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¿Por qué las grandes obras artísticas pueden ser también obras terapéuticas? ¿Cómo es la participación artística un beneficio para la neuroplasticidad y el sistema inmunológico? ¿Por qué hay que hacer arte en la infancia y en la tercera edad?

El psicólogo mexicoestadounidense Dacher Keltner sigue convencido de que algo como la Capilla Sixtina de Miguel Ángel es taumatúrgico o tiene mano santa. Las pinturas a tinta china o los iconos de la escuela de Nóvgorod activan los circuitos de recompensa del cerebro aligerando el estrés, un regalo de la externalidad de nuestra psicología que beneficia a todo el cuerpo, recargado de un nivel saludable de “citoquinas”, la clave la resiliencia del sistema inmune. Las obras de arte nos entusiasman o nos hacen dar zancadas gigantescas, saltar muchos más horizontes. Como escribió el novelista y dramaturgo Émile Zola:

Si me preguntas qué vine a hacer en este mundo, yo, artista, te responderé:

ESTOY AQUÍ PARA VIVIR EN VOZ ALTA.

El arte contribuye a la neuroplasticidad. Como imaginación, puede ser un aliciente para el pensamiento crítico y la solución de problemas en las niñas y los niños, el arte. La creación de una figura de barro, una obra de teatro montada en el recreo o una pintura de acuarela puede ayudar a pensar fuera de lo correcto o lo incorrecto, una autocorrección que es parte del proceso abierto, y que no debería tener taches, de una personalidad. Esto no debería terminar nunca, porque estas expresividad con todo el ser puede ayudarnos en la tercera edad a mantener una relación con esa originalidad que es contraria al deterioro cognitivo. El arte es el crecimiento de nuevas células cerebrales, y esto implica una mejor memoria y razonamiento.

Encuestadores de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología aseguran que pintar, bailar e interpretar un instrumento musical, o tan siquiera el disfrute del cine o de un concierto, beneficia a la sensación de salud de las personas, ya que puede apoyarnos a reducir la huella química de los estados depresivos, algo más difícil para quienes no participan de ninguna actividad cultural. El arte eleva el estado de ánimo, y a nivel fisiológico, reduce la presión arterial e incluso puede sutilizar los síntomas de una enfermedad crónica.

Investigadores como Heather Stuckey y Jeremy Nobel han comprobado que los pacientes expuestos al estímulo del arte durante su hospitalización son dados de alta más rápido que aquellos que no. El instituto Arts and Minds de Inglaterra detectó una caída de más del setenta por ciento de la ansiedad y la depresión entre los participantes de sus talleres artísticos en Cambridgeshire. La Universidad de Aurora en los Estados Unidos todavía llega más lejos al sostener que en situaciones de aislamiento, como la pandemia del covid, hechos simples como ver una colección de arte por internet pueden contribuir a serenar la mente y a asimilar estos eventos.

El arte y el amor son el proceso de verse a uno mismo en cosas que no son uno.

Estas palabras del ensayista y crítico cultural Chuck Klosterman nos recuerdan que la vivencia del arte es, incluso en soledad, secretamente colectiva, un desdoblamiento de nuestra posibilidad para compartir, aprender y responder mejor a otros seres que también son y hacen arte. Las actividades y la contemplación estética nos permiten hacer las paces con nuestro alrededor, y esto perfila la autoestima y los sentimientos de logro más genuinos, como un subidón de dopamina que crea y recorre nuevas vías neuronales basadas en el bienestar.


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Imagen de portada: Filip Subotic, The Monroe News.