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Un nuevo episodio en la inmersión profunda a la cueva de Platón de la modernidad tecnofílica, enamorada de simulacros

Mucha expectativa, y sobre todo hype creado por el altavoz mediático que amplifica ciegamente la agenda de Apple, ha generado el lanzamiento del dispositivo de realidad mixta y realidad virtual de Apple Vision Pro. Este dispositivo cuesta 3,500 dólares  y se promueve como un paso decisivo en la adopción de lentes o headsets que permiten navegar el mundo integrando la tecnología digital al espacio. En otras, palabras, como la misma compañía lo ha definido, "una computadora para la cabeza", o un dispositivo que convierte el mundo en una computadora, en una pantalla móvil en la que se despliega las aplicaciones con las que mediamos nuestras relaciones.  

Hace unos años Google intentó algo similar con sus Google Glass, una fantasía que fracasó, pero que no ha dejado de ser reciclada por las mentes  -tan nerds como usureras- de Meta, Apple y otras compañías que  compiten por lanzar el nuevo gran gadget, que llevé el smartphone a un nuevo nivel, incorporando el internet a todas las cosas y, de paso, por supuesto, volviéndonos más dependientes a la tecnología y a sus mundos artificiales. El smartphone hizo que lleváramos la computadora a todos lados, el siguiente gran gadget busca hacer ya no que llevemos la computadora, sino que nuestro aparato cognitivo, nuestra interfase con la realidad sea todo el tiempo una computadora, o, incluso que la computadora nos lleve a nosotros. y el espacio mismo sea informático, el verdadero ciberespacio. 

El Vision Pro de Apple tiene una serie de sofisticadas cámaras y escáners que le permiten reproducir el entorno en tiempo real (sin lag), al tiiempo que proyecta elementos digitales sobre esta representación casi idéntica. También tiene la capacidad de crear ambientes puramente virtuales, pero esta característica llamada video passthrough es la que genera más atracción.

 

El video passthrough crea la ilusión de que se esta viendo el mundo físico y sobre él, se esta proyectando una computadora con numerosas apps. Pero no es el mundo real, es un video.  Es una manera de internalizar la computadora al cerebro y de externalizarla al espacio. En otras palabras, más allá de que se adopté masivamente o no, es una tentativa de borrar las líneas entre el humano y la máquina y dar a luz al ciborg del futuro.  Estamos ya, de manera desapercibida, renunciando a nuestra propia alma o mente y entregando nuestra percepción y poder de explorar la realidad a las computadoras, que son productos diseñados para mejorar nuestra experiencia, no como personas en el mundo realmente, sino como consumidores en el espacio digital. Ya lo advertía Spengler, en su Decadencia de Occidente, "rige el cerebro, porque el alma abidca". Un cerebro que cada vez más identificamos con una computadora. Rige la máquina porque la conciencia humana abdica en favor de una mezcla extraña de mayor confort y mayor productividad, siempre desde el imperio del mecanismo.

Hasta el sitio The Verge nota lo obvio "el problema, por supuesto, es que nadie sabe cómo ver el mundo a través de una pantalla, y sólo una pantalla, puede arruinar tu cerebro y tu relación con la sociedad". Pero por supuesto, esto pasa a segundo término. Sería algo que lidiaríamos unos 5-10 años después, como ocurre ahora con las audiencias en el Congreso de Estados Unidos sobre los daños que las redes sociales producen. Y, por supuesto, sin que nada realmente suceda.

Com ha dicho mi amigo Duncan Reyburn: "es el destino de la inteligencia artificial perfeccionar la mentira". La mentira en la que ya vivimos, comunicándonos a través de videos, viendo reality shows  y consumiendo ávidamente las vidas falsas de los influencers, muchos de los cuales ya son fabricados por IA. Esta es la nueva iteración de un proceso de manufactura de simulacros, en la que la realidad queda reducida a una interfase. El verdadero progreso que vemos en la tecnología digital es que cada vez nos hace más fácil, más cómodo, más divertido escapar de la realidad, de la presencia no-mediatizada, a mundos irreales, fantásticos, solipsistas en los que puedes hacer "realidad" tus deseos sin tener que  esforzarte y trabajar realmente en tu atención y en tu voluntad. Solo siéntate en la oscuridad de tu habitación y de tu mente y deja que las compañías de Big Tech te presenten con gadgets y ecosistemas digitales cada vez más convincentes, hasta que finalmente ya no puedas distinguir o ya no tengas la fuerza para buscar la diferencia entre la cosa verdadera y su simulacro.  

Parecen decirnos: "aprende a amar estos headsets y todo lo nuevo que te damos... aprende a conformarte con mujeres u hombres hechos por computadora... aprende a estar solo, pero con aparatos que te pueden dar felicidad instantánea... Empieza a amar la ciencia ficción y las visiones tecnofuturistas". Todo el mundo es Silicon Valley, todo el mundo es Singapur o Dubai, especies de paraíso desconectados de la tierra. "Olvídate del pasado. Olvídate de los jardines y el olor de las bibliotecas. Olvídate del contacto humano, de los cuerpos con su calor y sudor (tanto placer como dolor), y sus reacciones impredecibles y su mirada luminosa, espíritu incuantificable. Abraza esta fantasía solipsista, desarraigada: la deificación de tu yo de consumidor".  

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Vivimos en una era, como ya notó McLuhan, en la que buena parte de las mejores mentes están dedicadas a encontrar debilidades psicológicas en el público para venderles productos que no solo no necesitan sino que generan estados mentales de ansiedad, adicción o simplemente letargo y abulia. Es como si alguien estuviera constantemente disparando una metralleta en contra del cerebro con balas que son bits de información, programas de reality TV y nuevos ecosistemas digitales. Pero la máquina del crecimiento económico y la innovación -a la única deidad intocable- no puede ser detenida.

Face computer, computadora para la cara, un mundo que se convierte en una pantalla gigante; no una imagen de Dios, sino una imagen de la gran máquina, la killer app, no en el cielo, en tu cerebro. Esto es una visión distópica que podría parecer ludita e hiperbólica, pero si se toma en cuenta, como sugirió Platón, que el mundo sensible es ya en sí mismo una especie de simulacro, un mundo que está removido de la luz de la realidad por las sombras que proyecta nuestra propia mente confundida. Entonces debemos considerar claramente que lo que estamos haciendo es agregar una nueva capa sobre ese velo que cubre lo real. Constructores de cavernas dentro de la caverna.

El término sánscrito māyā, "la magia medidora", sugiere un poder creador que multiplica las ilusiones, muchas veces presentándonos con los más deliciosos simulacros, con ninfas celestiales y tesoros que nos distraen en la búsqueda de la realidad.  El mundo mismo es  ilusorio, pero hay cosas que pueden conducirnos a la libertad y otras que nos internan más profundo en la oscuridad de nuestra ignorancia. Todas estas tecnologías son avatares de māyā, quien se personaliza como una especie de divinidad seductora pero diabólica. A nosotros no nos parece nada grave, pues no creemos que exista una realidad absoluta o porque pensamos que, de haberla, conocerla no produce ninguna transformación. Y, si nos perdemos más en el laberinto, no es grave, pues no es como si estuviéramos perdiendo algo de infinito valor: somos, como dijo Richard Dawkins, "robots aletargados".  La ilusión no tiene un importe significativo. Pero la idea india es que comprar la ilusión nos encadena a un mundo de sufrimiento, a través de la ignorancia, y éste puede ser interminable. 

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Twitter del autor: Emilio Novis: logosypneuma