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¿Cuál es la historia política del sistema bipartidista de los Estados Unidos? ¿Qué ha diferenciado a los partidos republicano y demócrata durante cerca de doscientos años? ¿Qué ha cambiado radicalmente en cada uno para llegar a ser lo que son hoy?

El sistema bipartidista de hecho de los estadounidenses es institucionalmente cerrado y electoralmente proclive al populismo en su definición clásica, es decir, sus dos formaciones no tienen históricamente un programa o principios ideológicos, sino que modifican sus líneas rojas en el sentido de emergentes bases electorales dentro de un país grande y diverso.

Los republicanos fueron en sus inicios un partido favorable a la industrialización, la cohesión nacional y que promovió el desmantelamiento del sistema esclavista en el que se basaba la economía agraria sureña, una meta abolicionista consumada tras la Guerra Civil. Con el tiempo, se convertiría en un partido favorable a la liberalización del emprendimiento de mercado. Por su parte, los demócratas antiguos apelaban a las bases blancas sencillas, favoreciendo el expansionismo, sobre todo hacia México, y el derecho a la propiedad de tierras y esclavos. Al fracasar en la Guerra de Secesión, viraron a una retórica centrada en las clases trabajadoras.

La extrema izquierda, reprimida desde sus inicios, tomó forma en los movimientos anarco-sindicales, el sufragismo feminista y la movilización por más derechos civiles, que fue incluyendo a minorías raciales orgánicas, inmigrantes, religiosas, sexuales y objetoras de conciencia. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría llamarían a la unidad, atenuando el radicalismo revolucionario que se limitó a causas liberales y antibélicas.

A mitad del siglo XX, los demócratas irían abandonando las reivindicaciones racistas de parte de los Estados Unidos profundo, centradas en la segregación, y ganarían popularidad al resolver la gran depresión de 1929 mediante la regulación de mercado, el trabajo y la inversión públicos, la recaudación fiscal mayor a las grandes fortunas y la consignación de derechos laborales y sindicales. El llamado "New Deal" de Franklin Roosevelt. Su base electoral se redujo en el Sur blanco, ganando apoyo proletario y de las clases educadas de Nueva Inglaterra, lo que invirtió al partido en favor de las causas de los afroamericanos, hoy su más contundente base política. Por su parte, los republicanos se convirtieron en un partido que promovió reducir los impuestos y el papel del Estado en la economía, pero insistiendo en una política exterior mucho más beligerante. Apostaron por sumar a parte de la población blanca apelando a sus sentimientos religiosos e identitarios, reivindicados junto al individualismo estadounidense. Esto los llevo a apoyar medidas penales más punitivas y a proteger derechos como el de portar armas.

Empero, ambos partidos llegarían al cambio de milenio aceptando una misma senda económica basada en reformas que blindaron a las entidades financieras y empresas de enorme peso orgánico frente a la crisis mundial de 2008. También asumirían en gran medida una misma geopolítica en Medio Oriente y América Latina tras el colapso soviético y los ataques del 11 de septiembre. Los demócratas delimitaron su oferta electoral a causas de parte de la sociedad civil, preocupada por la aún abyecta violencia racial y emergentes reivindicaciones sexuales, reproductivas o recreativas. En cambio, los republicanos han acogido a parte de una población blanca sumergida, mayormente protestante, que desea defender su moral e insolubilidad endémica.

Es justo decir que la figura más a la izquierda en el espectro político podría ser el senador por Vermont Bernie Sanders. De familia judía y ateo, consistente legislador independiente, pero importante candidato en las primarias demócratas de 2016 y 2020, se describe como un socialista democrático o partidario de un "Green New Deal" que insta a regularizar a las entidades financieras, crear impuestos progresivos, priorizar soluciones contra el daño medioambiental, aumentar el gasto público sobre todo para sanidad o aminorar la deuda universitaria, además de reducir el militar de forma significativa. La candidata del Partido Verde Jill Stein y la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez coinciden mayormente con la misma vía reformista.

Este frente izquierdista, fortalecido por las protestas del movimiento Occupy Wall Street, a veces confluye con los demócratas, pretendiendo regresar al partido a su compromiso con las clases trabajadoras, sobre todo frente a los costosos y poco morales desastres militares de Estados Unidos, y ante un creciente apocalipsis climático. Aunque coincide con el statu quo de la formación en temas como el aborto, y los desencuentros entre demócratas en general no atañen a cuestiones de identidad de género o derechos de las minorías, el actual presidente Joe Biden ha sido participe de la protección de los grandes patrimonios y del apoyo a guerras en el exterior desde su trabajo ejecutivo y legislativo, por ejemplo, en Ucrania y Palestina. En ese aspecto, se tocan las cabezas del sistema bipartidista, las administraciones Clinton, Bush, Obama, Trump y Biden que la extrema izquierda considera socialmente fallidas y poco democráticas.

En cambio, el partido republicano se distingue por un creciente abandono electoral del laicismo y del valor de las instituciones. Figuras como Jeb Bush, hijo y hermano de dos presidentes, fue humillado por Donald Trump, una figura que dejó de lado ese consenso inter-partidario y del Estado profundo estadounidense, así como también el cuidado por la realpolitik internacional y la moderación ante bases electorales xenófobas y fundamentalistas. El anterior vicepresidente Michael Pence y el senador por Texas Ted Cruz pueden ser más favorables al establishment, pero son parte del ascenso de agendas confesionales ligadas a electores que adoran pocos y grandes significantes de carácter identitario, contrarios a inmigrantes, no creyentes y progresistas.

John McCain, el fallecido senador y excandidato republicano en la elección de 2008, un conocido “maverick”, político que asume posturas del partido de enfrente, teme haber provocado la normalización de figuras como Trump al haber elegido a la exgobernadora de Alaska Sarah Palin como su compañera de fórmula a la vicepresidencia. Un viejo lobo de mar más o menos moderado que habría tratado de compensar su fama de negociador eligiendo a una compañera con simpatías entre los evangélicos más conservadores. Un tipo de política que promovió al partido republicano ir al extremo de la derecha, asimilar al “Tea Party”, un movimiento casi anarcocapitalista, complacer a los más intolerantes y acostumbrar a sus bases a la guerra sucia.   

Trump es una figura que ha convertido en éxito y en identidad personal y republicana este tipo de manera de competir en elecciones y de conducir el discurso público un gobierno. Si bien ha sido abandonado por los Bush y por figuras clave de su partido como Dick Cheney y Arnold Schwarzenegger, el otra vez candidato a la presidencia se ha apropiado de esta formación desde un discurso sobre inmigrantes que comen gatos y fantasmas marxistas encarnados por figuras como su rival, la demócrata Kama Harris, nada sospechosa de ser izquierdista.

Y es que a pesar de estas grandes diferencias retóricas, ambos partidos vuelve a coincidir en esta elección de 2024 más o menos en su geopolítica, que incluye un apoyo irrestricto a Israel, una confrontación con la República Popular de China y una mayor vigilancia de la frontera sur con México. Sin embargo, la protección o la semicriminalización del aborto, y el incremento moderado o el desmantelabiento de programas sociales, son de momento los temas que separan a los demócratas de la actual vicepresidenta Harris de los republicanos del anterior presidente Trump, formaciones que llegan a esta contienda arrastrando una larga historia.

 

Imagen de portada: el expresidente Donald Trump y la vicepresidenta Kamala Harris, SWI.