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¿Por qué sigue siendo tan especial para la historia y el desarrollo del pensamiento aquella correspondencia entre el pionero de la física de partículas, Wolfgang Pauli, y el padre de la psicología analística, Carl Jung? ¿Son uno los universos mentales y los físicos?

En términos generales, se considera que el inconsciente es materia psíquica del individuo. Sin embargo, la representación de sí mismo elaborada por el inconsciente de su estructura central no concuerda con esta visión, pues todo apunta a que la estructura central del inconsciente colectivo no puede fijarse localmente, sino que es una existencia ubicua idéntica a ella misma; no debe verse en términos espaciales y, en consecuencia, cuando se proyecta en el espacio, se encuentra en todas partes de ese espacio. Incluso tengo la sensación de que esta peculiaridad se aplica tanto al tiempo como al espacio.

Una analogía biológica sería la estructura funcional de una colonia de termitas, que posee solo órganos de ejecución inconscientes, mientras que el centro, al que están relacionadas todas las funciones de las partes, es invisible y no empíricamente demostrable.

Estas palabras del psiquiatra y psicólogo suizo Carl Jung forman parte de una correspondencia con el menos conocido e igual de brillante Wolfgang Pauli. Austriaco pionero de la física de partículas y Premio Nobel de física de 1945 por su “principio de exclusión”, estableció con este que las diversas partículas idénticas dentro de un sistema cuántico no pueden ocupar al mismo tiempo un mismo estado. Hablamos de un teórico fino que no solo llegó a atreverse a reevaluar su campo de conocimiento, sino la inteligibilidad en general.  

Esta relación epistolar fue también una concepción común de una revolución intelectual que incluiría los arquetipos del inconsciente colectivo y los postulados de la física cuántica. Esta colección de cartas no ha sido publicada en español, pero puede leerse en inglés con el nombre Atom and Archetype: The Pauli / Jung Letters, 1932–1958. Bajo el sello editorial de Traducciones Junguianas, sí es posible leer en nuestro idioma un libro de Angelo Malinconico y Silvano Tagliagambe sobre este tema, Pauli y Jung. Un debate sobre materia y psique.

Pauli se bebería su desesperación e infelicidad con el alcohol, herido por el suicidio de su madre y un muy difícil divorcio. Atravesó la vida como un tumulto existencial, por lo que sería más que una motivación llegar a lo profundo de los estratos menos evidentes de la naturaleza, los puntos de coincidencia no vistos entre el alma sufriente y un universo al parecer frío, sobreinterpretado racionalmente o descartado como vacío de toda racionalidad.

El ser humano no puede soportar la vida sin un sentido.

Esta nada innovadora conclusión, aceptada por una de las mentes teóricas más innovadoras del siglo XX, reunió a Pauli y a Jung como paciente y psicoanalista, otra vez a la física y a la metafísica. El primero necesitaba tomarse en serio a alguien como el segundo, revalorando no solo su vida, sino la historia y la filosofía de la ciencia. El segundo, por otra parte, se interesaría en las llamativas experiencias oníricas del primero. En palabras del físico austriaco:

Lo más satisfactorio de todo sería que la física y la psique pudieran considerarse aspectos complementarios de una misma realidad.

Esta amistad estaría detrás del desarrollo del concepto “synchronizität”, sincronicidad, sobre las presuntas coincidencias entre los eventos en la mente humana y en el mundo exterior, probablemente no causalmente relacionados, pero conectados de manera desconocida, una suerte de “intersección euclidiana” de lo interior y lo objetivo. Este desconocimiento habría motivado la evolución de las ciencias y de los espíritus en búsqueda de la verdad.

De acuerdo con Pauli, desde Newton el conocimiento se ha glorificado a sí mismo como un observador imparcial, pasivo y distanciado del cosmos, capacitado para describirlo “tal cual es”. Incluso hoy en día los físicos siguen siendo muy en el fondo pensadores clásicos, creyentes en un cuento sobre un mundo que solo está “ahí afuera”, independiente y objetivo. Sin embargo, la mecánica cuántica habría dado un giro a esta concepción, preguntándose por un vínculo entre la forma del universo y la manera en que elegimos o creemos verlo.

Pauli pretendía llegar a una trascendencia de todos los campos de conocimiento y asignación de valores. Esta implicaba también una ulterior síntesis entre ciencia y religión, así como Jung lo había hecho con la psicología repensando todo su relato esotérico. Esta síntesis trascendería las doctrinas históricas y específicas, buscando algo mucho más amplio que una revelación o una generalidad entre sistemas de creencias finitos, acotados y limitantes.

No es difícil aceptar que el poder simbólico y la poesía trascienden lo denominacional, algo de lo que estaba convencido Jung. En ese sentido, Pauli deseaba ir más allá o antes de las creencias religiosas “exotéricas”, las cuales sirven como respuestas, pero ponen fin al pensamiento. En cambio, una religiosidad o un “esoterismo” más general o sintético debería fomentar lo ilimitado o la verdad como apertura, limpia de la incrustación de las creencias y libre para ser conocimiento. Habría que evitar el determinismo de las ciencias o de la fe:

La microfísica moderna convierte al observador una vez más en un pequeño señor de la creación en su microcosmos, con la capacidad de libre albedrío y efectos fundamentalmente incontrolables sobre lo que se está observando. Pero si estos fenómenos dependen de cómo son observados, entonces ¿no es posible que también sean fenómenos que dependen de quién los observa? Y si la ciencia natural, en favor del ideal del determinismo desde Newton, ha llegado finalmente a la etapa del "quizá" fundamental del carácter estadístico de las leyes naturales... Entonces, ¿no debería haber suficiente espacio para todas esas rarezas que, en última instancia, roban a la distinción entre "física" y "psique" todo su significado?

Sigue más vigente que nunca la pregunta analizada epistolarmente por Jung y Pauli, totalmente cerca uno del otro de modo inadvertido como esa pregunta por la sincronicidad o conexión última entre el observador y lo observado. Por ejemplo, el filósofo estadounidense Donald Davison trató esta posible conexión como la de la mente y el cuerpo.

El “monismo anómalo” es una teoría que afirma, por una parte, que los acontecimientos mentales son idénticos a los acontecimientos físicos, el universo al inconsciente, pero por otra, que lo mental es anómalo, no descriptible o abarcable por leyes estrictas sobre lo físico, sino solo por aquella relación de verdades que la mente es capaz de reconocer. Aunque todo suceso mental particular sea idéntico a un suceso físico particular, los tipos de sucesos mentales solo pueden comprenderse como tales, y no como tipos de sucesos físicos.

Es posible que siempre eluda al espíritu la imagen común que tenga con la materia. La imagen real del universo o el universo que no sería una imagen. Pienso que para Pauli, esta conclusión no era parte de su crisis existencial, sino una invitación a investigar un universo al que estamos más que íntimamente conectados. O como dijo Ludwig Wittgenstein:

Si yo soy parte del todo, ¿qué podría temer que me pasara entonces?  

 

Imagen de portada: Scientific American.