Filosofía de la mente: niños que son copias, zombis, almas o sueños
Filosofía
Por: Alejandro Massa Varela - 01/14/2025
Por: Alejandro Massa Varela - 01/14/2025
Yo tomé clases de natación durante toda la primaria. Quiero utilizar este contexto para contar una historia imaginaria o proponer un ejercicio mental sobre mí o sobre otro yo. Imaginemos, entonces, que estoy a la mitad de la primaria, con unos nueve años:
Si me ahogara al dar mal un clavado en una piscina, pero la información que tengo de toda mi corta vida hubiera viajado a otro niño igual a mí, un niño que mira atrás como creo que yo lo estoy haciendo ahora mismo, ¿quién sería, entonces, ese ñoño de cara morada sobre la plancha de una morgue, ese cadáver de nueve años que tendrá un funeral infantil? Ese nuevo niño que recuerda cómo quise que fuera mi primer beso o cómo fue aquel beso, más o menos, decepcionante: tendría que ser estas imágenes. Una información que no pasa literalmente sobre o ante sus ojos. Me refiero a algo constitutivo: que el niño es eso que está viendo.
En esta historia imaginaria o ejercicio mental, los ojos del primer niño se cerraron y no regresó, queda claro, pero resulta mucho más complicado asegurar si son un mismo hecho estas dos series de posibilidades, una serie 1, 2 y 3, y una serie a, b, c:
1) El segundo niño cree que fue el primero.
2) El segundo niño cree que alguna vez estuvo vivo otro exactamente igual a él.
3) El segundo niño cree lo que recuerda, nació cuando nació.
a) El primer niño despertó y no morirá nunca porque, incluso, podría ser un tercero.
b) ¿Cómo que soy un segundo niño? ¡¿De qué me hablan?!
c) El primer niño despertó, pero alguien murió ahogado.
Estas dos series de posibilidades suponen el mismo problema sobre la identidad que se planteó el filósofo británico Jonathan Dancy en su más famoso ejercicio mental, “un cerebro en una cubeta”, un experimento que ya es un clásico en la filosofía de la mente:
Usted no sabe que no es un cerebro suspendido en una cubeta llena de líquido en un laboratorio y conectada a un computador que lo alimenta con sus experiencias actuales bajo el control de algún ingenioso científico (benévolo o maligno). Puesto que, si usted fuera un cerebro así, asumiendo que el científico es exitoso, nada dentro de sus experiencias podría revelar que usted lo es; ya que sus experiencias son, según la hipótesis, idénticas con las de algo que no es un cerebro en la cubeta. Como usted solo tiene sus propias experiencias para saberlo, y esas experiencias son las mismas en cualquier situación, nada podría mostrarle cuál de las dos situaciones es la real.
Sin embargo, el experimento de Dancy y aquella primera serie de posibilidades son más inquietantes a la luz de la segunda serie acerca de una rara continuidad impensable.
¿Yo soy el primer niño que encontraron flotando boca abajo? Si yo estuviera absolutamente seguro de ser el segundo niño desde que tengo memoria, tanto así que lo reconociera diciendo mi propio nombre, Alex, Alekséi, Andrés o Itadori, ¿mi pasado de verdad sería el mío? ¿Habría sido también el primer niño o solo soy una copia? ¿Un tercero sería yo u otro?
Si ahora muriera atropellado, ¿moriría por segunda o por primera vez? Saber esto podría decirme quién soy, o quizá no. Una opción implica que ambos niños son iguales, y la otra que son el mismo niño. ¿El segundo sabe lo que es morir porque el primero murió? De no saberlo, ¿esto se debe a que el segundo niño está vivo o a que el primero lo está? ¿Podría recordar lo que es morir por ese incidente de la piscina, o hace falta que me atropellen para saber lo que es la muerte? Esto me lleva a preguntarme si ¿la muerte de verdad ocurre? Digo, ¿cómo podría estar definitivamente muerto? ¿Cuál es la manera de saber si en verdad estoy vivo?
