'Meoto Iwa', las rocas del amor del sintoísmo, el camino de los kami
Filosofía
Por: Alejandro Massa Varela - 03/21/2024
Por: Alejandro Massa Varela - 03/21/2024
Para encontrar a "la pareja" debemos ir a menos de un kilómetro del pueblo costero de Futamigaura, justo al sur de la pequeña ciudad de Ise y del “Daijinguu”, su antiguo santuario anterior a la llegada del budismo. Un instante religioso en sintonía solo con su propio tiempo como si este fuera un lugar único y un estilo arquitectónico exclusivo, el “Shinmeizukuri”, prohibido de ser utilizado para cualquier otro recinto de épocas más tardías. Ahí está “Meoto Iwa”, la pareja bañada por estallidos del océano. Dos rocas sagradas, “Izanagi”, el novio coronado por una puerta “torii” diminuta, el umbral entre el sentido común y el de la intimidad de la vida, e “Izanami”, la novia o el risco más pequeño. Vemos su casamiento y el coito sagrado porque ambas rocas están unidas por un “shimenawa”, una cuerda sagrada hecha de tallos trenzados de arroz que se remplaza tres veces al año en las ceremonias de mayo, septiembre y diciembre. Para la mitología sintoísta, de esta pareja ancestral nacieron todas las islas del archipiélago que los demás habitantes del mundo llamamos "Japón".
Sintoísta sería la manera indígena de hacer las cosas en esas tierras del Pacífico, por lo que no necesitó por siglos de un nombre propio. Un animismo como los hallados en África y el Polo Norte, refinado una y otra vez en uno de los poquísimos países nunca colonizado y que solo tomó del exterior en sus propios términos. Entre otras cosas, recibió ese nombre que le faltaba hasta la introducción de un príncipe iluminado desde China a través de Corea. Si había un “butsudo”, una vía del Buda, debía poder distinguirse con un nombre aquella “religión” sin historia, aquel “escrúpulo” nativo. A falta de un sistema propio de escritura japonesa, se eligió: “Shinto”, un término arcaico de origen chino que significa el camino de los dioses, “shin-to” o “shin-do”, traducido a la lengua de los locales como “kami no michi”.
¿Qué son Izanami e Izanagi? Una palabra como "dios" es de origen indoeuropeo, “deus” en latín, “deva” en sanscrito, con la probable raíz “dyu”, la luz diurna, una etimología de ese protolenguaje reconstruido de los nómadas conquistadores de pueblos agrícolas nativos de Europa o la India. La palabra “kami” tiene menos que ver con esa luminiscencia unívoca que desoculta las formas, convertidas en un único conocimiento sin realidad propia. Por eso emplear la palabra dios puede ser un malentendido. Hasta la llegada del budismo, los kami no tenían ninguna representación y los lugares no humanos eran su sitio de culto. Como en muchos sitios, se tratan de las fuerzas misteriosas y naturales, de una agencia familiar y a la vez extraña, de lo impresionante. Todo lo que no se puede explicar o que se explica desde su manifestación incompleta: la profundidad del sonido, los aromas y el color de las cataratas, las rompientes, los acantilados y los bosques todavía más profundos, latiendo dentro del sol o de la nieve. Incluso el musgo y ciertos árboles con formas inusuales.
El ocho es un número enigmático en el Japón utilizado para referirse a lo no cuantificable o que no puede mentarse. “Yao yorozu” literalmente significa ocho millones, la cantidad de kami, pero su sentido es el de lo incontable e inmanejable. La forma en el sintoísmo es la no-forma, es decir, su fenómeno, su formación, aquello que sería igual con o sin el ejercicio de describir, o que se ve y no se ve, tal y como vemos y no vemos “crecer el pasto” o “cambiar al mar”. Los kami no son como las personas que vienen y van, reconociéndose desde un exceso de comparación. Más bien permiten la calidad y el contraste, incluso la personalidad. Nos recuerdan ir por un camino que no existe, sino donde se hacen los fenómenos, carecen de sentido abstracciones como “el ser” y “la nada”, y pasamos por las puerta torii, la saturación evanescente.
Las parejas que se reúnen ante la Meoto Iwa, el amor primigenio, piensan seguir ese camino de unión. Pero este no implica un reencuentro con el misterio del “Uno” o con un único misterio. La unidad también es un fenómeno, distintas intimidades, una unión para hacer lo distinto, diferentes maneras de unirse, procesos que siguen dando vida.