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¿A qué se debe que los sentineleses sean el grupo humano más apartado en el planeta? ¿Qué es lo poco que sabemos de esta tribu? ¿Por qué nos fascina y nos aterra pensar en otras versiones de lo que es un ser humano?

Una de las últimas tribus que están fuera de contacto con el mundo exterior. Un mundo que es otro mundo, separado como una galaxia distante, o que nos ve como si fuéramos objetos no identificados y estallidos que parecen inmóviles a lo lejos. ¿Qué pensaran que son nuestros aviones cuando pasan sobre la intimidad de sus ojos? ¿Verán el ruido o su propio miedo, atracción o tranquilidad? Un mundo donde nunca existieron ni Putin ni Francisco ni Biden.

Los sentineleses no se llaman así, reciben ese nombre por habitar Sentinel del Norte, una isla selvática de límites coralinos que tampoco conocen con ese nombre. Tampoco hechos como que tenga las dimensiones de la ciudad de Manhattan o que esté a más de mil kilómetros del extremo sur de la India continental en el océano Índico. Decir que es administrada por Nueva Delhi sería exagerar, tomando en cuenta que la mayoría de los ciudadanos indios ni siquiera sabe de la existencia de esta sociedad sin Estado con la que es ilegal entrar en contacto para protegerla de enfermedades comunes como el sarampión, debido a la vulnerabilidad de su sistema inmunológico aislado de las pandemias de la Historia humana con “H” mayúscula. Desde su punto de vista, su isla no es una historia más, sino todo lo que es contar el mundo. Se teoriza que los sentineleses migraron de África hace aproximadamente sesenta mil años. Podrían vivir, desde entonces, un mismo día inmenso, que puede ser distinto para cada persona, pero que apenas habría cambiado en sentido cultural. Una de las últimas organizaciones tribales de cazadores-recolectores, una forma de vida preagraria que sobrevivió la revolución neolítica, el origen de la alienación social y la división del trabajo de acuerdo con el “anarcoprimitivismo”.

Sentinel del Norte es en realidad solo una de las trecientas islas del archipiélago Andamán en la bahía de Bengala, y los escasos entre cincuenta y ciento cincuenta sentineleses, solo una de las cinco tribus vulnerables que habitan el interior de esas costas, además de los jarawas, los andamaneses, los onge y los shompen. Pero algo que puede resultar impactante es que, aunque estos grupos humanos viven en cercanía, los sentineleses se han mantenido aislados a tal punto que sus vecinos no han reportado conocimiento alguno de su sola existencia. Se trata de una humanidad tan viva como la nuestra, pero con una huella exageradamente sutil. De acuerdo a Shailendra Mohan, profesor del Departamento de Lingüística de la Universidad Deccan, se trata de “un pueblo puro, no mezclado y genéticamente diferente”. Los arcos y las flechas no solo les han servido para cazar, sino para defenderse ante la menor incursión en su territorio, mostrándose hostiles con los contados extraños que han conocido.

El antropólogo indio y estudioso de las tribus de Andamán, TN Pandit, logró mantener un encuentro breve y calmado con los sentineleses al ofrecerles cocos en plena costa, aunque nunca abandonaron una actitud de sospecha, dándole la espalda al especialista a manera de insulto. A pesar de los escasos resultados, esta fue una de las expediciones más exitosas de las autoridades indias durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, denominadas “entrega de regalos”. Su rechazo a cualquier extranjero, salvo breves y contadas excepciones, es posible que se remonte a una visita de colonizadores británicos a finales del siglo XIX, quienes terminaron secuestrando a varios isleños que murieron bajo su custodia. Se han reportado ataques con flechas en el pasado, pero el episodio de violencia más reciente fue el asesinato de John Allen Chau, un joven originario del estado de Alabama, Estados Unidos, amante de la exploración y misionero evangélico que habría intentado conocer a los niños y adultos separados, según sus propias palabras, en el “último bastión de Satanás”. ¿Chan fue un colonialista, un tonto o un curioso?

¿Qué es lo que concebimos no solo a la lejos, sino como “la distancia”, el silencio físico e imaginario de personas que son conscientes de algo que nunca veremos? Satanás es una manera de temerle a esta incomprensión de la que algunos se sienten culpables no por un motivo, sino por una creencia fuerte en el valor de nuestro mundo. Chan no fue un colonialista ni un tonto, pero no estaba listo para su propia curiosidad. A veces nos satanizamos para tratar de idealizar al otro como una condescendencia secreta por nosotros mismos. Pero el mito del “buen salvaje” es algo tan falso como el pecado original sin solución en personas que viven otro mundo justo delante del nuestro. Satanás no existe, pero sí maravillas imprevistas como que haya una humanidad aunque no seamos parte de ella. También fenómenos comunes como el dolor. El tsunami de 2004 que hizo mucho daño a la cuenca del océano Índico pudo haber afectado a los sentineleses como la caída de un enorme asteroide podría dañarnos a nosotros. Fue imposible responder a su grito sufriente parecido a una caja negra perdida. Hay algo raro y definitivamente real como la nostalgia por seres que no nos han afectado. Quizá es solo que es muy fuerte la determinación de vivir de estos isleños. Podrían desaparecer gracias a Putin o a Biden como nosotros, pero gobiernan colectivamente una zona verde a un mar de nuestros problemas, otro cosmos tan grande como la consciencia.

 

Imagen de portada: Indígenas sentineleses, National Geografic.