Todo se complica si me atrevo a cambiar un poco esta historia imaginaria o ejercicio mental: Voy a agregar un “detalle” como que la maestra de natación llegó a clase media hora más temprano, me vio pataleando, luchando por respirar. Eso quiere decir que el primer niño fue rescatado y vivió, pero si, de todas maneras, Dios o un científico experto en un campo como “ingeniería de la personalidad” hace aparecer a ese segundo niño, ¿dónde estaría yo?
Ambos niños estarían seguros de ser “el niño”. ¿Eso es lo que estarían entendiendo como ellos mismos o como estar vivo? Probablemente lo único seguro debido a aquel detalle o cambio es que ambos estarían convencidos de ser distintos o de no ser el otro.
¿Yo podría aparecer en dos cerebros diferentes? ¿Debería pensar, entonces, que soy hechos que le pasan a esos cerebros o al universo? ¿Y qué hago con esta sensación de que ser yo “solo yo”, distinto de este pequeño planeta, y también algo así como “conocerlo”, como si hubiéramos aparecido al mismo tiempo? No veo la diferencia y tampoco podrían verla los dos niños. Pero si hay dos niños diferentes, de un momento a otro empezarán a vivir vidas separadas, vidas diferentes que no son la misma. Toda forma de vida puede definirse así.
¿Cómo se siente la inmortalidad? Esta pregunta pienso que no la plantea ni la gente religiosa ni la gente que apoya el transhumanismo. Es una pregunta tiene mucho de un problema de identidad, uno tan antiguo como Sócrates, como el rinoceronte, el caracol, incluso, el pino o un agujero negro. Esto quizá no tiene que ver con preguntas como: ¿Quién soy yo? ¿Quién anda ahí? Quizá ayuda preguntarnos: ¿Qué he sido? ¿Qué ha pasado? Lo único que aparece son imágenes, y estas son apenas reminiscencias de una cronología increíblemente larga, ancestral y previa a lo que para mí pueda ser una historia o algo que pueda entender como mi propia mente o como yo mismo. ¿Cuáles de esas imágenes no he imaginado? ¿Cuáles podrían ser vistas aunque yo no creyera estarlas viendo? Puede ser cierto que soy exterior a mí mismo.
¿Y si todo es un sueño? Pienso que deberíamos tomarnos esta pregunta totalmente en serio y, a la vez, de manera muy tonta. No tiene una respuesta que tenga que ver con algo así como “darme cuenta” o “descubrir la verdad”. ¿Y si todo es un sueño y no le está “pasando” a nadie dormido? En palabras de la Doctora Yui Ikari del anime Neon Genesis Evangelion. Es decir, en palabras de Hideaki Anno, su creador, el soñador, o de este personaje soñado:
Entre una persona y otra, hay una puerta que no puede verse.
Si dejamos esa puerta abierta, ¿a cada lado hay dos personas, una sola que imagina a la otra, o nada, nada en absoluto? ¿Eso abierto lo ocupa un mundo? Imposible saberlo aunque creamos ver un mundo. Quizá veo esa puerta, pero eso es todo lo que puedo ver. El espacio no puede verse y necesita la destrucción de todas las puertas y de todos los ojos.
Si el segundo niño solo fuera un sueño del primero, ¿por qué ese niño original no podría ser también producto de una imaginación? Lo pregunto porque, si el segundo resulta ser una especie de copia, aun así absolutamente convencida de haber celebrado uno de sus cumpleaños en un campo de gotcha, en un restaurante de hamburguesas o en su escuela a la hora del recreo, aunque este no sea un recuerdo suyo, algo que en verdad le ocurrió, al menos desde cierto planteamiento, no importa si es falso: el primer niño también podría estar convencido de ciertas cosas que jamás han ocurrido. Ante esta incertidumbre, puede ser interesante y de ayuda otro famoso ejercicio mental, “el zombi filosófico” del filósofo australiano David Chalmers:
Un zombi creado en un laboratorio o en un rito vudú debe entenderse como un cuerpo que cuenta con una réplica de un cerebro funcional. Un zombi podría comportarse igual y ser físicamente idéntico a un ser humano. No obstante, quizá carece de “qualia” o de subjetividad. Si se pinchara el dedo índice, tendrían lugar fenómenos biológicos idénticos a los que yo, un humano con cerebro humano, podría tener. El zombi reaccionaría con un gesto de dolor, pero sin eso que digo haber conocido como “sentir”. El zombi también sería capaz de ver colores y nombrarlos correctamente si es sometido a una prueba visual, de la misma manera en que podría hacerlo una inteligencia artificial sofisticada. Pero ninguno llegaría a ser eso que yo digo ser a veces: “una sensación de color”.
