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¿Qué son los sueños? ¿Cómo conducen las ordenes dentro del sufismo la interpretación de estas experiencias? ¿Cuál es su relación con el yo? ¿Por qué es importante la instrucción de un sheij para sus discípulos o derviches?

La Biblia y el Corán recogen la historia del soñador José o Yusuf, discípulo solo del Dios de su padre, su abuelo y su bisabuelo. A Jacob, Isaac y Abraham se les prometió tener más hijas e hijos que las estrellas, y esto no pudo ser si no abrir más acontecimientos que el planeta que estuvo bajo sus pies, porque la matriz de los sueños en cada una de las personas cabe en el prosencéfalo basal del cerebro, pero puede madurar muchos más hechos nacientes, visiones. Esto contradice a filósofos como David Hume, quien aseguraba que la imaginación es mucho menos rica que las impresiones que tenemos del mundo. Podemos soñar con una montaña que habla solo porque nuestros sentidos se han encontrado con una montaña real y con un conversador. Pero ¿y si lo imaginado terminará por ser también una impresión? Esta pregunta no tiene solución posible porque, aun si Hume tuviera razón, lo cierto es que nadie controla, al menos conscientemente, la relación de contenidos en un sueño. En todo caso, maestros como el profeta José habrían aprendido a distinguirlos de sí mismo, aceptándolos como parte de un proceso que solo pudo haber iniciado Allah, quien jamás duerme.

Siendo muy joven, José le reveló a su padre un sueño especial: once estrellas, el sol y la luna se postraron ante él. Jacob le explicó a su hijo que el sueño indicaba que sería elegido y aprendería a interpretar estas visiones, pidiéndole, sin embargo, no contar lo sucedido a sus otros hermanos para no ponerlos celosos, diez que ya existían, y uno más aún no nacido que seguía siendo invisible, improbable, secreto, fuera de la agencia del yo como aquel sueño. En esta historia, Jacob representa la sabiduría que puede darnos la vida, la capacidad para discernir la naturaleza de las cosas. Del mismo modo en que logró hacerlo su padre, la habilidad de interpretación que José adquiriría es “taʾwīl”, la exégesis esotérica o no literal, la mirada que regresa a su origen cualquier evento o circunstancia, una ciencia del alma o sobre las limitaciones del yo o del testigo del mundo, algo ignorado por sus hermanos como representaciones de las tendencias humanas más negativas y del egocentrismo o “nafs”.

Muhammad, el sello de la profecía islámica como maestro para todos los pueblos, aseguraba que se puede recibir cierta información a través de los sueños para tomar decisiones en la vida. Gracias a esta ayuda, habrían completado su misión los patriarcas y mensajeros vetero y neotestamentarios, presentes también en el Corán, por lo que la interpretación adecuada de lo onírico es un recurso, si no central, de suma importancia para la comunidad musulmana en un todo y para ese Islam destilado o el perfume delicado del sufismo.

Esta hermenéutica no debe ser un objetivo independiente, sino parte del proceso espiritual del derviche para difuminar un yo compulsivo e influenciable, hasta que domine lo iluminativo. La medida de este avance es una retroalimentación positiva con el “sheij” de su orden o “tarīqa”, un maestro que previamente ha pasado por las etapas en las que se encontrarán sus discípulos, etapas que irán cambiando la calidad de las visiones oníricas. Este camino de trasformación es personal e intransferible. El derviche es el único testigo de sus avances en sentido experiencial, siendo el papel del sheij un solo un apoyo, aunque imprescindible, para verificar cierta validez en sentido metodológico. Revisando símbolos, colores dominantes o brillo, un maestro dentro del sufismo puede distinguir el valor de los sueños de sus discípulos y reconocer sus posibles orígenes, por ejemplo, una psicología con atracciones y aversiones primarias, ángeles o fuerzas perniciosas. Hasta no recibir la instrucción de un sheij, generalmente el contenido onírico de una persona es propio de una psicología convencional. Por eso es desaconsejable consultar libros o paginas de internet sobre la posible simbología de todo aquello que pueden encontrar los soñadores mientras duermen. Solo una vez que un maestro ejerce su influencia, las características de los sueños empezarán a cambiar o a purificarse. El derviche tendrá que tomar ciertas precauciones para recordarlas después de despertarse o para estar más atento durante el sueño. El estímulo del sheij llegará a ser consciente e inconsciente, de carácter intelectual, emocional y espiritual.

¿Son relativos todos los sistemas de interpretación de los sueños, por ejemplo, el psicoanálisis o el propio de una tarīqa sufí? Esto es tanto como preguntar si ¿los sueños adquieren u ofrecen un simbolismo? Si tienen un sentido objetivo, ¿este viene del mundo de la vigilia o del mundo soñado? Estas preguntas están relacionadas con problemas como la objetividad en general, el libre albedrío o la predestinación. Para el sufismo, el derviche empieza con una estructura psicológica o un sistema de comprensión relativista. Pero es posible que, aceptando la influencia de un maestro, comiencen a dominar contenidos oníricos objetivos o que responden al bagaje de su tradición espiritual. Hay un salto de lo subjetivo a “lo asubjetivo”. Sin embargo, la última verdad no puede ser representada en el mundo sensible ni ser soñada. Como escribió el filósofo existencialista Karl Jaspers, hay un salto final de lo objetivo a “lo aobjetivo”, la no representación, o como dijo el profeta Muhammad: 

Los seres humanos están dormidos. Cuando mueran, despertarán.

“Mutu qabla an tamutu”, muere antes de morir. Lo imperioso de los sueños puede ayudar a cambiar una sensación de control subjetiva sobre el mundo por una subjetividad que "solo vemos". Es entendible asumir que se tratan de una experiencia solitaria que confirma únicamente nuestra realidad, pero, a la vez, en los sueños es menos clara la presencia de visionario en lo visionado. Si desaparece la relatividad del yo mientras soñamos, todavía hace falta creer que, incluso si pareciera no haber nada, por ejemplo, en un sueño sin contenidos, o en una experiencia de despersonalización de tal magnitud que es imposible saber si fue olvidada o nunca ocurrió, algo que se sugiere habría recibido Moisés o Musa en el monte Sinaí, poco antes de ver las tablas doradas de la Ley: siempre hay algo abierto que ha permitido nuestro viaje y cualquier otro, las mil y una noches en las que nunca hemos estado perfectamente conscientes. Como escribió el pintor expresionista Egon Schiele:

Podemos encontrar la puerta a lo abierto.

Sufíes bekhtashis y alevíes cuentan una historia enigmática sobre un sueño premonitorio del Imām Alí, el yerno y sucesor del profeta, considerado un mártir o testigo, la puerta a lo abierto de la gnosis islámica: un personaje velado conducía un camello cargado con su cadáver hacia su lugar de entierro. Una vez despierto, Alí compartió esta visión con sus hijos Hasan y Husayn, dándoles instrucciones de no preguntar sobre la identidad del hombre cuando llegara el momento de su muerte. Sin embargo, los dos hijos no pudieron abstenerse de cuestionar quién era ese misterioso enviado, solo para descubrir que este no era otro que el propio Alí.