Hombres y mujeres con poderes sobrenaturales y estrambóticas vestimentas… ¿no nos hemos elevado ya, o deberíamos elevarnos de una vez, por encima de estos ingenuos sueños infantiles? ¿No son acaso símbolos del imperialismo mítico con el que el gran país del norte, luego de colonizar nuestras economías, quiere colonizar nuestra imaginación, importándonos sus ídolos? ¿No hemos madurado o deberíamos madurar de una vez para afrontar nuestras condiciones existenciales sin la necesidad de seguir bebiendo de iconos extranjeros de capas y colores gastados? ¿No son acaso más que productos en la estantería del mercado, numerosos ejemplos de la decadencia de nuestra propia cultura? ¿Tenemos derecho aún de disfrutar, identificarnos, sentirnos enriquecidos o conmovidos por cualquier cosa que salga de una mitología como esta?
Desde el punto de vista de la psicología arquetipal, podría decirse que toda la historia de la especie humana puede ser pensada a partir de las relaciones que esta ha establecido con sus fantasías. Es decir, con sus símbolos arquetípicos, con sus dioses. Desde la antigüedad más remota la humanidad ha contemplado el mundo como poblado de dioses: figuras sobrehumanas que personifican fuerzas o atributos universales. Esas manifestaciones del folklore universal que la modernidad ha llamado “mitos” no son otra cosa que sus historias vivientes, el registro extraordinario de sus hechos. Y como hemos
En sus Olimpos posmodernos, los superhéroes o nuevos dioses kyrbinianos reencarnan a los inagotables arquetipos de lo inconsciente en una nueva y compleja mitología. Pues es en los imaginarios e inagotables territorios de la fantasía en donde la psique revela simbólicamente su multifacética naturaleza arquetipal.
En todas las mitologías patriarcales, que tienen al héroe y al soberano como centro de la cultura, los dioses son héroes deificados, héroes que han sido elevados a una condición divina, y habitan, en su consagrada majestad, sobre el reino secular de los hombres. Con una nueva lógica, nuevos valores, pero manteniendo el fecundo y prolífico politeísmo de la psique, las nuevas formas arquetipales de los dioses están presentes en la polifacética mitología de los superhéroes. Nuestros superhéroes no son otra cosa que los héroes divinizados de la última mitología de Occidente. Apolo aún se eleva, brillante con el Sol, y esparce la justicia desde las alturas celestiales, o protege nuestra galaxia con la “llama verde” de su luminosa voluntad. Hades sigue reinando sobre su inframundo, oscuro y solitario, desde las entradas cavernosas de la tierra, esparciendo la venganza de las Erinias sobre calles sombrías y sin esperanza. Thor aún golpea con su trueno y desintegra con un rayo las sombras enemigas de la noche. Hefesto sigue creando maravillosos artefactos, y vuela sobre los cielos en una armadura invulnerable: su poder divino se ha convertido en el inagotable poder de la tecnología. Poseidón es aún es el señor de los océanos, y su imperio se extiende por los siete mares. La sabiduría y la fortaleza femenina de Atenea vive ahora en una poderosa guerrera amazona. Váli, el del arco perfecto, aún dispara sus miles de flechas. Ares y los poderosos titanes habitan en la furia brutal y en la violencia telúrica e incontenible de un científico mutado por rayos gamma. Hermes sigue siendo el más veloz de entre los dioses…
En primer lugar, nos dice que los héroes no están muertos. Que el arquetipo del héroe aún es relevante para nosotros. Nos dice que su numinosa luz aún está viva en nuestra imaginación, que su idealismo resuena todavía en nuestra consciencia posmoderna y sigue siendo significativo para nosotros. Aún ahora, en esta era de desconcierto y desorientación moral y filosófica, carente de ideales absolutos, en crisis con todos sus valores y estructuras sociales, tambaleante entre un cinismo pesimista y un individualismo superficial elevado a los cielos, en fragmentación (o vertiginoso redescubrimiento) de su propio suelo ontológico, y en carencia de una causa o motivo común y colectivo que la unifique en una dirección trascendente más allá del narcisismo consumista e insaciable en el que ha colapsado y que rápidamente la devora a si misma, precipitándola a su propia extinción. Aún ahora.
O especialmente ahora. Justamente ahora.
Existen dos modos principales, a mi parecer, de entender estas mitologías superheróicas, que pueden verse en realidad como la cara pesimista u optimista del mismo fenómeno. El primero es como compensación: los héroes de nuestras fantasías representan la falta de heroísmo e ideales de nuestra actitud consciente. Consumimos héroes para vivir en nuestras fantasías lo que no nos atrevemos a llevar a cabo en la vida “real”.
Pero el segundo modo de entenderlas es opuesto y a la vez complementario al primero. Radica en contemplar las imágenes de nuestra fantasía como símbolos necesarios que resuenan en nuestra consciencia para inspirarnos hacia nuestro futuro desarrollo. “Las imágenes idealistas pueden ser útiles si
A lo largo de los artículos precedentes he intentado introducir una mirada sobre los relatos de superhéroes que sea capaz de tender un puente entre estos y todas mitologías heroicas de la antigüedad. La psicología arquetipal, a mi parecer, nos provee de una llave hermenéutica que permite explorar nuestras fantasías imaginativas desde un punto de vista más profundo y más amplio, ayudándonos a tender ese puente hacia el otro lado. Porque es ese puente el que vincula los sueños y las fantasías fascinantes de nuestra imaginación posmoderna con los sueños y las fantasías que fascinaron la imaginación de todas las humanidades que nos precedieron. Es el puente que nos une al reconocimiento de la importancia simbólica que estos sueños y fantasías han tenido y tienen todavía hoy para nosotros. En otras palabras, es el puente que nos une a nuestra propia alma.