*

¿Por qué Colin Woodard, uno de los mayores especialistas en historia política y colonial, sostiene que en la Unión Americana coexisten once naciones con valores diferentes? ¿Esta división cultural determina las inclinaciones políticas de los estadounidenses?

¿Los Estados Unidos de América son un país con un núcleo duro político compuesto por once naciones rivales o modelos distintos de convivencia que compiten entre sí?

Esa es la tesis del historiador Colin Woodard, director del Laboratorio de Nacionalidad de la Universidad Salve Regina y uno de los estudiosos más competentes del pasado colonial de los Estados Unidos, una profundidad histórica implícitamente vigente.

Se puede resumir la política estadounidense como un sistema bipartidista, donde demócratas y republicanos se alternan en el gobierno federal y concertan un Estado profundo, siendo un concurso de candidatos populistas, término que en su sentido más clásico se refiere a plataformas sin un programa ideológico duro, sino que generan adhesiones electorales y no algo como podría ser la conciencia de clase. Esto supone unas líneas rojas que cambian en respuesta no solo a reivindicaciones más conservadoras o más liberales, sino a una dicotomía entre proteger la agencia individual y los gobiernos locales, o crear un proyecto amplio.

La ciencia política internacional tiende a reconocer una diferencia en los intereses electorales de quienes viven en las áreas rurales o en las áreas urbanas de los países democráticos. En poblados pequeños, la gente tiende a ser conservadora porque su economía funciona de una manera más directa y desde otra sustentabilidad, si se le compara con la de las grandes ciudades, más acostumbrada a la innovación y a los cambios rápidos. No obstante, para Woodard, esta división no explica las preferencias de la gente a la hora de votar, por lo menos no las de los estadounidenses, sino sus características culturales regionales. Y es que, de acuerdo con su análisis histórico, en su país el debate en las urnas siempre ha sido básicamente identitario.

¿Cuál ficción sobre la unidad de trescientas treinta millones de personas, repartidas en cincuenta estados, debería prevalecer? ¿Una etno nacional o una cívico nacional?

Desde el punto de vista de Woodard, a los Estados Unidos lo dividen de manera trasversal dos tendencia políticas y culturales que se diversifican en once naciones con sensibilidades que se retrotraer a sus poblaciones inmigrantes originarias. Una tendencia más comunitaria y centralista, antes elaborada por los republicanos que defendieron la Unión Americana y la revolución industrial, pero que quedaría cada vez más en las manos de los demócratas a partir del New Deal. Y una tendencia más individualista o libertaria, enarbolada primero por los demócrata favorables a las economías sureñas locales, pero que poco a poco sería recogida por los republicanos desde iniciativas proteccionistas, antirregulatorias y xenófobas.    

Entender la compleja mentalidad política de los estadounidenses exige no resumir estas dos tendencias, sino analizarlas históricamente desde cada uno de estos proyectos coloniales con particularidades religiosas y etnográficas. Proyectos que, desde el comienzo, han sido igualmente ideológicos, pensados como recetas o modelos sociales y económicos.

Estas once naciones que florecieron en el nuevo continente fueron establecidas por grupos humanos que se resistieron a asimilarse en sus sociedades de origen o a ser intervenidas por poderes de ultramar. Cada una debió preguntarse ¿qué tipo de mundo buscaba crear? ¿Cuál sería una vida que valga la pena ser vivida? ¿Cuál debería ser la relación entre la Iglesia y el Estado? ¿Cómo se protege la libertad individual o el bienestar común? Sin embargo, ninguna de estas naciones previó que tendrían que establecer una economía central y una federación.  

En la década de 1780, los distintas poblaciones en el actual territorio estadounidense se vieron igualmente amenazadas por la política imperial británica. La autodenominada “revolución” de las Trece Colonias contra la monarquía y la intervención europea implicó averiguar ¿qué debían ser a partir de entonces? ¿En qué consiste su famoso excepcionalismo? Un continuo ensayo y error hasta 1860, probablemente sin una respuesta definitiva hasta el día de hoy:

La misión de Estados Unidos, establecida en la Declaración de Independencia, fue la de un país propuesto a hacer realidad ciertos derechos inalienables de las personas. Por ejemplo, no ser tiranizados, buscar la felicidad como ellos la entendían en aquella época, el derecho a sobrevivir y tener acceso a este autogobierno representativo.

Fue y sigue siendo un experimento que busca crear una sociedad donde los humanos puedan ser libres como humanos individuales. ¿Pero cómo hacerlo?

Siempre ha habido una lucha entre dos grupos. Por un lado, los que quieren maximizar la libertad en términos individualistas, tener menos trabas por parte del gobierno. Esa visión quiere menos poderes centrales, menos impuestos y menos regulación.

Luego surge un contrargumento que busca la creación de un proyecto comunitario, un proyecto para construir una ciudadanía republicana a través de instituciones y normas que hacen posible que los individuos sean libres y permanezcan libres.

Estas son las once naciones principales que Woodard caracteriza desde sus ideas e historia:

 

 

El Yankeedom abarca el noreste y el medio oeste industrial, o los actuales estados de Michigan y Minnesota. Una cultura basada en el anhelo de los inmigrantes puritanos del siglo XVII de crear una sociedad más perfecta y divina. Este enfoque en la primacía de la ley sobre el individuo depende de instituciones sólidas y no hace distinciones étnicas o religiosas.

