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¿Por qué vivir con menos propiedades puede ser una opción para las clases medias del siglo XXI? ¿Qué opciones hay al liberalismo y al estatismo? ¿Por qué una comunidad libertaria podría ser un sueño distinto para los migrantes de América Latina?

La carismática ciudad italiana de Nomadelfia reúne a familias que acogen como hijas e hijos propios a menores abandonados, una experiencia alimentada por todos los que llegan y que imita a aquella del apóstol Bernabé y los cristianos primitivos, basada en una renta y medios de desarrollo comunes. No es muy distinta al experimento de los Caracoles filozapatistas articulados desde las Juntas del Buen Gobierno, las ecoaldeas de Europa del movimiento “Slow Food” o la comunidad de pintores primitivistas de Solentiname que impulsó el poeta Ernesto Cardenal.

El placer de no obedecer. A pesar de todas las dificultades que implica desconocer que “el mundo” sea este mundo uniforme de hipercrecimiento y “autoexplotación”, adjetivo del filósofo Byung-Chul Han, estos refugios de carácter libertario proponen relocalizarlo, un compromiso común distinto del exilio individual, una vida más lenta, más limpia y de equilibrio hedonista en el sentido clásico de la palabra: un autocuidado de individuos libres que evitan reproducir cualquier situación dañosa y contraria a una identificación entre el propio goce y la tranquilidad colectiva.

La equidad no es una idea abstracta, sino una coevolución del espíritu y la forma de una sociedad que busque que cada persona pueda actuar de la manera más autónoma y más creativa posibles, con la ayuda de herramientas que sean menos controlables por los otros. Curiosamente esto se logra no teniendo más, sino mejores cosas, las cuales no son las más caras, sino más hermosas, no en un sentido preciosista, sino de resonancia personal, de agencia directa, con todo el ser. Porque la productividad se conjuga en términos adquisitivos, y la convivencialidad en términos de existenciales. Es posible definir alternativas a modos de trabajo, educación y recreación que hasta ahora solo han sido una garantía para el uno por ciento de la población. Es autocensura y no una imposición ajena no pensar en ¿cuál podría ser una vida que valga la pena ser vivida?

Los países de América Latina son a veces rehenes de un extra Estado narcotraficante, políticos que escalan en instituciones supuestamente fundadas para equilibrar la vida social y poderes fácticos reaccionarios. La única salida no es adaptarse, sino crear nuevas experiencias sociales que no ofrecen los proyectos demoliberales, faraones que llevan a cada vez más poblaciones al éxodo de la economía formal, orilladas a la migración, al crimen o a la informalidad donde se muere, a veces, sin un acta de nacimiento, sin haber existido para el mundo que cree ser todos los poderes.

Hemos dado por hecho que el crecimiento económico garantiza la cohesión social junto a la preservación y defensa de bienes privados, idea que, sin embargo, no ha demostrado reproducir ciertas demandas públicas que se sienten mucho más íntimas. Estos pactos por una vida comunitaria disidente no persiguen un sistema de recompensas como el que proporcionan los mercados anónimos, pero tampoco los Estados sin rostro. Su carácter socialista no es una estatización de lo público, sino hacer público al Estado. El sentido de valor de la economía no puede ser un monopolio de los capitales humanos, sino el de un hacedor de valores sentidos, un cuerpo convivencial. La diversificación de libertades es un proceso ético que descentraliza el poder, lo reconvierte en responsabilidad y permite de nuevo una administración participativa. Los proyectos de estas comunidades pueden transversalizarse políticamente, con el objetivo de aprender de los errores y de los éxitos de cada una, compartiendo recursos en un modelo de federalismo mutualista.

No puede negarse que el ejemplo de las comunidades libertarias no es para todos y no tienen la última palabra sobre lo que critican. Son solo un testimonio de lo mucho que se puede ganar y lo poco que hay que perder si renunciamos a ciertas comodidades muy específicas, un determinado cierto diseño de lo privado, en favor de maneras de vivir donde podríamos trabajar menos, proveyéndonos de un tiempo más adecuado para el desarrollo de nuestra intimidad, nuestras cualidades psicofísicas o, por usar un adjetivo del filósofo Pierre Hadot, “espirituales”.

Estados Unidos expulsa de su territorio a muchos de los mejores latinoamericanos, “dreamers” trabajadores y estudiantes que han apoyado a nuestros países a través de las remesas. La opción de muchos de estos repatriados, quienes intentaron llegar a un sueño al haberse incorporado a esas caravanas que huyen de la incertidumbre y la muerte, podría ser su propia versión de una de estas comunidades libertarias, una microciudad, una aldea del siglo XXI, un nomos en el universo.


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Imagen: joven zapatista, INFOWAR.