no es el internet que muchos habían previsto. Ese internet de la información como agente psicodélico, como herramienta revolucionaria. Este internet no ha cumplido los sueños cósmicos de los 90. Siendo justos, esos sueños eran desaforados, como ocurre momentos después de tener una experiencia psicodélica y uno piensa que la realidad nunca va a ser igual y el mundo estará por siempre teñido de una luz iridiscente de una amplia gama de posibilidades donde la imaginación podrá reinar con alas infinitas. Esos momentos tan entrañables, en la cresta del viaje donde piensas que podrás llevarte la luz contigo a todas partes donde vayas, que haber tocado las alturas te hará por siempre angelical, se revelan ahora como ilusorios. El conjuro de Maia.

 

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Para ejemplificar este complejo sentimiento encontrado de entusiasmo y desánimo, nada mejor que el video aquí presentado. Un diálogo airado, electrizante, cargado del espíritu mercurial de la era (con un leve tono saturnal de la experiencia reflexiva como contrapeso), entre dos mentes geniales.

El teórico de medios Douglas Rushkoff es uno de los grandes iconos intelectuales de esos primeros vuelos del internet, una voz que en su momento fue entusiasta, pero sin dejar de ser lúcida y crítica. La realidad es que las cosas eran diferentes en ese entonces. La burbuja se rompió, llevándose consigo también esos tonos psicodélicos oníricos que dibuja el jabón en el aire. Esta conversación entre Douglas Rushkoff y Jason Silva sobre la actualidad de la tecnología y sus viejas promesas, nos sitúa de nuevo en la palestra electrónica, pero desde una doble perspectiva: el punto de atalaya de Rushkoff, años después; y el empuje catalizador de la nueva generación -- vía Jason Silva-- que no se arredra ante la prudencia conservadora y las decepciones de los más grandes.

Rushkoff, el emblema de la vieja guardia. Jason Silva, el exhost de la cadena de Al Gore Current TV, autodenominado "un junkie del asombro", un filósofo exprés de la era de YouTube, con una gran capacidad de sintetizar información y redistribuirla, y que mantiene ese entusiasmo jovial de que la tecnología no sólo es una manifestación inevitable de la evolución y la complejidad humana sino que es un disparo cósmico de la matriz de la tierra hacia las estrellas y la autodivinización.

Rushkoff nos cuenta sobre los inicios, las cosas que han cambiado; en los 90:

Las personas que usaban alucinógenos eran las únicas que se atrevían a construir estas plataformas [las computadoras, la web], las únicas que tenían la imaginación para construir esta realidad, tenían la costumbre de imaginar algo que luego se materializaba.

Silicon Valley como hijo de los 60, de los hippies que podían regresar a tierra firme y construir palacios de silicio. Pero las cosas han cambiado:

El problema es que los psiconautas disciplinados implementaban esto y tenían una moralidad implícita, la gente que hacía las computadora compartía un sentido de valores en común sobre las personas, las paradojas, el arte y cuando veo a la gente que está programando nuestra realidad hoy veo a chicos de Stanford que acaban en Goldman Sachs para trabajar en algoritmos que superen a los corredores de bolsa humanos... ya no veo esa moral, ya no hay una conexión con lo real sino una realidad virtual...

Rushkoff considera que detrás de las ideas de la singularidad y el transhumanismo hay una falta de estimación del ser humano, una visión de la historia como la evolución de la "información por sí misma moviéndose hacia estados de mayor complejidad... y los humanos sólo ayudando a las computadoras a manifestar la nueva etapa de la evolución". Esto es una crítica de la idea de que el ser humano es sólo un vehículo para que la información --los genes, los memes y los replicantes-- consiga volverse autoconsciente y avance con su propia agenda, algo que yace detrás de las visiones tecnoespirituales de Ray Kurzweil, entre otros.

Silva argumenta que no hay nada antinatural en la tecnología, es la inevitabilidad de la evolución, de la manifestación expansiva de la conciencia humana: "la tecnología es una piel humana, de la misma forma que una tela es parte de una araña... nuestros smartphones son un andamiaje de la mente. Cuando vemos al Mars Rover moviéndose por la superficie de Marte, estamos viendo a la mente humana gatear por la superficie del planeta rojo".