Por la palabra “qualia” se entienden distintas cosas. La imagen de algo rico, de algo feo, del botón de una rosa que puede compararse con el botón de una nube en un cielo que, en un momento, dado alguien sopló. Pero estas imágenes sugieren algo así como creer que uno mismo es que haya alguna imagen, no importa cuál. No cuento con una imagen de mí mismo, pero esto es algo así como que cualquier imagen pudiera ser “que la vea”, una imagen particular, algo que sea ser una imagen y algo que sea ver una imagen. Mi identidad quizá no es eso visible, pero no puedo separar “imagen” y “ver una imagen”. Aunque estuviera equivocado: creo que las cosas están en algún lugar porque yo las veo. Esto que creo quizá no lo puedo explicar, pero tampoco lo he imaginado. De otro modo, implicaría algo así como imaginar mi imaginación o haber imaginado todas las cosas o todos los hechos. Y, sin embargo, mi identidad no es una imagen. Es probable que el filósofo, poeta, pintor y místico William Blake hablara así de esta verdad:
Aquello que existe sin realizar esfuerzo alguno.
Si intentará imaginar cómo sería un universo del que yo ya no formara parte, por ejemplo, si hubiera muerto ahogado en una piscina a los nueve años: tendría que dejar de imaginar. Morir tiene que ser que mis ojos no puedan ser hallados en ningún lugar, como si se hubieran reventado en otra luz, la posibilidad de otros ojos. No obstante, y por definición, no importa qué es lo que entienda por qualia, esta no puede ser objetiva. Por compleja que sea mi experiencia y por mucho que solo vea ramas de colores, la base simple de ese árbol es que a mí me parezca que la única persona real soy yo, que solo yo tengo esa propiedad o qualia. ¿Cómo saber si el primer niño, el segundo o cualquier otro es o no un zombi de Chalmers? ¿Para alguno de ellos sentir es algo así como ser el único niño que existe? Y es muy loco pensarlo: si poder sentir es exactamente esto, entonces, no importa quién sea. Podría ser cualquier persona porque, sea quien sea mi persona, creería que yo soy y que soy yo. Como afirmaba el matemático alemán Bernhard Riemann:
El espacio continuo tetradimensional se curva sobre sí mismo y carece de exterior.
¿Podría no morir si no lo recuerdo? Voy a suponer que mi vida está en manos de un grupo de científicos o de ángeles detrás de un ordenador universal capacitado para resetear o ligar cualquier cosa. A los diez años, muero atropellado por un carro. A los once, soy atacado por un enjambre de avispas. Y a los doce, me caigo de un acantilado al intentar tomarme una selfie. Si pudieran encontrarme un cuerpo nuevo cada vez o con cada muerte, un cuerpo exactamente igual al anterior, una “máquina” para “mi fantasma”, ¿yo habría muerto muchas veces o yo sería inmortal? En cualquiera de estas dos posibilidades no habría imaginado la muerte, pero, entonces, ¿cómo puedo saber si sueño este universo o si soy solo un sueño?
¿Cómo saber si mi existencia es ser yo, lo que implicaría que no soy un cerebro en una cubeta de Dancy o un zombi de Chalmers? No importa si se trata de un cerebro inmortal con más vidas que un gato o de un no muerto que sea la copia de otra copia de otro zombi: La única prueba de que yo existo es que yo lo creo. Y lo único cierto es que, sea lo que sea “ver”, no es distinto de como vería las cosas un inmortal o un muerto. ¿Esto no suena muy raro?