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¿Cuál era la perspectiva sobre la libertad del filósofo germano ruso Immanuel Kant? ¿Por qué sigue siendo tan vigente en el siglo XXI? ¿Cómo se relaciona con el derecho internacional y con las crisis geopolíticas de la actualidad?

Hoy lunes 22 de abril del año 2024 se cumplen 300 años del nacimiento de Kant, uno de esos nombres que no piden más referencias. Cualquier persona que tenga al menos alguna idea sencilla sobre qué es la filosofía puede ubicar a este hombre que cambio al mundo sin haber visto mucho de él, y sin haber sido muy comprendido por sus habitantes. Porque la obra de un filosofó como Immanuel Kant es un gran reto para la coherencia ética y la paciencia intelectual, dificultad quizá necesaria para no dejar de ser relevante, hoy más que nunca.      

¿Por qué no solo la fecha, sino el lugar del nacimiento de Kant resulta tan significativo? La ciudad de Königsberg vio nacer a espíritu que no abandonaría sus calles más que como escritos que cambiaron la forma de pensar de la gente en toda la Europa de la Ilustración. Conocida hoy como Kaliningrado, Königsberg era en 1724 parte de Prusia Oriental, en el Mar Báltico, razón por la que su genio más conocido es considerado uno de los mayores exponentes del idealismo alemán. Iósif Stalin lograría incorporarla a la Unión Soviética terminada la Segunda Guerra Mundial, por lo que sigue siendo un enclave ruso entre Polonia y Lituania.

Kant es una ciudad que está entre la geopolítica de la OTAN y Rusia, la crítica y el liberalismo alemanes protestantes, y la pasión y el orgullo eslavos ortodoxos. Kaliningrado-Königsberg es un enclave de la Historia y el humanismo en esta época progresivamente inhumana, que desaparece el pasado del pensamiento y se guía por puros intereses. Por eso este lugar representa el entendimiento. Hace una década el presidente Vladimir Putin y la canciller alemana Ángela Merkel sonrieron a la adopción del nombre de este pensador por parte de la universidad local. Esta ciudad y este aniversario son una vez más una oportunidad de conversión para ser un poco más kantianos, tener el coraje de seguir nuestras convicciones.

En su libro Crítica a la razón pura, Kant se pregunta desde la limitación. ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? No es difícil reconocer las propias limitaciones de una época como la nuestra, caracterizada por un tipo de discursos públicos marcados por la corrección política y todo tipo de marketing e intereses privados. Esta etapa en la comunicación es de mayor diversidad y acceso que nunca, la participación política ya no se limita tanto como en el siglo XVIII ni es un asunto solo de los grandes propietarios y las instituciones normativas. Pero nuestra manera de compartir es menos profunda, y el disenso es hoy una autoexpresión individual en redes sociales. Nos damos mayor crédito siendo mucho menos críticos. 

La libertad que Kant ofertó implica ilustrarnos sus limitaciones tomando distancia o atemperándonos. Hay que trascender la “inmadurez autoincurrida de la humanidad”, pensar por uno mismo, pensar poniéndose en el lugar de los demás y pensar siempre de forma coherente como un “uso público de la razón”, un modus operandi que se distingue de todo uso “privado” o como pura autoidentificación con un principio psicológico e histórico de autoridad. Este uso público lleva, ante todo, a un compromiso con una crítica pluralista e imparcial.

Kant es bien conocido por sus ensayos pacifistas, sobre todo Hacia la paz perpetua de 1795, modelo de la Carta de las Naciones Unidas. El título es curioso porque puede tener dos sentidos: “un vasto cementerio de la raza humana”, un inquietante silencio que hoy podemos imaginar, pero quizá mañana jamás llegar a atender si ambas partes en una posible tercera guerra mundial se aniquilan mutuamente. La propuesta de Kant sería una paz racional basada en un deber para con uno, que es un deber universal para con otro, un deber de las naciones.    

Este “principio categórico”, como marco para una legalidad internacional, permite el reconocimiento de un “derecho cosmopolita”, los derechos de las naciones que podrían integrar un “federalismo entre Estados libres”. La propuesta de Kant fue una respuesta a una crisis histórica de siglos en Europa. Desde aquel decreto de “paz eterna” adoptado en 1495 por la Dieta de Worms, ¿para qué utilizar el poder coercitivo del Estado en la búsqueda de la paz interna, si la seguridad de sus ciudadanos es constantemente amenazada por guerras internacionales? Esto no es poner la otra mejilla, sino un entendimiento del sentido vinculante del deber de la paz como única oportunidad posible para materializar derechos reconocibles.

Las invasiones de Israel a Palestina en Medio Oriente, y de Rusia a Ucrania en Europa, con la injerencia de otros Estados como Estados Unidos, Francia o Irán. Los bombardeos de Arabia Saudita sobre Yemen, la destrucción resiente de Irak o Siria, las amenazas de China sobre Taiwán, alimento para la economía de guerra, son una prueba de los límites del cambio hacia una ética universal y secular. Probablemente Kant es insuficiente para ilustrarnos lo dramático de la existencia humana en un mundo donde solo hay otros casi iguales, otros humanos. Pero leer al filósofo de Rusia y Alemania, el puente que es Kaliningrado-Königsberg, lleva a algo más que entender o justificar a un individuo o un país enemigos: a situar su propia vulnerabilidad como la nuestra, su derecho a sobrevivir y prosperar como nuestra propia felicidad.  


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Imagen de portada: Immanuel Kant, Kaliningrado, Rusia, Deutschlandfunk Kultur.