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De acuerdo con los investigadores, para figurarnos cómo podría entrar en contacto con la especie humana una civilización extraterrestre, no hay que identificarlos con ella, sino imaginar su tecnología. Eso fue lo que intentó Nikolai Kardashev.

Negar la absoluta soledad ha llevado a la especie humana a la búsqueda de la “paranormalidad”. Hemos buscado seres a los que nos dirigimos con nuestra imaginación, pero que desearíamos que se dirigieran a nuestros sentidos. Este lenguaje ha llegado a la extensión de la tecnología, y ahora que cada vez más personas esperan encontrarse con seres no o no del todo espirituales, sino de regiones paralelas y distantes del universo, se esperan las mismas señales y los mismos signos detectables que nosotros mismos emitimos al comunicarnos, ovnis viajeros con una ingeniería similar a la nuestra y una comprensión equidistante de la física.

Aceptar que existen civilizaciones extraterrestres es cada vez más común, pero no una imagen única que se corresponda con estos seres que buscamos, pero que es difícil saber si en verdad nos buscan recíprocamente, cerrando la misma brecha imaginaria.

Puede ser lógico buscar un lenguaje y una técnica que sea otra versión del patrón de la comunicación y el conocimiento humanos. Sin embargo, esto muestra muy pronto una ingenuidad que no se corresponde con la historia y la naturaleza de la tecnología: hemos visto durante siglos que nuestras propias civilizaciones inteligentes abandonan cada vez con mayor velocidad viejos usos familiares, técnicas detectables a medida que abarcamos más al universo. Por ejemplo, dejamos de usar muy pronto las señales analógicas, cambiando a señales digitales.

Tampoco deberíamos descartar que una civilización extraterrestre podría permanecer en silencio por un parpadeo cosmológico. Podrían callarse por unos cien años, por razones desconocidas, pero del mismo modo en que, de hecho, ya lo hemos hecho nosotros en nuestra historia. En palabras del genio detrás de 2001: Odisea Del Espacio, Stanley Kubrick:

Todo lo que podamos imaginar sobre otras formas de vida es posible, por supuesto. Podríamos tener civilizaciones psicóticas, o civilizaciones decadentes que han elevado el dolor a un nivel estético y podrían codiciar a los humanos como gladiadores u objetos de tortura, o civilizaciones que podrían querernos para zoológicos o experimentos científicos, o esclavos o incluso comida. Si bien soy considerablemente más optimista, simplemente no podemos estar seguros de cuáles serán sus motivaciones.

La especulación es más exacta que el realismo en estos casos, aunque nos prepara para saber qué deberíamos poder contemplar, no cómo responder. Los científicos pueden imaginar qué tecnología ajena a nosotros necesitarían mensajeros intergalácticos, qué tipo de señal tendría sentido y qué debería contener para dejar claro a los receptores que proviene de seres inteligentes. Atendiendo a una entrevista para Universe Today, este sería el estado vigente de estas reflexiones según Bryan Brzycki, astrofísico de la Universidad de Berkeley:

Desde la década de 1960, la especulación se ha centrado en una región alrededor de una frecuencia bien conocida donde el hidrógeno neutro emite radiación en el espacio interestelar, 1,42 GHz. Esta emisión prevalece en toda la galaxia, y la idea es que cualquier civilización inteligente podría saberlo y potencialmente apuntar a esta frecuencia para la transmisión y para maximizar cualquier posibilidad de detección. Desde entonces, especialmente porque la tecnología ha avanzado rápidamente, la denominada “radio SETI” se ha expandido en todos los ejes de medición.

El reto de arrojar señales a través de la galaxia exige un enorme gasto de energía, mucho más de lo que la especie humana podría implementar al día de hoy. Sobre todo, si hablamos de señales continuas y más susceptibles de ser detectadas. Este fue el tema de interés del astrónomo soviético Nikolai Kardashev. En 1963 se embarcó en la tarea de hacer los cálculos, tanto de la energía que haría falta para enviar señales portadoras de información a lugares tan lejanos, como del nivel de progreso que debería tener una civilización para llevar a cabo una hazaña tan compleja. Una escala útil para la ciencia y para el género de la ciencia ficción.

En base a estos cálculos, Kardashev clasificó en tres tipos los niveles de desarrollo posibles de una civilización, basados en la cantidad de energía tomada de su entorno que hipotéticamente sería capaz de aprovechar de manera eficiente y diversificada. Utilizó una unidad de medida de energía y trabajo, el “ergio” o “erg”, equivalente a 10-7 “julios” y originada en el sistema cegesimal de unidades de uso copernicano para la obtención de gravedad.

Las civilizaciones de tipo I deberían no tener problema en aprovechar toda la energía disponible en su propio planeta, aproximadamente de 4 x 1019 ergios por segundo. Las civilizaciones de tipo II deberían poder ir más lejos como para recurrir a toda la energía de su propia estrella, por ejemplo, construyendo una “esfera Dyson”, una teórica megaestructuras que podría trabajar alrededor de un sol. Finalmente, una civilización extraterrestre de tipo III debería ser tan capaz y ambiciosa como para aprovechar toda la energía de su propia galaxia.

Sería extremadamente alta y es desconocida para nosotros la producción de energía de civilizaciones de los tipos II y III. De acuerdo con Kardashev, incluso aumentando la producción de energía en este planeta azul en un uno por ciento anual, tomaría entre tres mil y seis mil años a nuestra especie soñar de manera realista con hitos como usar una estrella o una galaxia. Una escala ampliada propuesta en 2020 propone un tipo IV de civilización, que podría recurrir a toda la energía del universo observable. Comparando nuestro consumo actual de energía, podría decirse que la humanidad en su conjunto es una civilización tipo 0.72.

Aunque hablamos de civilizaciones hipotéticas, la escala de Kardashev da cuenta de por qué sería más difícil detectar aquellas del tipo I, de escasa producción, aunque superiores a la nuestra al día de hoy, que aquellas de los tipos II y III. No obstante, que sea fácil detectar civilizaciones de alta producción energética no significa poder responderles. Especular que estas están transmitiendo información científica mucho antes que nosotros, depende de que a estos extraterrestres no les importe bajar la guardia y tengan un interés sostenido de ser escuchados por seres muchísimo menos avanzados, sus hermanos tontos o menores.   

La escala de Kardashev se basa no en el realismo ingenuo, sino en la ciencia ficción realista. Se trata de un futurismo que nos sirve de ventana a civilizaciones hipotéticas o que ya están comunicándose con este planeta. De momento, solo sabemos que la conclusión de que no estamos solos en el universo nos la decimos a nosotros mismos y a nadie más, dada la inmensidad y el tiempo en que se ha prolongado el universo. Gracias a este tipo de especulaciones, ahora también sabemos que, de existir civilizaciones del tipo II y III, deberían ser visibles sus megaestructuras gigantes que recogen energía en la oscuridad muda del espacio.


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Imagen de portada: Ejemplo de megaestructura extraterrestre, El Periódico.