A Fabiana Crespo le sucedió algo parecido en la vida real. En un embotellamiento conoció a Maurice, quien sería su marido y el papá de sus dos hijos. “Yo estaba en mi coche con un amigo y él estaba en el suyo con una amiga. Finalmente me convenció y le di mi teléfono”.
Quizá para algunos puede parecer un disparate, pero para los habitantes de Sao Paulo, no tanto. Los viernes por la tarde son una verdadera pesadilla. Los atascos se extienden más allá de los 150 kilómetros y, en un pésimo día, hasta 295 kilómetros. “Es como un mar, un mar de coches”, dice Fabiana mientras espera pacientemente avanzar.
Para esta mujer, un viaje de su casa al trabajo puede durar hasta dos horas, pero aunque los miles de automovilistas se vean afectados por este fenómeno urbano, también hay quienes se benefician: vendedores ambulantes y aquellos que ofrecen servicio de traslados en helicóptero, como Jorge Bitar Neto, propietario de Taxi Aéreo Helimarte. Bitar afirma que su negocio ha crecido 10% anualmente. Sin embargo, está la otra cara de la moneda: el impacto económico negativo.
“Es un número difícil de cuantificar, pero claro está que la dificultad de transitar libremente aumenta los costos de productos y servicios”, dijo Claudio Barbieri, ingeniero de transportes de la Escuela Politécnica UPS. “Si un camión repartidor realiza sólo diez entregas en lugar de 20 ó 30, la compañía necesitará más camiones, lo que significa un aumento de los costos”.
Los embotellamientos son sellos característicos de las grandes urbes. Sin embargo resulta paradójico el fenómeno: “Ponerle fin es imposible porque cuando las calles, autopistas y avenidas están libres, la gente se siente atraída por el uso del auto, repitiendo el ciclo”, dijo Barbieri, quien además sugiere que la verdadera solución se encuentra en un transporte público rápido y eficiente.
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[BBC]