Para Irasema, necia, fuerte y tierna como Naruto
Naruto tiene todo mi cariño. Naruto, el manga escrito por Masashi Kishimoto que publicó por primera vez Akamaru Jump, y desde 1999 hasta hoy, con su secuela Boruto, la editorial Shūeisha y la revista semanal Shōnen Jump, con una de las más exitosas adaptaciones al formato anime hecha por Estudios Pierrot. Y también Uzumaki Naruto, el niño huérfano con nombre de ingrediente para la sopa de fideos ramen, un platillo vivificante que en muchos lugares de Asia recuerda a la armonía no intelectual del universo, caos original presente entre todas las cosas.
Como las mejores series destinadas a los seres humanos en crecimiento, este manga anime tiene muchos intereses: explorar el principio gremial en la vida, la violencia hallada en sus escenas de acción, hacer reír con un humor irreverente que raya en la payasada, el planteamiento de tramas detectivescas, pero sobre todo, conmover y tratar el tema del rechazo, la exclusión y la soledad, todo acompañado de openings y endings, canciones introductorias y de cierre de las mejores bandas en el Japón de las últimas décadas, y del soundtrack de Toshio Masuda, que combina sonidos y ritmos modernos tomados del metal, punk y rap, con la música folclórica nipona.
Encerrarse en uno mismo como si cada uno fuera el único ser vivo. ¿Es posible el cambio y descubrir que somos también una biografía de dolor mucho más grande que ha separado y a veces unido a todas las demás personas? Este ensayo es sobre esa posibilidad, pero da cuenta de otro tema filosófico bien presente en Naruto: cuál sería esa realidad común en el individuo y de un universo que le impide estar solo, ser el resumen de todos los hechos y creerse la única experiencia de verdad, ¿el libre albedrío, poder elegir, o el destino, estar hecho ya de una u otra manera? Para responder, será necesario visitar juntos la historia con spoilers del ninja rubio. Porque sí, esta es una historia de ninjas o “shinobi” que incluye a niños a veces empleados como herramientas espías y asesinas. Me limitaré a tres de los cientos de personajes de la serie:
La aldea oculta entre las hojas o “Konoha” es una pequeña villa casi por completo limitada a ser la fuerza militar del País del Fuego, una de las cinco grandes potencias de este mundo ficticio que recuerda a veces al Japón cerrado a sí mismo de la era Edo, aunque con cambios tecnológicos de las revoluciones industriales más modernas. Una realidad donde las aldeas ninjas de los países se han enfrentado en tres guerras globales y compiten por ofrecer servicios de protección, robo, pesquisa y matanza sigilosa.
Los shinobi no son guerreros comunes, sino expertos en los usos secretos del “chakra” o la energía vital de los seres vivos. Estas artes marciales o “justsu” incluyen, entre muchas posibilidades, el control de los elementos de la naturaleza, la creación de clones sólidos para pelear, atrapar a enemigos en ilusiones oculares y la invocación de todo tipo de animales ninja como perros de rastreo, sapos y serpientes gigantes. Naruto nació en este mundo como un huérfano al que casi todos desprecian debido a los eventos de su nacimiento.
Sin una madre o un padre a su lado, ha tenido que crecer afirmándose así mismo, sin conocer que el rechazo de su villa empezó hace doce años, cuando los aldeanos debieron enfrentar el ataque de un demonio conocido como el zorro de las nueve colas o “Kurama”, que costó cientos de bajas y la casi destrucción física de Konoha. El cuarto “hokage” debió encerrar a la bestia en el interior de Naruto para que le sirviera como una especie de cárcel, aunque muchos confunden al ninja rubio con el monstruo mismo, o por lo menos temen que ese inmenso chakra que guarda como contenedor se le salga de las manos. Pero a todo esto, ¿qué es un hokage? Un “kage” debe ser el shinobi más sabio, hábil y respetado entre los habitantes de su aldea y servirles como cabeza de Estado y gobierno, sobre todo para enfrentar grandes amenazas. Los Hokage o sombras del fuego son los héroes de Konoha, y Naruto tiene como sueño convertirse algún día en el siguiente. Esto revela el amor que tiene por sí mismo, a pesar de ser segregado por la cuestión del zorro en su interior y de no ser ni el más inteligente ni el más hábil entre los ninjas. Muy lejos de eso, Naruto es solo un “genin”, un adolescente recién graduado de la academia apenas por los pelos, y un payaso de buen corazón que se rebela con bromas pesadas contra ese enorme desprecio.
La ingenuidad necia en Naruto revela una adhesión incondicional a lo único que podía hacer. ¿Qué otra cosa si no quererse a sí mismo? Su deseo de convertirse en hokage no es ni sólo ni principalmente una búsqueda de aprobación, sino un sí a Naruto, el valor como herramienta:
¡No voy a salir corriendo, ni me retracto de lo que digo! ¡Ese es mi nindō, mi camino ninja!
