El haiku y el tanka como 'ecoerotismo' o sutilidad de los amantes
Arte
Por: Alejandro Massa Varela - 06/07/2024
Por: Alejandro Massa Varela - 06/07/2024
Matsuo Bashō fue un poeta brillante, innovador de la forma y el espíritu de una poesía en la que vivía y viajaba o el Japón del siglo XVII. Hay algo sereno e irrefrenable en su capacidad creadora, pero que se inclina por esto último. Escribió seiscientos cincuenta haiku en ocho años, redactados o, más bien, trazados a tinta china con pincel, a veces rodeando los ideogramas de estos pequeños poemas con dibujos alusivos y otros textos en prosa, algo que hizo a sus diarios objetos arte, siendo Sendas de Oku reconocido en la historia de la poesía.
Siglos atrás y poco antes de Bashō, la palabra japonesa “uta”, poesía, era casi sinónimo del “tanka”, una composición hiperbreve de dos estrofas desiguales, la primera, un tercetillo de cinco, siete, cinco sílabas o “moras”, y la segunda, solo dos versos de siete.
El tanka fue tan predominante que también se le ha denominado “waka”, canción, sin necesidad de aclarar nada más. Sin embargo, el gran maestro errante utilizó su primera parte o “hokku” para propiciar ejercicios de escritura colaborativa, “haikai no renga”, y lo que conocemos simplemente como el famoso “haiku”. Pero, ¿estas formas de poesía qué es lo que traen de la Tierra a la Tierra, el lugar de reunión invisible entre ver y la imaginación? El siguiente tanka de Bashō sirve para advertir algo poco notado en este tipo de poemas o imágenes:
Como un cordón umbilical,
sus visitas a Yoshiwara
pronto serán interrumpidas.
Le molesta el trueno
del tambor de medianoche.
Hay sexos en el poema, y esto lleva a revalorar un lugar común cierto o falso sobre el tanka y el haiku. ¿Son poemas espiritualmente continentes por una objetividad que difumina las pasiones individuales? ¿Es este tanka una excepción o va por el mismo camino que esta poética en general? Podría decirse que en Bashō y en sucesores famosos como Issa, Buson y Shiki, el erotismo se presta más a la alusión, es decir, no a cómo se propuso provocar el escritor, sino a las diferenciaciones de la percepción que no permiten distinguir “percepción” y “erotismo”, solo un todo que siempre es de momento algo único, que no es “solo” todo. La poesía nos lo esconde, pero lo decimos como si flotara en la nada, saturando un aire que termina por cortarlo, airearlo con palabras que buscan ser otras en una nueva imagen desconocida.
Este erotismo alusivo tiene distintos recursos en su campo semántico. El poeta navarro Tomás Martínez Sancho los clasificó de la siguiente manera:
a) Enunciados corporales como labio, piel, nariz, mano, corazón.
b) Acciones de comer, morder o abrazar.
c) Olores y sabores, como elementos sensoriales.
d) Elementos visuales, en particular los colores rojo, blanco y verde.
e) Una presencia explícita del amor y los amantes.
El anterior tanka de Bashō empieza con un hombre que pronto ya no podrá permitirse los servicios de una mujer en el distrito rojo de Yoshiwara o los barrios de placer de Tokio. Hay una presencia explícita de un hombre y una mujer, como la hay de un “pene”, pero no puede decirse que estén presentes una “vagina” o esa separación. El haber “entrado” a una mujer, o también a un hombre, esa penetración es asociada en el poema con el útero de una madre. El pene recuerda al ombligo, pero no porque haya un intercambio de imágenes o una imagen común, sino que el erotismo en cuestión es lo no visualizado o, más bien, lo no cuestionable, cierta omnipresencia de las presencias. El pene es de momento el todo que es, todo cuanto es, pero siendo “soledad”, está unido y es ya la intimidad con algo que se siente como todo antes, que permite la escena de un todo porque no lo es y porque será. Suena la medianoche, un "taiko", un tambor grande. Una vez lejos de ese cuerpo que lo ha acogido, Bashō vuelve a nacer al escuchar los sonidos del mundo no amortiguados por el útero.
Un relámpago conocido o que, no siendo visto, uno puede reconocer. Un trueno desconocido porque rasga el todo escondiéndolo en su imagen, y viceversa.
El erotismo en estas formas de poesía japonesa es todo lo que no pensamos que es el erotismo. Es una “erotización apofática” o en negativo, que ni siquiera da cuenta de la existencia de lo indefinible e incognoscible, porque evita toda profanación posible del lenguaje a la imagen. Solo está un esplendor positivo que fue todo lo que existió, existirá y existe.
El tanka y el haiku no responden a asociaciones meramente subjetivas, sino que estas responden a la cosa misma convertida en poema, una pretensión de objetividad como un trato con lo objetivo, que concede un espacio no al inventarlo, sino al hacerlo eterno: la subjetividad no puede concebirse sola o diferenciada, por eso ve lo eterno y erótico, un todo que es todo y nunca lo mismo, conocimiento y desconocimiento, yin y yang, las variaciones de las especies, las etnias y los géneros, frío y calor, oscuridad y luz, humedad y aridez.
Bashō vivió una espiritualización que lo llevó a abandonar tareas mundanas para consagrarse al Chan Zen, a la vida ascética y la pobreza material. Pero esto no es mortificación, encontrándose o incorporándose el poeta a una simpatía no “por”, sino “con” todo lo que existe. Simpatía que no es ni solo ni principalmente psicológica, sino que refina nuestras sensaciones y pensamientos. Sensaciones y pensamientos que no pueden ser solo objetivos, pero mucho menos podemos ver como si existieran fijos en un lugar autónomo. No hay sensaciones o pensamientos eróticos, sino un “ecoerotismo” que no tiene respuestas ontológicas, sino poéticas, de las palabras que cortan las imágenes, de las imágenes que saturan las palabras.
Leamos y escribamos tanka, hokku, haiku, sobre nuestra coevolución erótica, honrado a las maestras y a los maestros fallecidos en la poesía, quienes son este todo al que solo se puede despertar y hacerle versiones, "todos" pequeños de palabras. Por mi parte, comparto a la comunidad de Pijamasurf este ensayo y mis haiku eróticos:
dunas inquietas,
nalguerío espejo
de un sol morboso
crecí el puente
que desapareciste
aún tendida
amantes muertos
ya no reviven, viven
lechos de nubes
Imagen: "Suna no onna" ("La mujer de las dunas"), Hiroshi Teshigahara, 1964