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A pesar de que la probada peligrosidad de sustancias como la cocaína y la heroína, estas pueden sintetizarse con relativa facilidad por alguien con mínimos conocimientos químicos, algo de equipo y sustancias que en ocasiones pueden ser lo más difícil de conseguir. En oscuros sótanos, laboratorios móviles o en medio de la selva, la "antigua generación" de drogas también ayudó a establecer un patrón para las autoridades antinarcóticos en todo el mundo, que sabían qué buscar y más o menos en dónde. Pero desde finales del siglo pasado ese panorama ha cambiado radicalmente, así como el mundo mismo y las sustancias a través de las cuáles la gente busca un high a su medida.
La expresión "drogas de diseñador" ha sido incorrectamente utilizada desde fines de los 70, cuando aparecieron entre la comunidad hippie nuevos usos de sustancias conocidas por la química desde medio siglo antes, como el MDMA. Pero la expresión es más precisa en el contexto de la investigación química, donde el desarrollo de las sustancias requiere de un profesional e instalaciones que no están al alcance de los productores informales.
Ejemplo de esto son las distintas variaciones de canabinoides, comercializados con nombres atrayentes como Spice, K2, mefedrona y M-Cat. (Aquí tenemos un compendio de 10 drogas satanizadas y sobre todo poco estudiadas, por lo mismo poco reguladas en cuanto a su ilegalidad.) Quienes comercializan y quienes consumen estas sustancias están amparados en el desconocimiento de las autoridades, además de etiquetas en las propias sustancias (muchas veces perfectamente comerciales y conseguibles en cualquier farmacia, como el DMX) donde se lee "no apta para consumo humano."
Para el periodista Vaughan Bell, lo que hace de esta una verdadera revolución química más que una "innovación del mercado es la escala y velocidad del desarrollo de drogas." El centro de monitoreo europeo para drogas y adicciones (una agencia similar a la DEA en EU) afirma que el año pasado aparecieron al menos 73 nuevas sustancias solamente el año pasado en el mercado de las drogas. Las matemáticas son sencillas: más de una a la semana; más de 200 en los últimos 5 años.
Cuando el mercado de las drogas legales explotó en la década pasada, los investigadores comenzaron a echar un ojo a la composición de lo que la gente estaba comprando e introduciendo en sus cuerpos para alcanzar estados alterados de conciencia. Lo que encontraron fue neuroquímica dura: sustancias que no podían ser conocidas sino por miembros de la comunidad científica y cuya aparición pública había quedado relegada a publicaciones especializadas.
Este es especialmente el caso de los canabinoides. Los investigadores han manipulado el tetrahidrocanabinol (o THC, la sustancia activa en la cannabis) con fines de investigación, pero no precisamente con el fin de conseguir nuevos tipos de highs. De esto se desprenden un par de conclusiones: al no estar pensadas para ser consumidas por humanos, estas sustancias no cuentan con la investigación que respalde sus efectos, potenciando su peligrosidad (el químico Barry Kidston adquirió Parkinson en los setentas al probar en sí mismo un compuesto que pretendía aportar los mismos efectos de la heroína sin sus terribles consecuencias.)
Pero una segunda conclusión es que las autoridades sanitarias y antinarcóticos simplemente no pueden seguirle el paso al mercado de las drogas. La solución burocrática ha sido criminalizar la posesión, lo que ayuda a la perpetuación de un mercado gris que se mueve entre los consumidores, los productores, los distribuidores y las autoridades. La guerra contra las drogas, para funcionar como operación política, necesita saber al menos quién es y dónde está el enemigo; el problema es que "el enemigo" se transforma incesantemente, adoptando nuevas formas para evadir a la conciencia.