Naruto no es egocéntrico, como todas las personas se observa así mismo en los demás. Conocer el mundo donde uno vive tal y como es puede ser la manera de descubrir a dónde puede llegar la propia vida. ¿Para qué y cómo podría ser uno feliz si los demás nunca lo serán? El ninja rubio deseó romper su soledad y eso sólo es posible si uno rompe la de los otros. Es una herramienta poderosa ser la herramienta de uno mismo para no tratar nunca a los demás como un objeto, tal y como se ha enseñado a ser a muchos shinobi, sólo armas humanas al servicio de interesados:
Morir como una herramienta... eso es... eso es demasiado triste.
¿Pero qué tiene esto que ver con el tema libre albedrío o destino? Para aclararlo, vale la pena revisar la historia de otros dos ninjas adolescentes compañeros de Naruto, Neji Hyūga y Rock Lee. Pero también pretendo retrotraerme a cómo ha sido vista esta interrogante, tanto en el mundo no ficticio más cerca de Konoha, las cosmologías de Asia, como en el mundo un poco más cercano a nosotros, la teología judeocristiana, en particular en las obras de Agustín de Hipona, un obispo y padre de la Iglesia, y de Pelagio, un monje estricto y rebelde tachado de hereje:
Hay que saber que la aldea oculta entre las hojas surgió como un pacto para evitar innecesarias guerras fratricidas entre distintos clanes antiguos con habilidades reservadas, a veces solo heredables genéticamente, las llamadas “kekkei genkai”. Por un lado, Neji desde muy temprana edad fue considerado un prodigio entre sus compañeros de generación y dentro de su clan. Ya a los trece años dominaba al nivel de un “jōnin”, un ninja de élite, los ojos del “byakugan”, la habilidad ocular reservada a los Hyūga que les da su peculiar apariencia con pupilas blancas y, a quienes dominen su arte, una visión casi esférica de trescientos sesenta grados, y la posibilidad de leer el sistema de circulación de chakra de los enemigos para sellarlo tocando puntos de presión. Sin embargo, Neji tuvo la mala suerte de nacer en la rama secundaria de su familia, siendo su padre el hermano menor del líder de los Hyūga y de la rama principal. El clan forjó un arreglo para proteger sus técnicas secretas dividiéndose en dos ramas, una subordinada a la otra empeñando la vida. El propio padre de Neji debió sacrificarse en un acto de honor como cuerpo sustituto de su hermano, quien había asesinado al representante de una aldea enemiga de Konoha, agraviada a pesar de haber intentado secuestrar a su hija, todo para proteger el statu quo entre los Estados y en la familia. Esto causó el odio de Neji hacia su prima Hinata, pero también el tener que estar a su servició sólo por su condición de nacimiento, un hecho del destino más que una creencia.
Como es la tradición para un miembro de la rama secundaria, la rama principal marcó a Neji en la frente con un sello de maldición, “la marca del pájaro en una jaula”, que le permite controlarlo y evitar que se levante en su contra. Para el niño prodigio, cada quien nace en el lugar que le fue destinado, en su caso, ser un genio y un esclavo innato, como una esencia fuera del tiempo:
Estos ojos míos me muestran muchas cosas. Las limitaciones de las personas son establecidas, fijas e inmutables. ¡Sólo un tonto pierde su tiempo tratando de convertirse en algo que nunca podrá ser!
Agustín de Hipona no iba tan lejos, pero sí enfocó su teología a una gracia absolutamente soberana. A partir de que los primeros seres humanos fueron alienados al pecado, ya nadie puede desear desde sí mismo un verdadero bien, una respuesta pura al amor de Dios, por lo que nadie tiene libertad, sino que la constitución de la vida de cada quien es alguna forma de esclavitud. Esto es a lo que se refirió como “pecado original”, el ser humano estaría limitado a ser quien es porque sólo puede mirarse a sí mismo, y nadie puede verlo como algo más que su pecado, las condiciones dolorosas de toda su vida, salvo un Dios que por amor pueda destinarlo a amar.
