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Noam Chomsky desconfía de los efectos ulteriores de las inteligencias artificiales. Pueden perjudicar las capacidades de aprendizaje de las nuevas generaciones y hacernos minimizar lo compleja que es la experiencia humana.

Noam Chomsky está a solo cinco años de cumplir los cien. Se trata del autor vivo y del octavo autor de toda la Historia más citado. Desde hace décadas, esta influencia se vincula más a su denuncia de la globalización, la propaganda simulada, el falso humanitarismo de la geopolítica estadounidense y la simbiosis entre los intereses de los Estados y de la economía financializada. Pero en primera instancia, es un profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts o MIT, una figura revolucionaría no solo en política, sino en el mundo teórico, habiendo trasformado para siempre las ciencias cognitivas y la lingüística.

Lo curioso es que, hoy más que nunca, el análisis de la sociedad y el análisis del lenguaje de Chomsky coinciden. El autodenominado “anarcosindicalista” nos ha hablado del tipo de socialismo que considera la mejor alternativa para el futuro, hablando de todo lo que hoy nos separa de ese escenario, y puede ser que estemos viviendo cada vez menos en el mundo que desearía Chomsky. Una perspectiva desalentadora que incluye contradicciones no solo en nuestra calidad de vida, sino en el aprendizaje. Por ejemplo: para aprender contamos con más medios que nunca, más de los que alguna vez soñaron nuestros padres. No obstante, parece que estamos aprendiendo menos y que estamos siendo privados de cierta complejidad. Esto abre preguntas sobre los perjuicios cognitivos y sociales de la tecnología.   

La inteligencia artificial ha sido el gran tema de conversación del último año, y gran parte de la atención la ha recibido un producto en particular: “ChatGPT”, un sistema de conversación de la empresa “OpenAI”, es un chat inteligente capacitado para ofrecer respuestas acertadas y completas, y que utiliza un lenguaje más natural en base a un modelo denominado “GPT-3”. Las posibilidades ulteriores de este tipo de desarrollos no entusiasman y, de hecho, consternan algo a Chomsky. En unas palabras para el New York Times, advirtió que estos pueden tener “algún valor para algo”, pero que este, para empezar, “no es obvio”.

Para el politólogo y lingüista, lo único claro hasta donde sabemos es que este tipo de inteligencias artificiales pueden convertirse, por ejemplo, en “una forma de evitar el aprendizaje”. Que los estudiantes utilicen esta tecnología para brincárselo es una señal de los fallos hasta ahora no resueltos y nunca reconocidos de nuestros sistemas educativos. También se trata de un plagio de alta tecnología que no es advertido ni denunciado como lo que es, “el mayor robo de propiedad intelectual jamás registrado desde que los colonos europeos llegaron a las comunidades indias”. ¿Esto último es el principal peligro? No se trata solo de que algo como este chat pueda plagiar impunemente, sino de que nuestros discursos al respecto no sean claros sobre la diferencia entre copiar y pegar pensamientos respecto de pensar. Hay algo negativo en las inteligencias artificiales cuando damos por sentado lo complejo y rico del fenómeno o la realidad de la conciencia. Palabras de Chomsky del 8 de marzo de 2023 para el New York Times:

La mente humana no es una máquina estadística como la ChatGPT y otras de su tipo, codiciosa de cientos de terabytes de datos para llegar a la respuesta más plausible a una conversación o la respuesta más probable a una pregunta científica.

Al contrario, la mente humana es un sistema sorprendentemente eficiente y elegante que trabaja con una cantidad finita de información. No trata de corromper correlaciones de los datos, sino de crear explicaciones.

Entonces dejemos de llamarla “inteligencia artificial” y llamémosla por lo que es, un “software de plagio”, porque no crea nada, sino que copia obras existentes de artistas existentes y las cambia de tal manera que puedan escapar a los derechos de autor.