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¿Qué quiere decir que sentimos lo que sentimos y que entendemos lo que entendemos? ¿Qué relación tienen el taoísmo y la filosofía de la mente contemporánea? ¿Cómo podríamos estar seguros de que conocemos las emociones ajenas?

Laozi, el legendario anciano erudito orejas de ciruelo, tradujo en sentencias breves el chamanismo de las estepas o esa magia de los hombres “wu”, los mediadores del poder hacedor de las diez mil cosas. Un camino que es el universo mismo y que aquel viejo convirtió en filosofía. Pero para gusto de muchos, Zhuangzi, cuya identidad es, quizá la de otro maestro, quizá la de un libro que pudieron haber escrito varias personas sobre el Tao: ejemplificó mejor la naturaleza o la conducta despreocupada del sabio, inclinándose más por exhibir la vulnerabilidad de la lógica y el sentido común, y por anécdotas irreverentes, inusuales e inteligentes, parábolas con un sentido de redención distinto al de Jesús, mucho más simples y mucho más complejas por reconciliarse no con valores, sino con los accidentes del día a día. En el siglo IV antes de la era común occidental o durante el periodo de los Reinos Combatientes, se escribió o fue real este diálogo conocido como El debate de la dicha de los peces, un encuentro sobre uno de los diez mil puentes de China o “Zhōngguó”, la Nación del Centro:

Zhuangzi y Huizi se divertían en el puente sobre el Río Hao.

Zhuangzi dijo: ¡Los pececillos están lanzándose libre y fácilmente!

Así es como los peces son felices.

Huizi replicó: Tú no eres un pez. ¿Cómo sabes que los peces son felices?

Zhuangzi dijo: Tú no eres yo. ¿Cómo sabes que yo no sé que los peces son felices?

Huizi dijo: Yo no soy tú, por supuesto, así que no sé sobre ti. Pero obviamente tú no eres pez; así que el caso está completo, tú no sabes que los peces son felices.

Zhuangzi dijo: Regresemos al comienzo de esto. Tu dijiste ¿Cómo sabes que los peces son felices?; pero al preguntarme esto, ya sabías que yo lo sabía.

Lo sé justo aquí, justo aquí sobre el Hao.

Hay maneras de aproximarse a este diálogo partiendo de la filosofía analítica contemporánea. La tesis de Andy Clark y David Chalmers conocida como “la mente extendida” propone replantear qué es el aprendizaje y la subjetividad, no asumiendo que nuestros estados mentales solo sobrevienen a nuestros cerebros o incluso a nuestros cuerpos, sino que son extensivos y, de alguna manera, tienen lugar en el mundo físico, exterioridad que, de hecho, seguimos sin estar seguros si conocemos o no. Quizá por eso sería un error pensar que lo que quiso decir Zhuangzi era algo como “tengo una manera de saber” que los peces son felices. Más bien, todo el conocimiento se convierte, se ha convertido y se convertirá en “maneras de saber”. La tesis de la mente extendida implica que algunos objetos del entorno que nos parece externo son con nosotros un mismo proceso cognitivo, extensiones mentales o una sensibilidad con distintos sentidos posibles. Los ejemplos más sencillos para comprender esta extensión serían cálculos escritos, un diario o una computadora, todos objetos que almacenan información. La hipótesis de estos dos autores es que lo que llamamos “mente” abarca todos los niveles de cognición, incluido lo que nos parece “solo” físico, distinto, afuera de nosotros, impersonal o propio de otro ser o individualidad. En su libro The Extended Mind de 1998, explican este externalismo activo, basado en el papel del entorno en el proceso del conocimiento, por ejemplo, con el siguiente experimento mental:

Otto e Inga viajan simultáneamente a un museo. Otto sufre de Alzheimer y ha escrito todas sus instrucciones en un cuaderno para cumplir la función de su memoria. Inga puede recordar las direcciones de manera interna. La única diferencia que existe en estos dos casos es que la memoria de Inga está siendo procesada internamente por el cerebro, mientras que la memoria de Otto está siendo procesada por el cuaderno. En otras palabras, la mente de Otto se ha ampliado para incluir el cuaderno como fuente de su memoria. El cuaderno se considera tal porque Otto puede acceder a él constante e inmediatamente y automáticamente lo respalda.

En lógica, el “principio de cotización” o “principio de eliminación de citas” sugiere que alguien como un hablante racional, por ejemplo, Zhuangzi o Huizi, aceptará algo como “p”, los peces son felices, si y solo si cree en eso “p”, lo sé justo aquí, justo aquí sobre el Hao. Este principio se basa en que ciertas afirmaciones que se sostienen dejan de ser lo que son al decirse en uno u otro contexto intencional, por ejemplo, si todo lo que dijo “Zhuangzi” lo dijera “Huizi”, quien no creía que los peces estaban felices, ya que un sujeto entiende algo distinto por felicidad que el otro, incluso si ambos ocupan la misma palabra, porque uno y otro sujeto creen algo distinto de los peces o del río Hao, aunque crean referirse a lo mismo por emplear las mismas palabras, “peces”, “felicidad” y “Hao”. Este principio, ligado a la tesis de la mente externa, problematiza una pregunta evasiva como ¿somos o no un conocimiento del mundo?

¿Somos o no el mundo como reconocimiento? Para empezar, de alguna manera, todo es una externalidad, y de otra, cada cosa es distinta, lo que es, aclarando y difuminando en qué nos convertimos como ese nado rápido de los peces. De hecho, en la frase del diálogo entre Zhuangzi y Huizi, ¿cómo sabes que los peces son felices?, “como” o la palabra china “ān” es un juego de palabras porque también es valida la traducción “dónde”. ¿Dónde o cómo llegamos al conocimiento? ¿La felicidad de los peces es intransferible o puede ser nuestra propia felicidad? ¿No tiene sentido dotarlos de alegría o la alegría no tiene sentido? No hay respuesta a estas preguntas, pero el sabio no se preocupa, reconoce que sus creencias cambian, del mismo modo en que también cambia algo como lo que puede ser la felicidad. En el Hao, en el Danubio o en Xochimilco somos el proceso de esa inacabable incomprensión maravillosa.

Imagen: el maestro Zhuangzi, Blue Heron Stillness.