La fascinación que ejercen un escritor sobre sus lectores se debe, parcialmente, al hecho de que este realiza el milagro estético con algo que todas las personas utilizan a diario y en todo el momento: el lenguaje. Esta materia aparentemente tan pedestre y usual queda transformada por los grandes escritores en el fundamento de su magia y la realización de la improbable experiencia estética.
Con todo, lo interesante es que a pesar de moverse por los reinos de lo sublime y lo admirable, los escritores no dejan de ser personas comunes. Es cierto: quizá cuando escriban rocen por un instante los límites de la trascendencia, pero pronto vuelven a los círculos del mundo y, un poco como dice Pierre Michon jugando con la dualidad que se atribuía al cuerpo del rey en la Edad Media, la del cuerpo perecedero del hombre en sí y el cuerpo imperecedero de la monarquía, de nuevo son esas personas que bien podrían pasar por el tendero de la esquina, el hombre que pasa a cobrar la renta, la mujer que nos vende nuestro víveres.
Para ejemplificar esta contradicción inherente a prácticamente todos los artistas, compartimos estas imágenes en que se ve a 20 escritores distintos en actividades propias de su vida diaria, esa cotidianeidad en la que son y no son autores y también en esa misma que nuestra mirada, acostumbrada a verlos situados en determinado estatus, imputa cualidades que quizá no haya: el gesto simplón e insignificante de encender un haban0 adquiere de pronto una importancia vital si quien lo hace es el gordo Lezama, por ejemplo.
Algunas imágenes, así como el pretexto para realizar este post, provienen de esta galería en el sitio The Atlantic, pero en buena medida la memoria y nuestras propias inclinaciones literarias nos llevaron a incluir otros retratos, una selección que, vanamente, quisiera ser amplia, pero que, sabemos de sobra, será siempre insuficiente.
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