La psicología analítica nos ha enseñado que los mitos son las historias del alma. Si queremos comprender la psique occidental, tenemos que estudiar sus mitos.
Patrick Harpur, El Fuego Secreto de los Filósofos.
La figura del héroe, ese individuo extraordinario y semi-divino que lleva a cabo extraordinarias hazañas dotado de virtudes y poderes superiores a los de los simples mortales, es una constante histórica en todas las culturas. Sus primeras historias vivientes, los registros extraordinarios de sus hechos, se remontan a la era mitológica. Zeus, Heracles, Sanson, Aquiles y Lancelot son algunos de los nombres más conocidos que este héroe universal ha llevado desde la lejana era del mito y la leyenda.
Para la mentalidad mítica, pre-lógica y pre-filosófica, el mito no era concebido como una expresión artística del pensamiento o el sentimiento humano ni como una fábula ni como un género de la literatura oral. Como señaló el psicólogo analítico Wolfgang Giegerich: “el hombre no se había vuelto aún un hombre psicológico, no había sitio para la creencia o la fe en lo que los mitos cuentan. El mito era inmediatamente la verdad de la naturaleza y la vida, era el conocimiento de la naturaleza.” En tanto el hombre de las culturas orales no consideraba a su psique como separada de la naturaleza, el mito no era considerado una creación humana y subjetiva, era objetivamente la voz de la naturaleza expresándose a través de los hombres. Porque, en las poéticas palabras del mitólogo Joseph Campbell: “los símbolos de la mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo la fuerza germinal de su fuente.”
Para la antropología clásica del siglo XIX, el “mito” como tal se extinguió cuando la mentalidad mítica de las culturas orales fue reemplazada por la mentalidad filosófico/racional de las culturas basadas en la escritura. Sin embargo, los estudios sobre hermenéutica simbólica encabezados principalmente por Carl Gustav Jung y Mircea Eliade durante la primera mitad del siglo XX comenzaron a revelar un enfoque muy diferente sobre el mito. La razón de que los relatos míticos e imaginativos nunca hayan dejado de representarse a la consciencia humana a pesar del desarrollo de la filosofía y de la ciencia, comprendió Jung, residía en que existe en estos relatos un valor simbólico – no literal – que constituye un alimento indispensable para la cultura. Fundamentalmente, la psicología junguiana había puesto al descubierto como los motivos esenciales de los mitos ancestrales constituían una serie de núcleos de sentido recurrentes que de ningún modo habían agotado sus representaciones en el mito primordial, sino que han seguido manifestándose como motivos esenciales de todas las expresiones humanas, de todas las culturas y de todos los tiempos, tanto en la religión, como en la literatura, tanto en la filosofía como en los sueños del hombre moderno. A estos motivos esenciales, Jung denominó arquetipos, las estructuras o moldes simbólicos fundamentales de la psique.
A través de sus imaginativas fantasías, el mito está expresando metafóricamente las realidades arquetipales de la psique, así como las dramáticas relaciones arquetipales que son significativas para la cultura y el momento histórico en que este se manifiesta y cobra forma. Pues es la existencia de estos arquetipos lo que hace que las fantasías más inverosímiles del mito sean sin embargo significativas para nuestra consciencia, ya que el arquetipo convierte a todo mito y a toda mitología en símbolos de una realidad interior, metáforas de una realidad psíquica. La psicoterapeuta junguiana Francis Vaughan definió a los mitos como “sueños colectivos que reflejan la condición humana” (Sombras de lo Sagrado, 1996). En otras palabras, imágenes del alma.
Por esta razón, como explicó Campbell, estos sistemas míticos de significación colectiva que antes se manifestaban en la consciencia, al ser reemplazados por la forma lógica de ver el mundo, no fueron, de hecho, anulados, sino que siguieron manifestándose en el inconsciente, que es su matriz y su fuente, tomando forma en los sueños del ser humano, y manifestándose en su vida consciente a través de su expresión estética y simbólica: el arte. El surgimiento de conceptos seculares tales como “poesía”, “literatura” y “ficción” serían metáforas sociales aceptables para seguir expresando y recreando simbólicamente los motivos arquetipales del inconsciente de una forma que fuera admisible para el literalismo de la consciencia racional, al que tan difícil le es comprender y aceptar las realidades simbólicas de la psique. Vistos bajo esta luz, los mitos dejan de ser, como los imaginó la antropología clásica, esos relatos de tiempos primitivos y supersticiosos que hoy en día consumimos raramente como piezas de ficción para revivir en nuestra consciencia como un autentico y resplandeciente panteón de símbolos.
