El Jim Morrison de Oliver Stone: ¿un engaño que marcó a una generación?
Arte
Por: Joaquín Bretel - 05/03/2024
Por: Joaquín Bretel - 05/03/2024
La película "The Doors", dirigida por Oliver Stone, se convirtió en una de las películas icónicas de una generación por retratar a Jim Morrison como un héroe dionisíaco, creando una especie de glamour del exceso y la perdición. Millones de jóvenes crecieron con la imagen de Val Kilmer como Morrison, la imagen creada por Stone. Morrison, un tipo sensible, guapo, pero sobre todo siempre borracho, haciendo berrinches, egoísta, inclinado hacia una suerte de autoidolatría finalmente frívola, aunque siempre atractiva por la música y su desafiante coqueteo con la muerte.
Muchos pensamos que el Morrison de Stone es el Morrison real. Parecería que hay elementos históricos para constarlo. Pero si miramos bien, veremos que Stone saca a relieve solo algunos aspectos de la vida de Morrison, con total libertad creativa. Acaso con la búsqueda de lo más llamativo visual y narrativamente. Stone eligió enfocarse solo en un aspecto de la personalidad de Jim: esa veta salvaje, enamorada de la muerte, adicta al alcohol, las drogas y a la atención. Como si su vida siguiera una trayectoria totalmente trágica, condenada a ese final difuso por sus abusos y por su inclinación al abismo. Pero las cosas son más complejas y quizá Stone no le hizo justicia a Morrison. Un buen indicio de esto es que los mismos integrantes de The Doors, que en la película son retratados como enemistados con Morrison, quien se lleva todos los reflectores, veían a Jim de una manera mucho más positiva. El tecladista y mente maestra detrás del sonido de The Doors, Ray Manzarek explica:
Oliver Stone ha asesinado a Jim Morrison. La película retrata a Jim como un tonto violento y borracho. Ese no era Jim. Cuando salí de la película, pensé: 'Vaya, ¿quién era ese idiota?'. Jim no prendió fuego al armario de Pam. No lanzó un televisor contra mí. Y Jim nunca abandonó la escuela de cine. Se graduó de la UCLA. Todo lo que ves es a Jim como un hedonista borracho. La tragedia es que la fama lo consumió. Pero ese no era el mensaje de Jim. Era inteligente. Era amoroso. Era un buen hombre que creía en la libertad y en cuestionar la autoridad. Pero nunca lo sabrías viendo esta película.
Quizá son palabras demasiado fuertes, pero no sin cierto sustento. La gentileza de JIm, su conciencia social, su solidaridad con sus amigos, etc., son cosas que apenas son mostradas. En este sentido Stone queda en deuda.
Otra cosa es pensar si Stone tenía un deber de pintar un cuadro más balanceado, más fiel a la historia. Si es que lo queremos ver más como un historiador, con una responsabilidad social y menos como un arista que tiene la libertad de jugar con ciertas imágenes y explotarlas. Y es que se puede decir muchas cosas pero la realidad es que se trata de una película poderosa, especialmente cuando se proyecta sobre la mente impresionable de un joven adolescente. La imagen en movimiento resulta una suerte de brujería o encantamiento seductor hacia una vida poética, disoluta, excitante y destinada a la muerte. La imagen de este Morrison como el epítome del rockstar con una veta oscura y poética, melancólico pero sexy, marcó a una generación -más que la creció en los sesenta, la de los noventa, la misma que se enamoraría de Kurt Cobain, otro miembro del trágico club de los 27-. Por supuesto, los que vivieron los sesenta tuvieron también a un Morrison como icono de la música y el exceso, pero no tuvieran una imagen tan claramente recortada y extrema como la que creó Stone, quien además tuvo la ventaja de los documentos históricos. La imagen de Morrison en los 60 era la del mass media, la de explotar el culto de la imagen para vender discos. El Morrison de Stone enamoró e inspiró a muchos; los acercó a la poesía y a las drogas y a un oscuro magnetismo. No es este el lugar para pasar un juicio moral.