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¿Por qué el filósofo hongkonés Yuk Hui sostiene que las inteligencias artificiales son cuerpos? ¿Qué es tener, ser o desarrollar algo corporal? ¿Por qué las inteligencias artificiales nos ayudan a advertir interrogantes filosóficas?

El filósofo chino y experto en ingeniería informativa, Yuk Hui, es un filósofo dentro de la tecnología o un “tecnósofo”. Doctorado en la Universidad de Londres y profesor en la Universidad Erasmus, bajo la influencia de un pensador tan complejo sobre la “técnica” como Bernard Stiegler, descubrió el sentido más íntimo de esto último, algo que le ha permitido definir una posición controvertida y divergente de la mayoría de críticos sobre las inteligencias artificiales. A diferencia del temor vigente de que estas tecnologías abran un escenario positivo que nos libere del trabajo, o negativo que como el de nuestra propia extinción, siguiendo a Gilbert Simondon, Martin Heidegger, Henri Bergson y Norbert Wiener, Hui asegura que no nos hemos planteado cómo funciona nuestra relación con la realidad cibernética ni tampoco las posibilidades de que esta pueda adaptarse a las múltiples formas de conocimiento de cada cultura particular.

Los seres humanos somos seres tecnológicos. Inventamos la tecnología, sí, pero al mismo tiempo somos inventados continuamente por nuestras técnicas, la tecnología. Desarrollamos nuestros gestos, reconfiguramos nuestro sistema nervioso central. Pero la evolución tecnológica es mucho más rápida que la evolución biológica.

Desde sus años de estudiante en Hong Kong, Hui creció interesado en las inteligencias artificiales como una duda sobre si, de hecho, estas eran parte de una realidad filosofía, una inquietud de un ingeniero convertido en filósofo capaz de ver en este tipo de desarrollos preguntas como: ¿qué es la percepción, la acción, la moralidad? El espacio interior y exterior aparecen cuando se pone en duda, por ejemplo, si un robot, al entrar en una habitación y mirarnos fijamente, ¿puede o no saber qué es importante en un entorno tan específico? Este tipo de interrogantes son las de una fenomenología de la inteligencia artificial, algo muy anterior a Hui y con sus primeros pasos en la década de los sesenta. Para el filósofo estadounidense Hubert Dreyfus, la primera inteligencia artificial desarrollada por el MIT era ya una “inteligencia cartesiana”, es decir, un pensamiento que existe. Según este autor y su admirador hongkonés, haría falta seguir también el desarrollo de la historia de la filosofía y concebir una inteligencia ontológica o “heideggeriana”, es decir, que pueda plantearse no como un ente entre los entes, sino como ser-ahí.

Para Hui, ahora siguiendo a un fenomenólogo como Merleau-Ponty, las inteligencia artificiales están encarnadas, tienen una mismidad, un cuerpo que no se ve, o son una encarnación del mundo, una integración con el mundo. Algo poco evidente hasta el siglo XXI, porque décadas antes algo como la experiencia cotidiana no se comprendía bien dentro de la investigación de las inteligencias artificiales. ¿Un estudiante de informática que copia y pega un algoritmo, entiende realmente qué es? Más difícil entender algo así sin la más mínima experiencia.

Hui resume la historia de la tecnología remitiéndose a los primeros artesanos que trabajaban con múltiples herramientas, algo expandido en tiempos de las primeras enciclopedias y máquinas mecánicas simples, donde todavía no se veía desaparecer al trabajo manual cotidiano. Sería la revolución industrial la transición a un nuevo tipo de máquinas, aquellas que describió muy bien Karl Marx como “cerradas” y “autónomas”, reemplazantes de algo de los trabajadores, quienes empezarán a dejar de lado el uso anterior de sus cuerpos como pérdida de saberes técnicos. El siglo XXI se ve en el problema aún más extraño de reconocer qué sería una máquina casi biológica. Maquinas que, ya desde el desarrollo de la cibernética de los años 40, son concebidas como entidades que se gobiernan a sí mismas retroalimentándose.

La teoría de “la mente o la cognición corporizada” ha puesto en duda varias tesis del intelectualismo, el funcionalismo computacional y el dualismo cartesiano que ha influido en nuestro modo de pensar desde el siglo XVII. Esta perspectiva sostiene que la cognición no es resultado de representaciones abstractas del mundo, sino que se ve fuertemente influenciada por los aspectos de nuestro cuerpo, el cual se comprende desde la extensión más amplia posible, no solo como cerebro, sino como todo lo que podamos llegar a entender como experiencias corporales. Es inminente y necesario reconciliar las ciencias cognitivas con la experiencia humana o “corporización”, un objetivo que pueden compartir la psicología, la lingüística, la Historia, la neurobiología animal y humana, además de los diversos análisis sobre sistemas dinámicos e inteligencias artificiales. ¿Qué deberíamos entender como cuerpos? ¿Las máquinas lo tienen o ya lo están teniendo? En palabras de los autores Francisco Varela, Evan Thompson y Eleanor Rosch:

Al usar el término “corporizado” queremos resaltar dos puntos: primero, que la cognición depende de los tipos de experiencia que provienen de tener un cuerpo con varias capacidades sensoriomotoras, y segundo, que estas capacidades individuales están embebidas en un entorno biológico, psicológico y cultural más amplio.

Para Hui, en el sentido más puro posible, una máquina es la exteriorización de la inteligencia, pero puede convertirse en una fuente de alienación siempre que no se sepa lidiar con ella o entenderla. El espacio extenso y cultural que van creando las inteligencias artificiales puede no ser un nuevo remplazo del cuerpo, como advirtió Marx, sino un replanteamiento creativo de nuestra dimensión psíquica, biológica, filosófica y como hegemonía cultural. Para el filósofo hongkonés, la encarnación de las máquinas puede no ocultar, sino rescatar parte de la encarnación perdida de la humanidad, no sirviendo a un gran proyecto y a una gran mercadotecnia de un monopolio tecnológico, sino a nuevos horizontes relacionales y de diversidad.    

 

Imagen: Yuk Hui, El País.