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Bajo el signo de Venus: William Shakespeare, astrología y poesía

Arte

Por: Emilio Novis - 04/24/2024

Una meditación sobre la influencia astrológica de Venus en Shakespeare

El 23 de abril se celebra el cumpleaños del que probablemente sea el más grande poeta de los últimos 500 años. Shakespeare, como diría Calasso de Baudelaire, es por sí solo un nuevo "clima psíquico", alguien que educa y hace nacer una nueva sensibilidad. Además de reformar, hacer más dinámico, más dulce y ágil el lenguaje inglés, En Shakespeare se hace patente esa definición legendaria de la belleza del mismo Baudelaire, que sugería que la belleza es lo que conjuga una forma eterna, inmutable con una envoltura divertida, un estilo, una temática propia del tiempo, de la moda, de las pasiones de la época. Las obras de Shakespeare son testimonio de la variada comedia y tragedia de la existencia humana, en las que la humanidad entera parece tomar voz, pero incluso esta virtud católica, palidece ante el hecho singular y evidente de que lo esencial es que sean bellas y divertidas, que produzcan placer estético. Son las palabras bellas las que permiten sentir emociones profundas y no al revés. 

Borges había dicho que Shakespeare es todos los hombres y  que "Los fervorosos que se entregan a una línea de Shakespeare no son, literalmente, Shakespeare", tal es el poder de compenetración de una literatura universal, en la que todos nos podemos identificar y ver reflejadas nuestras emociones más dispares. Es cierto esto, pero sobre todo, Shakespeare es un poeta de Venus, del amor, la belleza y la voluptuosidad. Solo Venus permitiría la promiscuidad emotiva, la amplia paleta de personajes y sensaciones que parecen dibujar al mundo entero, unidos por una suerte de empatía sin sentimentalismo que sale a relucir.  Pues Venus es, como señala el himno órfico que la alaba, "la dama que todo lo vincula". Venus es la vinculación con el mundo, la capacidad de conectar con algo y sentir que el otro nos entiende, nos escucha, nos habla a nosotros, ha captado los colores invisibles de nuestras pasiones. Bajo los rayos venusinos, de cordialidad y encanto, todo pega, todo conecta, todo se acerca con una sonrisa; bajo el tosco y hostil Marte o el seco y duro Saturno, nada conecta, todo se sufre, todo parece querer separarse y alejarse. Venus es como el azul de las galaxias que se acercan; Marte el rojo de las galaxias que se alejan.

Shakespeare nació el 24 de abril bajo el signo solar de Tauro, regido por el planeta Venus, una de las tres gracias celestes. Tauro, bajo el prisma venusino, sugiere una inclinación al sexo, al dinero, a la comida, a las cosas buenas y placenteras.  Asimismo, una sensibilidad a la belleza y una buena fisionomía, capaz de dar y recibir placer. No me internaré en los datos biográficos de Shakespeare, famosamente pantanosos y disputados, aunque ciertamente lo que se conoce no refuta para nada estos términos claves. Su obra es testimonio suficiente, desde Falstaff hasta Julieta o el poeta de los "Sonetos" y por supuesto su largo poema dedicado a los amores primaverales de Venus y Adonis. La presencia de Venus se acentúa en tanto a que Shakespeare tiene la luna en el signo de Libra, también regido por Venus, pero en su aspecto aéreo, más inclinado a las artes y a los goces intelectuales. No es menor que el sol y la luna de Shakespeare estén regidas por Venus -la celeste y la terrestre-. Más aún, su ascendente en Cáncer, si es que podemos confiar en la carta astral proporcionada en línea, muestra que debemos mirar para obtener la completa significación del ascendente al signo y a la casa donde se encuentra la luna.  Esto es, la casa 4, una de las más importantes, regida por Libra o Venus.  Esto no será sorpresa para quien ha leído la obra de Shakespeare y se ha refocilado en sus versos, que son la voluptuosidad encarnada en literatura, como sería apropiado de una luna nutrida por Venus.

