Lo más probable es que los festivales de música cumplen una función fundamental para el espíritu colectivo de los buscadores de vínculos. Y los vínculos son imprescindibles en todas las etapas de la vida, ya sea, en el caso de los festivales, con la música o con las masas afinadas a un mismo tono o con los amaneceres compartidos con extraños. Pero muchos de ellos, precisamente por su naturaleza masiva, expansiva, se salen de las manos de los organizadores y del público y provocan consecuencias impensadas. (Porque las consecuencias pensadas quedan muy claras).
Es casi imposible anticipar, por ejemplo, que un festival vaya a contaminar ríos con cantidades peligrosas de estupefacientes. Eso pasó en
El problema con esto, además de lo evidente, es que la vida acuática podría estar en grave peligro debido a la contaminación de las aguas. Según el mismo estudio, cada año se incrementa la cantidad de personas (y drogas) que atienden al festival, y por tanto los peces están más en contacto con sus desechos intoxicantes. Esto puede extrapolarse a cualquier festival del mundo.
Nadie piensa en analizar el aire o el agua de los cientos de hermosos sitios raveros, sin embargo, por fuerza, las sustancias que se usen allí acabarán en la tierra, el agua, el ambiente del lugar. El caso de Taiwán es un buen foco de perspectiva: todo lo que hagamos, sobre todo masiva y compulsivamente, deja una huella ecológica, a menudo irreversible.