Uno de los arquetipos principales descubiertos por Jung es el del Héroe, y una de sus manifestaciones mitológicas más populares de los últimos setenta años es la de los superhéroes. Las historias de superhéroes no han dejado de multiplicarse desde que el primero de ellos, Superman, viera su aparición en Action Comics en 1938. Desde entonces, los héroes enfundados en llamativas vestimentas, dotados de poderes celestiales y armados de elevadas virtudes morales, no han dejado de vivir aventuras interminables tanto en la imaginación de la sociedad moderna como en prácticamente todas las formas de representación estética: historieta, animación, cine, radio, televisión, teatro, incluso literatura, y su notable influencia como fenómeno cultural no parece estar disminuyendo con el tiempo, sino por el contrario, parece estar creciendo. Hoy en día, los superhéroes parecen estar más vivos que nunca, sino tanto en las clásicas viñetas que los vieron nacer como en el cine, cuyas adaptaciones se han convertido, en los últimos años, en la mayoría de los estrenos cinematográficos más taquilleros del mundo, convocando al público de todas las edades para presenciar sus aventuras durante múltiples secuelas.
Chris Claremont, el clásico guionista de los X-Men de los 80, fue el primero en decirlo: “los superhéroes quizá son la mitología de Estados Unidos, cuyos héroes -David Crokett, Buffalo Bili, G. A. Custer- y gestas más antiguas no tienen mas de 200 o 300 años. Estados Unidos no tiene una mitología propia. Escandinavia tiene sus sagas y leyendas, Germania su épica, España tiene al Cid. Nosotros no tenemos héroes mitológicos, nuestros héroes son muy jóvenes aún”.
Sin embargo, si los superhéroes tuvieron sus cunas en el gran país del norte, su influencia pronto se trasladaría con fuerza prácticamente a todo Occidente, sin perder su poder de fascinación en otras regiones y contextos. ¿Podemos afirmar que semejante influencia se explique meramente por el imperialismo cultural norteamericano o por los rasgos actuales de la cultura moderna, enajenada por el consumo de productos visuales sorprendentes, y por el escape al mundo de la fantasía y del espectáculo sin sentido? ¿O deberíamos suponer que la relevancia de estos personajes y estas figuras es tal porque tienen un sentido para nuestra cultura, porque, pese a todos sus simbolismos locales, parecen resonar en una universalidad de contextos?
Guillermo del Toro, responsable de las dos adaptaciones cinematográficas de Hellboy, sostiene algo muy similar a esto: “El mundo necesita una nueva mitología, y ésa es la de los superhéroes… Hay una demanda de una mitología fresca y aceptable para los jóvenes. El superhéroe representa al Aquiles, al Héctor de nuestros días”. El hecho de que aparezcan cada vez más películas de superhéroes no se debe, sostiene del Toro, a una falta de imaginación, sino a “la necesidad de crear ficción en un mundo que progresivamente se olvida del aspecto espiritual, que no cree en la magia ni en las cosas abstractas y sólo en lo material y en lo inmediato… Este es un período política y humanamente muy desconcertante, en el que se ha producido un serio retroceso en la línea ética de la humanidad como especie y se requiere de un replanteamiento de la existencia en términos heroicos”.
A los ojos de la psicología arquetipal, podríamos decir que el mito del superhéroe, con una subjetividad cultural en parte norteamericana y en parte intrínsecamente posmoderna y transcultural, se presenta actualmente como el símbolo más fuerte del arquetipo del héroe. No es una audacia suponer que el simbolismo arquetípico de los superhéroes es a fin de cuentas lo que hizo que lleguen a ser tan populares y que de a poco hayan ido abriéndose camino más allá de las páginas de las historietas y convertido, en el mundo de la imagen y de los productos culturales, en una forma colectiva de mitología moderna.
En la segunda parte de este ensayo exploraremos la estructura simbólica del arquetipo del héroe, y veremos cuan plenamente esta se actualiza en los modernos relatos de superhéroes partiendo del primero de todos ellos, padre y modelo de la extensa cadena de héroes y heroínas que vendrían detrás de él: Superman, el Hombre de Acero.