La renuncia al mundo ha sido una alternativa de vida practicada desde tiempos remotos, especialmente desde una posición que divide tajantemente la materialidad y la espiritualidad y ve la existencia como la posibilidad de cultivar solo una de estas. Yoguis, eremitas, santos y algunas otras figuras, religiosas con cierta frecuencia, se han inclinado por esto que, desde otra perspectiva, el filósofo esloveno Slavoj Zizek cataloga como un tipo de suicidio.
En la ciudad de México existe a este respecto un caso singular de un hombre que, proveniente de una familia más o menos acaudala, prefiero huir de eso que él consideró una vida “vacía” y “egoísta” y retirarse hacia una más bien austera, dotada con las condiciones mínimas y en la cual la compañía y el contacto humano está sustituido por la de más de cien perros de origen callejero que se han convertido en su familia.
Rafael Carrillo tenía un trabajo estable y bien remunerado, vivía en una de los barrios históricamente identificado con la clase media de la capital mexicana (la Colonia del Valle) y no le faltaban los entretenimientos que proporciona el dinero, hasta que, a sus 29 años, una mañana que salió a correr, dos perros callejeros se le acercaron, a lo cual él contestó con una caricia. A partir de entonces los animales lo acompañaron todas las mañanas.
Esto sucedió en 1988 y, a partir de entonces, el hombre comenzó a reunir animales, con los consecuentes problemas que esto acarreó con sus vecinos. Para evitar conflictos, Rafael tomó una decisión radical: se mudó a una zona boscosa de la ciudad, el Desierto de los Leones, rentó una casa de 500 metros cuadrados de superficie y, además de llevarse a los perros que ya tenía consigo, reunió más, hasta alcanzar los 150.
Con el tiempo pudo adquirir un terreno de mayor tamaño y su labor para con los caninos también se amplió a animales enfermos, heridos o simplemente hambrientos que encontraba en la ciudad, los cuales ha cuidado tanto como le ha sido posible, en todos los aspectos.
“Ellos no viven pensando en el mañana, ni en el ayer, ni critican ni califican; son un gran ejemplo para mí, son mis maestros”, declaró Rafael a un semanario de circulación nacional.
En el aspecto financiero, el hombre y sus acompañantes susbsisten actualmente gracias a las donaciones de sus amigos, quienes le dan dinero o costales de croquetas.
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