Existe en los "Sonetos" una especie de visión del orden del mundo regido por la belleza. De las personas que gozan del rayo de la belleza deseamos que se incrementen; e incluso una ley brutal, una aristocracia de lo bello, en la que todo en la naturaleza conspira y llega a su sentido perfecto cuando los hombres y las mujeres bellas se juntan y procrean, siguiendo el llamado de la primavera. Mientras que los que carecen de esta fortuna -de la privanza venusina-, pueden bien irse bajo la guadaña de Saturno sin pena ni gloria. La tragedia es que alguien dueño de gran belleza no se reproduzca, no florezca, no se alinee con la primavera y el cosmos y geste más belleza. Este es uno de los temas principales de los sonetos, que ocurren además en buena parte en la estación vernal, que parece ser obra del céfiro, que llega con la energía del cielo para hacer del mundo, de formas diversas, un gran lecho nupcial o una gran invitación a renovarse a través del amor.

Uno de los versos del poema "Venus y Adonis" sugiere que el deber del ser humano es justamente hacerse bello, vivir la belleza, holgarse en ella, con su dulce lógica. "Beauty breedeth beauty; Thou wart begot; to get it is thy duty". Es una cierta tiranía, porque la belleza engendra belleza; no  hay modo de ganarla a través del esfuerzo, acaso solo queda la gracia de Venus.  Y por eso, con vaga esperanza, adoremos a la diosa. 

La filosofía de este poema, la filosofía de Venus, es que la belleza es el sentido de la existencia, solo en en ella y en sus desdobles amorosos se pueden experimentar la intensidad de la existencia. Todo lo demás es una sombra, una más o menos molesta antesala, un largo evento preliminar (si tenemos suerte). La vida solo es real, buena, vibrante cuando podemos gozar del amor en el esplendor de los cuerpos. El amante es más poderoso que el filósofo, pues conoce la dulzura de la vida y no palabras que la niegan o la afirman. El mismo Sócrates al final se inclina ante el joven Alcibíades, en la voz de Hölderlin:

"Venerado Sócrates, ¿por qué siempre

estás alabando a ese hombre? ¿Acaso no conoces

cosas más importantes? ¿Por qué lo miras con tanto amor,

arrebatado, como si se tratara de un Dios?"

Aquel que piensa lo más profundo ama lo que está más vivo,

la más amplia experiencia acaba inclinándose hacia lo mejor de la juventud.

Es cierto que Shakespeare no puede reducirse solamente a una arista venusina, a un culto a la belleza y al placer, ni siquiera astrológicamente, pero esta es su fuerza dominante, su constante en la diversidad. Un arte que no tiene una propuesta moralizante, sino que busca mostrar la vida -colocar un espejo ante la naturaleza-. (Si uno toma nota, en Shakespeare, los razonamientos sobre verdad o  bien y demás suelen estar supeditados a la expresión bella, a lo que mejor suena, esa es la ley, y no muestra superficialidad, sino un conocimiento del imperio de Venus: el placer nos vuelve buenos, nos inclina hacia el amor). La vida es triste y trágica, feliz y dichosa, y demás oscilaciones, pero la conciencia del poeta le permite reír en todo esto, encontrar un placer, posar una cierta mirada coqueta y divertida. Lo que hace es similar a lo que hace Venus con su amante que sufre del gran calor del sol que lo aletarga y le roba la energía que necesita para seguir amando: ella se coloca en medio y ataja los rayos demasiado duros, o envía brisas que plácidamente refrescan y convoca baños con las ninfas que preside. Este es el tamiz del poeta ante los extremos de la existencia, y viene de la belleza de las palabras, del ritmo, de la métrica y del humor siempre presente y de su capacidad de obtener placer, que nos hacen caminar con pies ligeros (el signo de la divinidad). La mirada inflamada, pero siempre risueña de Shakespeare, se sigue posando sobre el gran espectáculo del mundo, sobre la vana procesión de palacios y templos, y sigue descubriendo que todos son actores, todos son espíritus, todos son la misma sustancia insustancial del sueño, pero en ello hay placer: el placer de los sonidos dulces y las caricias voluptuosas que a veces interrumpen una larga siesta, ese sueño sabroso de la luz.  

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Twitter del autor: Emilio Novis / @pneumaylogos