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¿Qué entendían por asombro Albert Einstein y Ludwig Wittgenstein, dos de los pensadores más relevantes del siglo XX? ¿Una perspectiva mística de un físico teórico y de un filósofo analítico? ¿Una reactualización constante del misterio que es todo?

El hombre tiene que despertar al asombro.

Estas palabras pueden resumir la filosofía de Ludwig Wittgenstein, para algunos, el pensador definitivo del siglo XX. También son una religión agnóstica y una suerte de mantra que se dice solo si no se dice nada , “asombrados”. ¿Ante qué, cómo y por qué?   

La etimología latina de asombro, “amiratio”, admirarse resumiéndonos en una mirada, “miratio”, una dirección privilegiada, “ad”, que adquiere algo de sea lo que sea lo definitivo.

La acepción básica es la de una mirada que se dirige hacia algo que causa perplejidad. Sin embargo, hay algo más en la palabra, algo por lo que asombrarse. Los prefijos “ab-a”, la acción de sacar de , “sub”, lo que está debajo , y “umbra”, de las sombras .

En resumen el asombro es una oportunidad para “sacar” aquello que subyace en lo oscuro, expuesta alguna cualidad ignorada o desapercibida. Hay una identidad entre mirada y dirección que parece final. Es posible que la manera de hacer ciencia de Albert Einstein influya menos en Wittgenstein que su búsqueda por decir el mantra de lo increíble . “Staunen”, “wonder” es estar ante el mundo considerado un todo . En palabras del filósofo austriaco:

Si mientras miro el cielo azul yo tuviera esta experiencia, podría asombrarme de que el cielo sea azul y que, por el contrario, no esté nublado. Pero no es a esto a lo que ahora me refiero. Me asombro del cielo sea cual sea su apariencia.

Asombro para Wittgenstein y para Einstein no se trata de la sorpresa por una condición, un ser o un evento inesperados, sino de revivir una y otra vez, como déjà vu del infinito , el nacimiento de uno mismo como una aparición del todo. Asombra lo que domina todo lugar, incluso el olvido, el silencio y la ignorancia . Asombra el mundo sea como este sea.  

Es imposible separar ya al mundo que se va conociendo, del mundo ya pensado y del que está lejos de toda dirección posible. Uno sigue la luz en la oscuridad, como Einstein haciendo ciencia desde sus primeros ejercicios de curiosidad. En un pasaje de sus notas autobiográficas, esto escribió sobre el asombro a los sesenta y siete años:

No tengo ninguna duda de que nuestro pensamiento se desarrolla en la mayor parte de los casos sin utilizar signos, palabras y, además, en gran medida de forma inconsciente. ¿Cómo, de lo contrario, podría suceder que a veces nos “asombremos” de manera totalmente espontánea acerca de alguna experiencia? Este “asombro” parece ocurrir cuando una experiencia entra en conflicto con un mundo de conceptos ya suficientemente fijado en nosotros. Siempre que se experimenta un conflicto de este tipo de manera aguda e intensa, reacciona de manera decisiva sobre nuestro mundo de pensamiento. El desarrollo de este mundo es, en cierto sentido, una continua huida del “asombro”.

Un prodigio de este tipo lo experimenté cuando tenía cuatro o cinco años y mi padre me mostró una brújula. El comportamiento de esa aguja de una manera tan determinada no encajaba en absoluto en el tipo de sucesos que pueden tener cabida en el mundo inconsciente de los conceptos, eficacia producida por el “toque” directo. Todavía recuerdo —o al menos creo recordar— que esa experiencia me produjo una impresión profunda y duradera. Detrás de las cosas tenía que haber algo profundamente oculto.


 

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Imagen de portada: Albert Einstein, National Today.