Para explicar no sólo el problema del mal sino las injusticias en el mundo, movimientos de la Reforma como algunos calvinistas extremaron aquel agustinismo. Su doctrina de “la expiación limitada” suponía, como el resto del cristianismo, que el pecado es muerte, pero enfatizando como la causa de esa mortalidad: la justa ira divina. A la par del protestantismo en general, concluía que nadie merece entonces lo mismo que Dios: la inmortalidad. Sólo Jesús tiene derecho sobre esa vida, y sólo su gracia justifica al ser humano, no importa nada de lo que haga o quien sea. Por tanto, nada puede iniciar en las personas, ni siquiera la fe, porque es un regalo no ganado. Sólo Dios Santo actúa de verdad. No obstante, ya que es perfecto en sus planes, y es objetivo que no todos los seres humanos llegan a recibir esa fe cristiana, para el calvinismo sólo cabe admitir una “redención limitada e irresistible” de unos seres humanos elegidos por la omnisciencia divina para servir a una economía de la perfección, diría Gottfried Leibniz, al mejor de los mundos posibles. Y esto implica que los no elegidos no son preexcluidos injustamente del plan de salvación, ya que nadie nunca ha merecido ser parte de él en sí y por sí mismo. Ni siquiera una niña que muere de hambre en un país aislado y que jamás llegó a oír a Jesús. En fin, podría decirse que la creación, los personajes de un manga, existe para la gloria de Dios, el mangaka.
Yendo a un ámbito cultural más cercano al de Neji, la noción de “dharma” en el hinduismo da cuenta de las maneras de conducirse en la vida según el orden metafísico eterno o “rita” que posibilitó la creación y posibilita el sostén universal. Leyes, virtudes, derechos y obligaciones que manifiestan la realidad última, regular y cíclica. Esto incluyó históricamente una taxonomía de los seres humanos divididos en colores, castas o “varnas”, que más que clases sociales, serían una esencia que es cada persona, como una pera es una pera y una manzana una manzana. Las castas no deben ni siquiera comer lo mismo que otras, y no aspiran a cambiar sus modos explícitos de vida y relación con otras castas, porque implícitamente serán siempre lo que son. Esto es algo que trasciende al subcontinente indio con toda gama de estratificaciones sociales.
Para Neji, la injusticia de la segregación de la rama secundaria por la principal iba más allá de su dimensión sociológico causal. Evidentemente había detrás una explicación histórica de cómo llegó a organizarse un clan de oprimidos y opresores, ni Neji ni nadie en Konoha con dos dedos de frente podría desconocerlo. Sin embargo, la gran injusticia era existencial para él, ¿por qué un individuo nace siendo ya quien será? Esto es lo mismo que preguntarse ¿por qué Naruto no es Naruto, sino la encarnación del zorro de las nueve colas, un niño que no debió existir? Neji no podía aceptar que Naruto sueñe ser el mejor ninja de la aldea. Debía conocer su lugar como un mediocre, así como él, a pesar de ser un prodigio, jamás dejaría de ser un arma al uso de la rama principal de su familia, un esclavo no sólo de la élite, sino del destino que no puede alterarse.
En contraparte, aparece el personaje de Lee, compañero de equipo del mismo Neji, pero que creció con una perspectiva sobre sí mismo lo más distinta posible. Se trata de un niño también impopular, fuera de cualquier clan famoso de Konoha e incluso con mayores desventajas para ser shinobi que el propio Naruto. No recibió un gran poder como el de Kurama, es más, básicamente se trata de una persona común y corriente que no puede hacer ni “ninjutsu”, todas esas técnicas de manipulación de la forma del chakra o de invocación, ni “genjutsu”, las distintas habilidades ópticas para confundir a un enemigo. No puede hacer nada propio de un ninja, salvo combatir cuerpo a cuerpo, “taijutsu”, y de pequeño era pésimo también para ello. Su única metodología fue la de esforzarse el doble, el triple o diez veces más que el resto, tener un sueño ante sus ojos y trabajar duro, incluso a costa de extremar la resistencia de su mente y cuerpo:
Quiero demostrar que también puedo ser un espléndido ninja, incluso si no tengo ninjutsu o genjutsu.
Sin ser un genio natural como Neji, Lee consiguió perfeccionar su taijutsu basado en abrir “las ocho puertas internas” del chakra, algo que sólo personas adultas contadas con una mano han dominado a lo largo de la Historia. Casi terminó por permanecer inválido y, hasta conocer a su maestro y líder de equipo, jamás recibió palabras de aliento. Al igual que Naruto, se apegó a la fe en la voluntad y no en el destino. Como dijo Bruce Lee, inspiración para este personaje:
Si pones agua en una botella se convierte en la botella. Si la pones en una tetera se convierte en la tetera. La clave para la inmortalidad es principalmente vivir una vida que valga la pena recordar. No tener ningún camino como camino, no tener ninguna limitación como limitación.
La teología de Pelagio difiere de la de Agustín de Hipona en su noción de gracia habilitadora. Para el monje, Adán eligió pecar y no lesionó a nadie más que a sí mismo. No hay una transmisión hereditaria de una naturaleza pecaminosa, no nacemos culpables o con un tipo de destino teológico. La única diferencia entre los seres humanos de hoy y Adán sería histórica: podemos imitar el mal ejemplo del padre de nuestra especie y convertir ese mal ejemplo en un sistema, una estructura de vida donde parece sentido común pecar. Es así que el pecado consistiría sólo en actos separados de una voluntad mejor, ser indiferente a los propósitos de quienes aman.
