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El imaginario de la clase media empobrecida, rural y religiosa estadounidense dio a Donald Trump un nuevo periodo en la presidencia este 2024

El extenso triunfo de Donald Trump, que lo lleva por segunda vez a la presidencia en medio de una treintena de demandas judiciales, nos confirma nuestras incapacidades para entender el cambio y las paradojas de la vida social en los Estados Unidos.

Ese país, escribió alguna vez Octavio Paz, ha sido inventado y reinventado desde las primeras colonias, a diferencia de México, donde parecemos suspendidos entre el cielo y la tierra, la madre y la tumba. Realidades creadoras o destructoras. En cualquier caso, extraviados en el mundo, los mexicanos seguimos en busca de una identidad.

"¡Make America Great Again!" constituye en cambio la reafirmación de la identidad del norteamericano. El lema no diluye la imagen del pueblo que se imagina a sí mismo nacido de la providencia. La confirma y renueva. Es una actualización de la narrativa que esencialmente exalta un pueblo destinado a la grandeza.

Tanto o más épico que ese grito, la imagen de Donald Trump con la oreja sangrante, durante un mitin en Pensilvania, aquel 12 de julio, condensó dramatismo y la representación de Trump como figura central del “pueblo elegido”. Mientras Trump acusa a los inmigrantes y los señala como enemigos de la nación, un atacante a más de cien metros dispara una bala que roza su oreja derecha, dejándola sangrando. El giro minúsculo de su cabeza le ha librado de que la bala perfore el cerebro. Con el rostro ensangrentado, puño en alto, desafiante, Trump se retira de la escena enmarcado por las multitudes, el escudo formado por los agentes del Servicio Secreto y la bandera de los Estados Unidos en el fondo. En un mundo de héroes individuales, mitos y creencias, Trump ha sido salvado por fuerzas sobrenaturales. El atacante, en cambio, ha sido abatido. En esa épica narrativa, más que un criminal es un antipatriota. Y Trump, un héroe. En todo relato épico, sobre todo entre la industria cultural del capitalismo actual y extremo que ha creado a los superhéroes, perfectamente compatibles con una cultura secular, individualista, crédula, Donald Trump ha sobrevivido para devolver la grandeza a ese país. ¿Quién no recuerda aquella fotografía al momento de emitir su voto?

La imagen de Donald Trump con la oreja sangrante, durante un mitin en Pensilvania, aquel 12 de julio

¿Y la sonrisa de Kamala Harris? ¿Cómo no sospechar que la imagen feliz de toda persona que aspira a ganar una elección es una hipocresía? Las risas estrepitosas, pero descompuestas, de la candidata me lo recordaban en cada uno de sus discursos. Trump, por contraste, es más transparente. O mejor: groseramente transparente. Sus pasos simples y puños cerrados con los que baila de un lado a otro, al ritmo de una melodía popular, se me asemejan a la botarga curvada de cualquier campaña de marketing. Es tan simple y pegajosa que la gente puede bailar a su alrededor.

Kamala insistió en el discurso de la Democracia. Trump es una amenaza para la democracia. Los Estados Unidos son una democracia. Trump es una amenaza para los Estados Unidos. No funcionó suficientemente el mensaje, salvo para las clases adineradas, los grupos urbanos, los universitarios y para quienes sí entienden de la democracia. La narrativa de Donald Trump en contraste aludía a las necesidades, el tráfico de drogas mortales y la guerra. Ya sabemos que las personas buscan solucionar sus problemas. Trump los exageró hasta presentar como un terror a los inmigrantes, a China por la expansión comercial o al islamismo radical. La explicación de los inmigrantes que comen mascotas es tan inverosímil como los poderes de Superman o de cualquier otro ícono de la cultura popular. Pero hay gente a la que le gusta. Sabe que es falso pero sirve para dar sentido a sus pensamientos e interacciones sociales. ¿Es una paradoja en un mudo cada vez más racional? Quizá. Lo cierto es que seguimos gobernados por mitos y fetiches.

El problema de xenofobia, real o simbólico, se ha extendido en los últimos dos decenios a nivel global. La “inteligencia” le llama extrema derecha, neo-conservadurismo. En realidad, el discurso trumpista recoge o condensa un sentimiento que se ha expandido incluso entre demócratas, liberales e intelectuales de izquierda. Conozco en Estados Unidos marxistas, universitarios, que creen que los mexicanos son malos desde que nacen. No lo declaran, no es correcto. Las encuestas se han equivocado otra vez, entre otras razones, porque el odio o la desconfianza hacia los extraños, que no es correcto en la moral predominante, se esconde tras la máscara de la caridad y la empatía.

No es difícil advertir que el rechazo a la inmigración y el resentimiento por la pérdida de empleos –por las industrias que dejan el país para instalarse fuera de sus fronteras– constituye la fuente determinante del trumpismo. La ola nacionalista, que ha resurgido en todo el mundo, no depende de Donald Trump, pero se ha aliado al movimiento que lo llevó a ganar la elección. Aún así espero que termine la guerra en Ucrania, que es una guerra entre identidades nacionales exacerbadas por las élites en el poder. Deseo lo mismo para el conflicto en el Medio Oriente, pero eso es más difícil por una obviedad: muchos congresistas son aliados de Israel. Con China habrá negociación y en ello México está implicado, por el comercio, el derecho y la tecnología. Sobra advertir que la cultura mexicana es creciente en los Estados Unidos. No creo posible la implementación de las deportaciones masivas por razones económicas y prácticas, pero sobre todo porque la cultura latina se ha institucionalizado en las escuelas, las iglesias, la industria musical, la comida, etcétera. Y la inercia de las instituciones es difícil de revertir.

Votaron alrededor de 160 millones de personas. Dos terceras partes del padrón electoral. Los republicanos ganaron preferencias entre los latinos, no obstante la promesa de la deportación masiva y la metáfora de la isla de basura que flota en el Atlántico; también sumaron apoyos entre las personas de menos ingresos, las mujeres y los jóvenes. ¿Con base en qué afirmamos antes de las elecciones lo contrario? Los demócratas en cambio ganaron apoyos entre los grupos de mayor ingreso, mayor escolaridad y urbanización.

Nuestro liberalismo, individualismo, modernidad y cosmopolitismo ha sido derrotado por las comunidades asentadas en el mundo rural y religioso, de clases medias, pobres y de patriotismo exacerbado.


Fernando Vizcaíno es investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autonónoma de México. Su libro más reciente es Resurgimiento y configuración del nacionalismo, publicado en coedición con Bonilla Artigas Editores en 2023.


Imagen de portada: Al Jazeera