El yogurt podría ser el antidepresivo del futuro

Tradicionalmente, las emociones están ligadas al corazón. Pero en el plano corporal, sentimos con las tripas: el subidón de la adrenalina, las “mariposas en el estómago” del amor e incluso --paradójicamente-- las corazonadas, son metáforas de algo que ocurre en nuestro sistema digestivo. Y según los microbiólogos, hay una buena razón para ello.

Una veta interesante de investigación es la que busca la conexión entre las bacterias, microbios y gérmenes y la química cerebral. Una ruta puede ser el nervio vago, que va del cerebro al estómago y es constantemente estimulado por bacterias; a su vez, el nervio vago estimula la producción de neurotransmisores, que en gran parte determinan cómo pensamos y nos sentimos.

Y es que nuestros intestinos son el hogar de decenas de miles de bacterias. De hecho, las bacterias constituyen 90% de las células de nuestro cuerpo, y se estima que existen más neuronas en el tracto digestivo que en el cerebro mismo. De hecho, el psiquiatra James Greenblatt incluso ha afirmado que “los intestinos en realidad son tu segundo cerebro”, investigando sus implicaciones para las enfermedades mentales. Pero, en otro ámbito, ¿podríamos decir que nuestra alimentación afecta cómo pensamos a nivel neuronal?

En un experimento del College Cork en Irlanda, el neurólogo John Cryan dejó a una camada de ratones crecer en un ambiente estéril y libre de bacterias, los cuales pronto presentaron comportamientos antisociales y semiautistas. Sus cerebros presentaban también diferencias en los patrones de serotonina y proteínas involucrados en la neuroplasticidad. Aquí entra el yogurt.

Un estudio demostró que darle a estos ratones una dieta que incluyera probióticos revertía los síntomas de autismo. Pero lo más sorprendente es que cierto tipo de probiótico era capaz de calmar a un ratón ansioso. Otro experimento de 2011 en voluntarios humanos mostró similares resultados en cuanto a reducción de ansiedad y estrés al ingerir Lactobacillus helveticus y Bifidobacterium longum durante 30 días.

En 2013, un equipo de la UCLA demostró que las mujeres sanas que comen yogurt dos veces al día mostraron cambios en lugares del cerebro asociados al proceso de emociones.

Probióticos evolutivos

La hipótesis de Cryan y otros colegas (aunque ampliamente especulativa) es que las bacterias tuvieron un rol evolutivo en el desarrollo de la sociabilidad humana, o mejor dicho, en el proceso mismo de hominización.

A medida que las sociedades crecieron y se complejizaron las tareas (dando lugar a esquemas de cooperación y disputa en todos los ámbitos), nuestros ancestros cavernarios tuvieron que aprender a lidiar unos con otros. Desde una “perspectiva bacteriana”, mientras mejor adaptados estuvieran los humanos --es decir, mientras más sociables fueran y tuvieran condiciones de vida más estables-- mejor podían prosperar las colonias en la flora intestinal, creciendo y multiplicándose en nuestro interior mientras nosotros hacíamos lo propio en el resto del planeta.

¿Acaso imitándolas sin saberlo?

Por desgracia, Cryan y compañía aún no saben qué tipo de probióticos tratarán síntomas psicológicos específicos --sólo saben que es posible hacerlo. Aún no es tiempo de cambiar los antidepresivos por yogurt, al menos no desde la perspectiva científica.

“Los probióticos son drogas”, dice Cryan. “Las drogas hacen cosas. Si tienes alergia, tomas antihistamínicos, [estos] harán algo, pero si tomas estatina, no pasará nada”. Lo que sigue es diseñar probióticos cuyos comportamientos individuales y colectivos seamos capaces de prever y conocer de antemano, lo que de todas formas alberga una perspectiva estimulante y prometedora para quienes utilizan antidepresivos de prescripción.

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