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¿Qué hace tan interesante a Eugène-François Vidocq como para haberse convertido en inspiración para Honoré de Balzac, Victor Hugo, Edgar Allan Poe, Gérard Depardieu, Vincent Cassel y Martin Crane?

La historia de Eugène-François Vidocq es la de un estafador y un detective, un cazador furtivo y un guardabosques, la historia de la contradicción y la creatividad literaria y empírica. Vidocq fue un criminal que, sin sufrir una exacta conversión, cambió de vida para trabajar como criminólogo y más tarde convertirse en un escritor de best sellers que encendió la imaginación del siglo XIX. Sus memorias dieron color al entonces naciente horizonte de la novela policíaca, quizá algo solo posible para un verdadero genio del crimen y para un personaje todavía de interés en el mundo contemporáneo. Sin duda, su huella en Francia e internacional se explica por un trepidante recorrido a partir de una juventud derrochada, lleno de pioneras contribuciones a la criminología y escritos valientes entre el encanto de la realidad y de la ficción. Un autor que también inició cierta tendencia de embellecer delitos con los que gran parte de la sociedad puede empatizar, sin víctimas o movidos por una entendible venganza.

¿Vidocq cómo debería ser evaluado? ¿Hablamos de un delincuente oportunista que logró salir del fango valiéndose del tumultuoso contexto postrevolucionario francés? Sin duda, pudo aprovechar las necesidades de las instituciones de poder emergentes de su país. ¿O Hablamos de un reformador de las fuerzas del orden inteligente y cívico? Sin duda, también fue responsable de establecer bases metodológicas policiacas y forenses modernas. Tan es así que ayudó a crear en 1812 la Brigada de Seguridad de París o “la Sûreté”, una oficina de investigación criminal que, es justo decir, fue la primera en su tipo, con innovaciones que hoy son comunes como agentes encubiertos, siendo el modelo del Scotland Yard británico o del FBI estadounidense. Quién hubiera comprendido mejor las acciones de los criminales que un hombre que, de acuerdo con sus memorias, cometió todo tipo de delitos menores y escapó de más de veinte cárceles, a veces con recursos ingeniosos como disfrazarse con un hábito de monje.

Pero nadie escribiría sobre Vidocq si en algún punto de ese ciclo de arrestos y fugas no hubiera decidido cambiar el uso que daba a todas sus energías. Su historia con la Sûreté se remonda a 1809 y a sus treinta y cuatro años. Todavía como un criminal prófugo, cambió de estrategia de sobrevivencia y se entregó, probablemente ante el ofrecimiento de convertirse en informante a cambio de una libertad imposible. Y aunque no fue absuelto, se le permitió cumplir su condena en las prisiones comunes de Bicêtre y La Force, donde en un lapso de veintiún meses compartió secretos de sus compañeros a la policía. ¿Un desgraciado? Al menos nadie debería dudar que fue un experto en ganarse la confianza de criminales para revelar su pasado. Y partiendo de esas relaciones con los exiliados de la Ley, contribuyó a formar una brigada de investigadores que supo aprovechar a convictos y exconvictos.

El éxito de Vidocq es cuantitativo: aproximadamente detuvo a unos 4.000 delincuentes con su equipo de agentes camuflados de civil. Pero también este éxito incluye haber planteado los mencionados métodos revolucionarios que se siguen utilizando ampliamente hasta el día de hoy, como integrar registros escritos detallados y un sistema de fichas con notas sobre alias, descripciones físicas, historial de condenas previas y características de modus operandi de cerca de treinta mil delincuentes. También fue un gran impulsor y defensor de una incipiente ciencia forense, anotando detalles aparentemente irrelevantes de escenas de asesinatos, robos o violaciones. Por ejemplo, dio importancia a las huellas dactilares, tratando de conservarlas con yeso de París, aunque nunca pudo hallar una tinta que pudiera secarse como para tomar una impresión apropiada. O analizó probables notas falsas comparándolas con muestras de escritura a mano, pensó en formas rudimentarias de balística, atrapando a un homicida al dar cuenta de las coincidencias entre una bala con el cañón del arma asesina. Todo esto sin preocuparse demasiado por el peligro evidente de trabajar codo a codo con delincuentes.

Sin embargo, la Sûreté siempre estuvo bajo escrutinio debido al pasado controvertido de sus agentes. Jean Henry, jefe de la Prefectura de París, era consciente de quejas sobre sobornos y crímenes montados o provocados para resolverlos más tarde y beneficiarse de algunas de sus posibles ganancias. Por lo que, en 1827 y cumplidos los cincuenta y dos años, Vidocq renunció o fue despedido, aunque se cree que lo más probable es que saltara antes de que lo empujaran, solo para volver a cambiar de vida. Y aunque sea vergonzoso dentro de esta historia, su protagonista salió de la Sûreté con medio millón de francos, sin llegar a explicar cómo si apenas recibía un salario de cinco mil francos. Detalle muy poco halagüeño si hubiera pensado aclarar aquellas sospechas acumuladas de enriquecimiento ilícito. Sea como haya sido, tras su salida, Vidocq fundó la primera agencia de detectives privados y comenzó a trabajar en sus memorias, publicadas en cuatro volúmenes entre los años 1828 y 1829.

Esta nueva carrera como escritor resultó un éxito instantáneo en ambos lados del Canal de la Mancha, ganándose la amistad o convirtiéndose en un autor de referencia de algunos de los mejores escritores franceses del siglo XIX. Inspiró los personajes de Vautrin en La Comedia Humana de Honoré de Balzac, de Jean Valjean y el inspector Javert en Los Miserables de Victor Hugo, y de Auguste Dupin en la obra de Edgar Allan Poe. Vidocq sin duda daba mucho material, y quizá nunca sabremos si la realidad superó a la ficción en su caso. ¿Cometió más crímenes este padre de la criminología moderna o sus versiones literarias? No es de extrañar que este sea un legado complejo hoy como lo fue en hace dos siglos. Para muchos criminólogos, se trata de una figura de culto. Por ejemplo, la Sociedad Vidocq es una organización estadounidense de detectives profesionales y aficionados, expertos forenses y agentes del FBI entretenidos en tratar de resolver casos sin respuesta, un grupo de personas que recuerdan a Martin Crane, el padre de Frasier, protagonista del sitcom homónimo de los noventa. Autores como Michel Foucault tienen un punto de vista mucho menos positivo, pues para el filósofo francés hablamos de una vida que determinó el momento inquietante en el que la criminalidad se convirtió en uno de los mecanismos del poder.

Lo único fuera de dudas sería el atractivo de Vidocq, al punto de que actores de la talla de Gérard Depardieu y Vincent Cassel hayan decidido meterse en su piel, su mente y sus zapatos.

 

Imagen de portada: L'Empereur de Paris, Jean-François Richet (2018)