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¿Se puede ser cristiano y no creer literalmente en la resurrección o en la encarnación de Jesucristo? ¿Dios es mitología o solo un mito más? ¿Se puede ser, dentro de un mismo proceso espiritual, ateo y cristiano? ¿Es la literalidad lo que hace imposible creer y hablar de Dios?

¿Qué es el “cristianismo no literalista” y de qué manera busca ser una propuesta teológica tradicional y contemporánea, desde la fe y a la vez coherente con la racionalidad?

¿Puede haber cristianismo si se asume como mitología, sea en detrimento de cierta compresión material de misterios como la encarnación en una virgen y la reanimación post mortem de Jesucristo, sea en tanto un esquema de verdad alternativo al racionalismo, a un informe de los sentidos que los limita y al espiritualismo descarnado de algunas abstracciones científicas? ¿Puede haber un mito cristiano que provoque un encuentro con lo real?

El teólogo católico neerlandés Edward Schillebeeckx aseguraba que, haya habido o no una resurrección literal, no deberíamos asumir que esta creencia no nació en los discípulos de Jesús o que fue causada por “hechos” como una tumba vacía. Porque, hablemos o no de esto tal y como ha sido entendido hasta ahora por los cristianos, la resurrección ha supuesto desde siempre a una “nueva orientación de vida” que el maestro de Galilea ofreció a sus amigos. Una por la que “no ha quedado sin sentido su muerte, sino todo lo contrario”, siendo, en opinión de Schillebeeckx, el origen de las tradiciones sobre una reanimación corporal literal, cuya creencia exigida es solo una más, una “hipótesis innecesaria”, teniendo bien claro que “una resurrección corporal escatológica, teológicamente hablando, no tiene nada que ver con un cadáver” o con un “realismo crudo e ingenuo de lo que significaban las apariciones de Jesús”.

 

 

Aunque fuentes como el evangelio de Juan insisten en que aquel maestro del discípulo amado o de Tomás, el que dudó de la resurrección, no habría regresado como un fantasma o un sueño, sino como una persona completa que podía tocarse y con la que, incluso, se podía compartir un pescado, esta experiencia podría no sugerir ni una delimitación explicativa de cómo tiene que ser una vuelta a la vida para ser autentica ni un lenguaje contrario al de los mitos, sino una validación radical de aquella persona, así como del cuerpo y de los sentidos, en contradicción con el gnosticismo y el espiritualismo pagano que oponían materia y verdad.

Sobre la encarnación, para la teóloga luterana, arzobispa y primado emérito de la Iglesia de Suecia, Antje Jackelén, el nacimiento virginal de Jesús también es un "término mitológico para explicar lo único”, la teofanía mesiánica en una persona que fue niño y en la que Dios se une a la humanidad. No es menos fe en esta verdad partir de un mito. Negarlo no es una fe basada en Cristo, sino fe en un fenómeno como “una interpretación estrictamente literal del nacimiento virginal”, otra hipótesis innecesaria, sobre todo si se le presenta como vinculante, o solo el rechazo de un nacimiento de este tipo “sobre la base de la imposibilidad científica”. Una fe más en los límites de un tipo de lenguaje, de una idea del mundo o de una idea de Dios.

Para muchos creyentes, depender de la literalidad puede ser revelarse contra “el miedo a creer” en un hecho especial, irrepetible y lleno de significado. Pere también puede verse como una creencia más entre muchas otras en la historia de las religiones. Y no depender de la literalidad podría permitir un salto a una fe que de verdad asuma la muerte de Cristo como Jesús, de Dios como Cristo. y del Padre como amor de Dios que abandona a su Hijo.

Esta profundidad es terrible por ser real y, por eso mismo, coincide con el punto 0 de la vida. Es así que cierta creencia convertida en necesidad, miedo e interpretación vinculante es parecida a una luz artificial que impide “ver” e ir dentro de la oscuridad natural.

Entrar a esta entraña divina, a la inmortalidad mítica de Cristo, a la muerte real de Jesús y a la imposibilidad de la muerte, algo que no puede ocurrir en la nada o en el mito, es entrar por amor real, amor no idealizado. Como decía la mística sufí Rabia:

Si te adoro por miedo al Infierno, ¡quémame en el Infierno! Si te adoro por deseo del Paraíso, sácame del Paraíso. Pero si te adoro solo por Ti, no me niegues Tu belleza eterna.

La anarquista y filósofa Simone Weil llegaba más lejos en su mística:

Deberíamos rezar a Dios como si no existiera.

No sostienen estas palabras afirmar que Dios no existe, sino que, incluso si no hay Dios, a quien ya lo busca no debería importarle. Dios, en cualquier caso, no puede ser literal y que estemos hablando de Dios. Por eso mismo, no debemos depender de la creencia, sino profundizar “dentro” hasta que no sea creer y podamos recibir lo que sea real, sin impedirnos a nosotros mismos reconocerlo por nuestra anticipación. O como decía la propia Weil:

El mal imaginario es romántico y variado; el mal real es sombrío, estéril y monótono. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagador.

La anticipación es repetitiva, y misterios como la encarnación, la resurrección o la existencia de Dios lo son también en su forma dogmática como una creencia. La vida escatológica de Jesús, sea como haya sido, o es irrelevante, o desnuda los ojos y uno pueda morir a la imaginación, sea lo que sea ese Dios que quiere ser una y otra vez su “Hijo humanidad”.

 

 

¿Y cuál es el valor de la muerte de Jesús? Que haya muerto a causa de todo lo que nos hace morir en el mundo, no solo en sentido físico, sino como negación una y otra vez de cada uno, al no coincidir deseo y satisfacción, mundo deseado y mundo real. Pero en este “Jesús muerto” muere toda la ausencia de libertad y toda libertad ilusoria, así como todos los miedos del ser humano cuando se ve reducido a un animal, una animación pensante que se piensa solo como una sombra de esclavitud, objeto y sujeto del daño en el mundo. Muere en Jesús incluso la muerte, una vez que todo se ha perdido con Dios muerto y queda solo creer en lo único que no es una creencia: la vida que solo puede ser vista y la vida que solo es posible ser, Dios y su deseo, una especie perdida en un planeta sin nombre en la que se encarnó para siempre.

Uno de los motivos por los que soy anglicano como versión cristiana de mí mismo es poder ser parte de una Iglesia de tradición católica y de una Iglesia reformada que enfatiza con tanta insistencia “la Gracia”. Porque esta fe donde muere la muerte y resucita Cristo es: ateísmo radical para la mente y un don por el que cambia Dios a una forma crística.

 

Imagen de portada: Jesús adorado por las Marías, Castillo de Vincigliata, Fiesole, Italia.