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James Clear propone un mundo donde la productividad se mide en pequeños ajustes conductuales, pero su enfoque ignora las profundidades del ser humano

En el aparente ruido de la autoayuda, Hábitos atómicos de James Clear brilla como un faro, pero su luz no es más que un destello frío que parece ignorar las complejidades que habitan en la profundidad del ser humano. Sí, el libro es una recopilación pulida de estrategias conductuales: señales que desencadenan hábitos, recompensas que refuerzan comportamientos, y la promesa de que mejorar un 1% diario llevará a resultados extraordinarios. Pero, ¿realmente un pequeño ajuste conductual puede transformar la vida? ¿Qué queda de la esencia humana cuando todo se reduce a un juego de estímulos y respuestas?

Clear, como un hábil arquitecto del comportamiento, diseña un sistema donde los seres humanos se convierten en piezas de una maquinaria perfecta, sin fisuras ni grietas. En su mundo, los hábitos se establecen con la misma precisión con la que se ensamblan piezas de una máquina: hacer algo obvio, atractivo, fácil y satisfactorio. ¿Es eso todo lo que somos? ¿Un cúmulo de impulsos condicionados y reacciones sistémicas? El enfoque conductual, que se arrastra desde las bases de la psicología conductista, no considera las profundidades del ser humano que van más allá de la pura respuesta a estímulos externos. La psicología conductual puede quizá mejorar rutinas, pero no puede transformar el alma, esa dimensión más compleja que la simple acumulación de hábitos predecibles.

Carl Jung, en su vasta exploración de la psique humana, también abordó el papel de los comportamientos, pero en su visión el ser humano es mucho más que un conjunto de respuestas predeterminadas. Para Jung, no basta con cambiar las conductas en una secuencia determinada; es necesario un proceso de individualización, un viaje hacia la integración de las diferentes partes del yo: los arquetipos, el inconsciente, las sombras. Esta visión profunda del ser humano reconoce que los cambios más significativos ocurren en las capas internas de la psique, no en simples ajustes superficiales.

El libro promueve una eficiencia que, si bien puede resultar efectiva a corto plazo, deja a los individuos atrapados en un ciclo sin fin, sin espacio para la reflexión ni para la capacidad de cuestionarse. Claro, es seductor creer que la solución a todos nuestros problemas se encontrará en hacer algo durante dos minutos, en dejar la ropa preparada para el ejercicio e inclusive planear cada movimiento para esperar la respuesta que uno busca del otro, pero el vacío existencial sigue presente, aunque se oculte bajo la fachada de la productividad y éxito.

Desde una perspectiva conductualista, todo está programado, todo puede ser reforzado o castigado, pero eso despoja al ser humano de la capacidad de trascender más allá de sus reacciones condicionadas. El alma, ese concepto tan escurridizo, no cabe en el pequeño espacio que Clear propone. Nos presenta un universo donde las emociones y los pensamientos se convierten en meros pasajeros secundarios, y donde la construcción de la identidad se reduce a una acumulación de acciones predecibles. "Sé el tipo de persona que deseas ser", es su mantra, pero, ¿qué pasa con los vacíos internos, con las luchas psicológicas que no se resuelven con la simple sustitución de un hábito por otro?

En última instancia, el enfoque conductual de Hábitos atómicos puede ser efectivo en la superficie, pero lo que queda es una visión reduccionista del ser humano. Como una receta matemática para el éxito, ignora las complejidades del alma, las grietas en las que se encuentra la verdadera transformación, ese terreno donde habita lo humano y lo inexplicable.

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