Mientras que Silva señala que la resistencia a nuevas tecnologías es algo que ya se ha visto antes, desde la implementación del alfabeto en Grecia, donde, según un diálogo platónico, se temía que sería desastroso para la memoria humana. Rushkoff matiza y señala que el lenguaje nos permitió cosas como viajar en el tiempo con la mente y el progreso científico, pero también nos dio el mesianismo, el milenarismo y las profecías apocalípticas. Ideas de progreso y redención al final de la historia que a veces escinden nuestra conciencia y suprimen la importancia de nuestras relaciones inmediatas. Ante el entusiasmo irreflexivo que naturaliza toda tecnología como parte de la evolución de la mente humana, Rushkoff advierte:

Lo importante es quién está construyendo estas tecnologías, con quién estamos en concierto... Google, por ejemplo, una compañía que [según su eslogan: "don't be evil"] nunca hará nada malo, pero que construye drones y robots para perseguir a las personas.

Rushkoff aquí pide analizar si existe una agenda o no en los espacios programados en los que nos movemos, una mirada menos naíf. Reflexionar sobre las relaciones que tienen las empresas que controlan y diseñan nuestra tecnología con los gobiernos, por ejemplo. Se preocupa, también, de que los paraísos artificiales y la hiperinteligencia que promete el transhumanismo en su alianza con la inteligencia artificial no serán precisamente democráticos, sino que serán un reflejo de la misma economía desigual del llamado 1%. "Los que están maniobrando la nave, no confío en ellos. Zuckerberg, Sergey Brin, todavía están buscando una historia que vendernos, historias como las que le cuentan a los niños para que se duerman". La fachada revolucionaria empoderadora del discurso de internet se desvanece cuando vemos "que nuestras mejores mentes están construyendo Twitter y haciendo cosas 'disruptivas' pero luego van con Papá Goldman Sachs y le entregan la compañía y convierten sus empresas en nuevos peones de Wall Street". 

Silva alega que la forma en la que la tecnología nos acerca a la información y nos permite entrar en contacto con mentes como las de Terence McKenna o ver imágenes del cosmos que generan epifanías, le produce una dosis perenne de inspiración y asombros ("shots of awe", lo llama). Rushkoff toma su distancia: "Mientras nosotros perseguimos esos highs estamos patrocinando una estructura tecnológica que no controlamos". La tecnología nos brinda estímulos incesantes on demand que antes recibíamos de manera menos gratuita y poco frecuente del mundo real --como si siempre estuviéramos recibiendo dulces de una máquina dispensadora que excitaran nuestras neuronas con rushes de dopamina y antes nos los teníamos que ganar con otras personas o generar ese asombro por nosotros mismos. Este es el gancho con el que aceptamos todo tipo de medidas que antes nos parecían escandalosamente invasivas y adoptamos aplicaciones y aparatos como mediadores de todas nuestras relaciones.

Rushkoff aplica una sospecha psicodélica a la tecnósfera:

Lo mejor de los psicodélicos es que ves las estructuras que antes habías aceptado sin cuestionarlas bajo una nueva luz, entiendes que las circunstancias de tu realidad son construcciones sociales de personas que pueden o no tener en consideración tus mejores intereses.

Una noción de los psicodélicos más cercana a su significado etimológico: aquello que manifiesta la mente. Algo más parecido a un des-alucinógeno. Rushkoff agrega que el secreto de los psicodélicos es darnos esa dosis de asombro pero ya no tomándolos, sino en la vida cotidiana y si no logramos regresar a la realidad con las joyas no tiene sentido dar el brinco.

Mostrándose decepcionado por cosas como BitCoin, que reprodujo "estúpidamente el mismo formato especulativo" de la economía capitalista, Rushkoff considera que más que mejorar los paradigmas que vienen instaurándose desde la Era Industrial, debemos de ir más atrás y rescatar otro tipo de valores, remontándonos al Renacimiento y a las nociones que McKenna llamaba el "archaic revival". Una "tecnología para hacernos más humanos y no para extraer más datos o vender más cosas", puesto que hoy la tecnología "es indiferenciable del mercado", esta es el alma capitalista del techne.

Por último, en una nota más optimista, Rushkoff recuerda que en su época, en los 90, también había personas que veían las cosas de manera sombría y él estaba cumpliendo el rol de sacarlos del malviaje, lo que reconoce es ahora el papel de Silva, quien todavía tiene la exuberancia para excitar a las personas. Algo que también es necesario, la fantasía y la ilusión, reencantarnos con el mundo en el que vivimos.

Twitter del autor: @alepholo

 

 

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