"Tauroética": el libro de Fernando Savater que señala el moralismo en las discusiones a propósito de la tauromaquia
Libros
Por: Carolina De La Torre - 03/25/2025
Por: Carolina De La Torre - 03/25/2025
Cuando un filósofo como Fernando Savater se adentra en el universo de la tauromaquia, no lo hace para ofrecer respuestas definitivas ni para sumarse al maniqueísmo de quienes defienden o atacan la tradición con la vehemencia de una cruzada moral. En su libro Tauroética, publicado originalmente en 2011, lo que propone es algo mucho más inquietante: una reflexión filosófica sobre el moralismo que, tanto desde el bando anti-taurino como desde los defensores de la fiesta, suele distorsionar el verdadero debate sobre la tauromaquia.
Savater no nos ofrece un argumento a favor de la brutalidad, ni tampoco una condena absoluta a la tradición. Su propuesta es una mirada que busca entender la tauromaquia no solo como una practica, sino como una estructura profundamente impregnada de ideología, poder y moralidad. Es alrededor de esto donde se encuentra la principal crítica que nos lanza: la tauromaquia, como todo en la vida, no debe ser juzgada con los lentes manchados de un moralismo simplista, que solo termina por comprimir lo que tiene una complejidad histórica, cultural y filosófica a una postura maniquea.
En Tauroética, Savater cuestiona la división impuesta entre los que ven en el toreo un arte y los que lo perciben únicamente como una barbarie. Los anti-taurinos, en su mayoría, nos presentan una visión del toro como un ser puro, un símbolo de resistencia frente a la crueldad humana. Por otro lado, los defensores de la fiesta apelan a la tradición, al honor de la España profunda, para justificar la continuidad de una práctica que, aunque heredada de tiempos remotos, debería ser vista con ojos del siglo XXI.
Ambos extremos son, para Savater, simplificaciones de un debate que debería ser mucho más profundo. El moralismo anti-taurino, con su carga emocional y su urgencia de erradicar lo "salvaje" y lo "inhumano", no solo ignora las complejidades de las culturas que han dado origen a la fiesta, sino que también cae en el peligro de imponer un estándar moral que no necesariamente responde a las realidades de las sociedades que participan en esta tradición. De la misma manera, la defensa de la tauromaquia como arte inmortal, sin cuestionar sus implicaciones éticas y su relación con el sufrimiento animal, se convierte en un ejercicio de ceguera moral que no está dispuesto a reconocer que, a pesar de la tracidición, el toreo siempre será un acto violento y cruel.
Aquí radica la pregunta crucial: ¿es la tauromaquia un arte o un acto de violencia aceptada socialmente? Para Savater, esta pregunta no puede ser respondida desde una postura moralina que busque imponer una verdad absoluta, sino desde una reflexión profunda sobre lo que implica el sufrimiento, la muerte y la cultura. En lugar de caer en la extremista trampa del "todo o nada", el filósofo propone un análisis de las razones, los valores y las emociones que nacen de las posturas extremas.
Lo cierto es que, mientras los moralistas continúan polarizando el debate, el verdadero problema de la tauromaquia no radica en si es buena o mala moralmente, sino en cómo esta práctica refleja los dilemas de una sociedad que, por un lado, se considera avanzada y civilizada, pero por otro, aún se alimenta de rituales de muerte que evocan a un pasado lejano. La cuestión no es si debemos abolir la tauromaquia o seguir celebrándola, sino cómo enfrentamos la hipocresía de una sociedad que disfruta de los espectáculos de sufrimiento ajeno, ya sea en una plaza de toros, en una pantalla de cine o en el consumo cotidiano de productos que explotan a los animales.
Tauroética no nos da respuestas fáciles o concretas, y eso es lo que más incomoda. Nos obliga a reflexionar sobre nuestras propias contradicciones y a cuestionar si realmente estamos dispuestos a mirar de frente la relación entre arte, moralidad, violencia y nuestras propias creencias. No se trata de juzgar si el toro sufre más que el hombre, sino de darnos cuenta de que, como seres humanos, el sufrimiento del otro nunca ha sido un simple espectáculo. A veces, el mayor mal moral es el que nos impide ver la violencia oculta en lo que celebramos, y Savater lo señala.
Al final, lo que queda claro es que tanto los defensores como los detractores de la tauromaquia se sitúan en una posición moral cómoda, que evita cuestionarse la raíz de lo que defienden o atacan.
En lugar de caer en una de estas posturas extremas, tal vez lo más sabio sea abrir un espacio para la reflexión y aceptar que, en cuestiones tan complejas como la tauromaquia, no hay respuestas sencillas.