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El Rizoma, un concepto desarrollado por Gilles Deleuze y Félix Guattari, propone entender la realidad, el conocimiento y la identidad como redes abiertas, sin jerarquías ni centros fijos. Desde esta perspectiva, la multiplicidad, el devenir y la conexión permanente se vuelven claves para pensar nuevas formas de libertad y resistencia.

El filósofo postestructuralista francés Gilles Deleuze (1925-1995) es conocido por pensar, entre una vastedad de conceptos, en el devenir y la apertura de procesos sobre aquello que definimos como la realidad. En cierto sentido, su apuesta filosófica finca sus bases en una ontología múltiple que se distancia de los modelos unitarios y jerárquicos del pensamiento occidental —es claro cuando critica en su texto sobre el rizoma la costumbre que tenemos de pensar sobre los orígenes, buscando un fundamento, una raíz, un universal.

Esta ontología no busca un fundamento último ni un principio originario, sino que afirma la diferencia y la multiplicidad como condiciones constitutivas de lo real. Es en este horizonte donde emerge el concepto de rizoma, desarrollado junto con Félix Guattari, como una figura clave para pensar una realidad sin centro, sin jerarquías y sin teleologías. Un rizoma susceptible de tener ramificaciones hacia cualquier parte, no tiene un centro.

La ontología múltiple deleuziana implica una crítica radical a las estructuras arborescentes que han organizado históricamente el conocimiento, y que a su vez han determinado las formas en que entendemos y construimos la realidad: aquellas que parten de una raíz, se despliegan en un tronco y se ramifican según un orden preestablecido. 

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Podemos pensar aquí cómo realiza la crítica al mito de Edipo, fundante de la cultura occidental y determinante, en términos de Freud, de nuestra psique. Frente a este modelo, el rizoma se presenta como una configuración no jerárquica, en la que cualquier punto puede conectarse con cualquier otro. Es más bien un ensamblaje de condiciones múltiples y diversas, muchas de ellas no previstas. No hay un origen privilegiado ni una dirección única del sentido, sino una proliferación de conexiones heterogéneas que se expanden de manera imprevisible. Pensar desde el rizoma supone, así, abandonar la lógica de la subordinación y del fundamento para asumir una realidad compuesta por entramados dinámicos; ellos pueden provenir desde lo económico, lo político, desde luego lo social, vinculado a partir de nuestro deseo.

En este marco, la multiplicidad no debe entenderse como una suma de elementos, sino como una condición ontológica. Si nos posicionamos desde esta perspectiva, lo real no está compuesto por identidades fijas que luego se relacionan, sino que existe siempre como relación, como red de fuerzas en interacción constante. De ahí devendría la noción de Deleuze de subjetividad, vista como una serie de afecciones y afectos que nos cruzan pero que nunca nos determinan de manera cerrada. Somos un ente compuesto por múltiples percepciones, afecciones, deseos cambiantes, malestares, pensamientos que suceden en un cuerpo, en nuestro cuerpo.

La ontología deleuziana, lejos de buscar una explicación totalizante del mundo, afirma la diferencia como principio productivo: lo que existe no se define por su identidad, sino por sus conexiones, sus variaciones y sus posibilidades de transformación.

Aparte de la condición ontológica que abre el rizoma es posible pensarlo también como un principio metodológico. Deleuze y Guattari insisten en que el pensamiento no debe reproducir modelos ni representar una realidad ya dada, sino cartografiar procesos en movimiento. El método rizomático privilegia la conexión sobre la clasificación, la experimentación sobre la interpretación y la apertura sobre el cierre conceptual. Conocer, entonces, deja de ser una operación de reconocimiento para convertirse en una práctica que produce sentido.

Pensar rizomáticamente no implica buscar la verdad última de un fenómeno, sino explorar sus líneas de fuga, sus devenires posibles y sus conexiones inesperadas. De ahí que pensemos también en nuestra condición como máquinas de deseo interconectadas. El pensamiento se concibe como una práctica creativa y situada, capaz de abrir nuevos campos de problematización en lugar de clausurarlos. La filosofía, en este sentido, deja de ser un sistema cerrado para devenir una actividad que experimenta.

Desde esta perspectiva, el sujeto ya no puede concebirse como una entidad coherente y cerrada sobre sí misma, sino como un ensamblaje en constante mutación. Identidades como el género, la subjetividad o la pertenencia social pueden ser entendidas como efectos provisionales de múltiples fuerzas históricas, sociales y políticas. El rizoma sería una herramienta conceptual que permite desarticular los dispositivos que fijan, normalizan y jerarquizan las identidades, abriendo espacio para formas de existencia no normativas.

Es por ello que las implicaciones políticas y epistemológicas del pensamiento rizomático son de gran calado. Al cuestionar los saberes totalizantes y las narrativas unificadoras, el rizoma habilita formas de conocimiento situadas, parciales y contingentes. En lugar de aspirar a una verdad universal, se reconoce la coexistencia de múltiples perspectivas que se entrecruzan y se transforman mutuamente, sin que ninguna pueda reclamar una posición de superioridad.

En el plano político, esta concepción permite pensar el poder no como una estructura vertical y centralizada, sino como una red de relaciones que atraviesan cuerpos, discursos y prácticas cotidianas. Luego, el énfasis recae en las micropolíticas y las formas de resistencia que emergen en los intersticios de lo social. La crítica, desde una perspectiva rizomática, no se dirige únicamente a los grandes sistemas de dominación, sino también a los mecanismos sutiles mediante los cuales se producen obediencia, normalización y subjetivación.

Pensar nuestras existencias con esta apertura, en un lugar del devenir y de conexión, posiblemente nos haría replantear muchas de nuestras prácticas y creencias para dirigirse, por lo menos de manera cercana, a una noción de libertad.

Alicia Valentina Tolentino Sanjuan es socióloga y Maestra en Filosofía por la UNAM. Doctorante en Humanidades, línea Filosofía Moral y Política (UAM). Editora en Viceversa. Investiga sobre subjetividad a partir del cambio tecnológico; también sobre feminismos y literatura. Es miembro activo de la Red Mexicana de Mujeres Filósofas y miembro de la Revista de filosofía Reflexiones Marginales Saberes de la Frontera, de la UNAM. 

 


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