El Sur Profundo fue un tipo de colonización basada en el sentido de propiedad de una pequeña elite adinerada de Barbados. Esta convirtió los actuales estados de Mississippi, Alabama y Georgia en economías agrarias segregacionistas y dependientes de la esclavitud, por lo que su idea del Estado ha sido el de un salvaguarda local de derechos patrimoniales. Esto generó un sentido individualista adverso a un gran gobierno soberano redistributivo e impositivo.

La Gran Apalache es una amplia franja que se extiende desde Virginia Occidental hasta la mitad norte de Texas. Con un pasado colonial de inmigrantes guerreros de Irlanda del Norte, el norte de Inglaterra y las tierras bajas de Escocia, es una cultura comprometida con la soberanía personal, y sospechosa de las oligarquías y las clases altas. Su individualismo también es contrario a la centralización gubernamental, aunque se distinguió de la mentalidad económica y social de las plantaciones esclavistas del Sur Profundo, siendo personalista.

Nueva Holanda sobrevive en el actual estado de Nueva York y es un remanente de la mentalidad comunitaria de los primeros colonizadores holandeses y de los rasgos de las ciudad-estados del siglo XVII como Ámsterdam, preservando una orientación global, una cultura materialista, multicultural y comercial, además de una marcada tolerancia.

Las Tierras del Centro continúan la colonización pluralista de los primeros inmigrantes cuáqueros ingleses en los actuales estados de Iowa y Nebraska. Carente de pureza étnica y religiosa desde sus inicios, su orientación siembre ha sido comunitaria, aunque con valores democráticos que no se alinean a una intervención gubernamental centralista y elitista.

El Tidewater ocupa la zona entre el este de Virginia y el sur de Maryland. Instaurada por hijos menores de las grandes familias aristocráticas del siglo XVII, en sus comienzos fue una recreación de la sociedad señorial semifeudal de la campiña inglesa. Sus valores individualistas propios de su fundación progresivamente se volvieron favorables al estatismo.

El Norte, aunque ubicado en el sur de California y Texas, se refiere a la región hispanoamericana norteña de la antigua Nueva España y del Primer Imperio Mexicano. Alejados de la Ciudad de México y de Madrid, sus primeros colonos estadounidenses se independizaron desarrollando un fuerte sentido de autosuficiencia y adaptabilidad centrado en el trabajo.

La Costa Oeste es un conjunto urbano en la Bahía de San Francisco, la costa de Washington y el estado de Oregon, establecido por colonos de Nueva Inglaterra o la región del noreste de los Estados Unidos, los denominados “yaquis”, junto a granjeros y comerciantes de pieles de los Grandes Apalaches. Su utopismo manifiesta una búsqueda de autoexpresión.

El Lejano Oeste, los actuales estados de Wyoming, Montana y Colorado, empezó como una colonia interna controlada por corporaciones y gobiernos para la construcción de ferrocarriles, represas, sistemas de irrigación y minas. Este pasado puede explicar que siga vigente un resentimiento hacia formas de influencia externa que pretendan “poseer” sus recursos.

Nueva Francia, en el actual estado de Luisiana, también conocida como Cajún, fue ocupada por exiliados de las colonias canadienses. Si bien fue una cultura igualitaria, realista y basada en el consenso, ha ido adoptando las características del Sur Profundo.

El Caribe Español es un enclave de una región más amplia en la cuenca del Caribe. Comprende el sur de Florida y el estado asociado de Puerto Rico, y fue delineada por la cultura marítima española desde su antigua sede en La Habana. Sus valores combinan la preservación de la cultura latina y la asimilación de la singularidad de la ciudadanía estadounidense. 

En opinión de Woodard, en los últimos años cada región se ha distinguido más desde su ideología. La movilidad estadounidense no ha reducido, sino aumentado este aislamiento que, poco a poco, es asimilado de manera partidista, ocurriendo una combinación de mecanismos políticos y psicología humana. La gente en todo el país muestra una necesidad de “autosegregación”, lo que lleva a una búsqueda de comunidades afines que vuelven a homologarse:

No se trata de la conducta individual, sino de las características de las culturas dominantes de estas distintas regiones. Si bien es cierto que individualmente puedes estar de acuerdo u odiar las suposiciones que te rodean en el lugar donde vives, esa fuerza que sientes que está ahí, y ese tipo de suposiciones y premisas sobre política, cultura y diferentes relaciones sociales, son las fuerzas de la cultura dominante que se remontan al período colonial temprano y a las diferencias entre los distintos grupos coloniales.

Woodard llega a la conclusión de que este prolongado experimento estadounidense, iniciado con la Declaración de Independencia, se muestra notoriamente rebasado. Donald Trump solo encarna este bostezo de la armonía, y las papeletas de votación de 2016, 2020 y 2024 reflejan una sociedad que cada vez está menos comprometida con una unidad basada en la ficción de que su país parte de valores abstractos, y no de un inconsciente colectivo que ha acumulado prejuicios, fobias y resistencias. ¿Perderán los Estados Unidos una misma alma?

 

Imagen de portada: Asalto al Capitolio, El Litoral.