Ya en la Edad Media, Guillermo de Ockham proponía aproximarse a los hechos del mundo como construcciones de una identidad y no como manifestaciones de una esencia inmutable. Un ser infinito habría creado este mundo finito desde su individualidad, es decir, no debemos concebirlo como una causa orgánica cuya existencia es evidente porque este mundo muestra su propia existencia y sentido. Aunque hubiera creado algo distinto, ese algo sería igualmente bueno. Pudo elegir ser un asno, pero eligió ser el Dios amante de este mundo. Este Dios es el bien, pero fundamentalmente porque ama y este es un ejercicio de su voluntad individual. Es así que el amor es bueno porque es soberano, tiene infinita confianza porque es una infinita vivencia de sí.
Más cerca del mundo cultural de Lee, la palabra pali “Śūnyatā”, vacuidad, refiere a la doctrina por la que el Buda fue conocido: no hay un sí mismo, “ātman”, porque la realidad de esta vida no es el yo psicofísico, pero tampoco nuestra historia y contexto como algo prescriptivo, sino que sólo explica cómo llegamos a una manera de ser que es “anātman”, sin existencia intrínseca. El vacío no es distinto o contrario a ser ni tampoco a la voluntad sino que tiene lo milagroso de estos hechos, su carácter como herramientas dúctiles, con incontables posibilidades para dañar o servir a la compasión, el entendimiento. El amor propio no es intrínseco, sino experimentar la vida. Naruto ha aprendido de los demás viéndose a sí mismo, y de Naruto viendo a los demás:
Es casi insoportable, ¿cierto? El dolor de estar totalmente solo. Conozco el sentimiento, he estado allí, en ese lugar oscuro. Pero ahora hay otras personas, otros que significan mucho para mí. Me importan más ellos que yo mismo, y no permitiré que nadie los lastime. Por eso nunca me rendiré.
Neji se dio cuenta de lo lejos que llegó Lee, el niño ridículo con corte tipo cazuela. También de lo lejos que llegó Naruto cuando le ganó a un genio natural como él aquel encuentro que disputaron durante “los exámenes chūnin”, el siguiente paso en su formación shinobi. Y también del hecho de que su prima Hinata sufría por la presión de no estar a la altura como heredera de los Hyūga. Neji sabía que era más fuerte, pero esta verdad podía transformar su relación, en lugar de servir al odio. Me pregunto si es un poco ilusoria la pregunta de ese niño de ojos blancos:
¿Es mi destino una nube que fluye con un flujo ineludible? ¿O puedo elegir el flujo que desee? Quizá si uno elige vivir como esto último, uno puede vivir y esforzarse por alcanzar una meta.
El amor propio no es una facultad entre otras ni tampoco una condición o posibilidad de la vida humana. Más bien, es la existencia misma. Las experiencias dolorosas del mundo pueden llevar al autodesprecio o al odio por los demás. Miedo a dañar y a ser dañado son un mismo tejido con muchas variaciones. Pero esto también implica aprender a tejer fino con esos hilos de la consciencia, en eso consiste el “tantra” o “rgyud”, tiene un sentido de continuidad, seguir la luz que va apareciendo. Esta existencia sólo puede pasar a ser una decisión dentro de sí misma, y cuando da ese paso para ser experiencia, muy posiblemente puede ser un amor por los otros.
Esta es una de las muchas cosas que nos han enseñado el manga anime Naruto y Naruto Uzumaki. Su nombre es el de una rebanada de pasta de pescado curada, “kamaboko”, con forma de nube y un patrón en espiral rosa, a semejanza de los remolinos indomables del mar, el “narutomaki” para el ramen. Como todas y todos, el ninja rubio es original de la misma manera que el universo. Nunca es el mismo, resulta accidentado, pero la única verdad es que ni el futuro ni los accidentes existen. Nada de arrepentimientos, no hay que tener miedo a que la vida no tenga forma.
Alejandro Massa Varela (1989) es poeta, ensayista y dramaturgo, además de historiador por formación. Entre sus obras se encuentra el libro El Ser Creado o Ejercicios sobre mística y hedonismo (Plaza y Valdés), prologado por el filósofo Mauricio Beuchot; el poemario El Aroma del dardo o Poemas para un shunga de la fantasía (Ediciones Camelot) y las obras de teatro Bastedad o ¿Quién llegó a devorar a Jacob? (2015) y El cuerpo del Sol o Diálogo para enamorar al Infierno (2018). Su poesía ha sido reconocida con varios premios en México, España, Uruguay y Finlandia. Actualmente se desempeña como director de la Asociación de Estudios Revolución y Serenidad.