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Marcada por la enfermedad y una fe inquebrantable, la autora transformó la literatura sureña con relatos brutales e irónicos. Hoy, su legado sigue dividiendo opiniones.

Entre el misterio y la incomodidad, el legado de Flannery O'Connor persiste como un animal extraño. Su prosa, voraz y perturbadora, creó un sur estadounidense de ecos bíblicos donde la gracia aparecía entre el el absurdo y la violencia. A cien años de su nacimiento, la pregunta no es solo si su obra sigue vigente, sino qué hacemos con sus sombras que la rodean.

O'Connor nació en 1925 en Savannah, Georgia, y aunque su vida fue breve—murió a los 39 años a causa del lupus—, dejó una serie de cuentos y dos novelas que la convirtieron en una de las voces más singulares de la literatura del siglo XX. Su estilo se inscribe en la tradición gótica sureña, donde lo grotesco no es solo un recurso narrativo, sino una forma de vislumbrar lo más oscuro del alma humana. Es ahí donde su literatura se vuelve incómoda: el racismo de la sociedad en la que creció aparece en su obra de manera ambigua, a veces como objeto de crítica, otras como una sombra que la perfora. En sus cartas personales, O'Connor expresó comentarios que hoy resultan inaceptables, lo que ha llevado a cuestionamientos sobre hasta qué punto su visión era realmente crítica o si, en el fondo, se reflejaba la intolerancia de su tiempo.

A pesar de esto, sus historias resisten el paso del tiempo. En "Un buen hombre es difícil de encontrar", la violencia es el estímulo de una revelación casi mística, el clasismo y el racismo se mezclan con la ironía cruel del destino. Sus personajes, grotescos y trágicos, parecen movidos por fuerzas más grandes que ellos mismos, como si el libre albedrío fuera solo una ilusión.

En 2023, la película Wildcat –dirigida por Ethan Hawke y protagonizada por su hija Maya Hawke– intentó capturar la esencia de O'Connor sin profundizar en la controversia sobre su racismo. En lugar de ello, el filme se enfocó en su obsesión con la fe y el sacrificio, una visión que, aunque fiel a la escritora, evitó el debate más incómodo.

La literatura de O'Connor no ofrece respuestas fáciles ni consuelo; su valor radica en la incomodidad que genera, en su capacidad de sacudir, de enfrentarnos a lo grotesco dentro y fuera de nosotros. Pero leerla hoy exige también una mirada crítica, una conciencia de que la literatura, como el tiempo, no es estática: la relectura es, a fin de cuentas, una forma de diálogo.

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