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Bajo la idea de la «inocencia del devenir», Friedrich Nietzsche invita a vivir la vida sin juicios ni culpa, sin castigos, sin cargas excesivas y, más bien, con sencillez, como los niños que juegan y que todo lo que hacen, lo hacen simplemente

¿Qué es lo único que puede ser nuestra doctrina? Que nadie da al hombre sus características, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo. […] Nadie es responsable del mero hecho de existir, de estar constituido de tal o de cual modo, de hallarse en estas circunstancias, en este entorno. La fatalidad de la propia forma de ser no se puede separar de la fatalidad de cuanto fue y de cuanto será. […] Se es necesariamente, se es un pedazo de fatalidad, se pertenece al todo, se es en el todo; no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues tal cosa significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo. ¡Pero no hay nada fuera del todo! Que ya a nadie se le haga responsable, que no sea lícito remitir la modalidad del ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad como sensorio ni como "espíritu", sólo esta es la gran liberación, sólo con ella queda restablecida la inocencia del devenir.

Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, "Los cuatro grandes errores", VIII

 

Vivimos según varios dictámenes y valores que usualmente obedecen a los valores que se dan en las diferentes culturas y sociedades. En la actualidad, estos valores giran en torno al individuo, a su capacidad de realizarse o de evolucionar desde un punto de vista sobre todo material que es propio de la sociedad de consumo que vivimos. Aparte de eso, muchas personas afincan la finalidad de su existencia a lo que la publicidad nos indica: viajes, compras adquisiciones, en un mundo donde parece que el orden de la vida está garantizado para aquellos que cuentan con el éxito, el lujo y la satisfacción narcisista. Sustentado esto en la voluntad de la libertad, de asumir que el ser humano es libre, convencidos inconscientemente de una vida lineal, de un pasado que se supone que se supera y un futuro que se supone que va a ser mejor.

Sin embargo, hay pensadores que han argumentado en contra de la idea de la libertad en el ser humano. Uno de ellos es Friedrich Nietzsche, que paradójicamente plantea la noción de la inocencia del devenir, aceptar que el mundo y lo que nos pasa sólo pueden ser lo que ocurre, sin pretensiones de evolucionar desde las doctrinas espiritualistas o de crecimiento, como las posturas del coaching o la dictadura moral de tener que ser feliz.

Uno de los temas que a su vez constituyen una de las problemáticas del pensamiento occidental es que todo es devenir, es decir, todo está en constante cambio. De ser así, todo lo que existe está condenado a fluir y no permanecer: el universo, las estrellas, los planetas, la vida en su más mínimo sustrato, tienen como fin aparecer para desaparecer. Para muchos esta noción genera angustia, ansiedad, intranquilidad, dado que amenaza la suposición de un orden más allá de nuestra experiencia temporal, un orden dado por Dios, los padres, la sociedad o los antepasados. La idea de que todo fluye de una manera inocente sin premios, castigos ni responsabilidades exageradas nos puede liberar de la carga que somos frente a los demás y, sobre todo, frente a nosotros mismos.

Dondequiera que se busquen responsabilidades, generalmente se expresa en nosotros inadvertidamente el deseo de juzgar y calificar lo que aparece en la vida. El devenir no es tomado en su inocencia cuando se le impone a la vida y a las personas criterios y exigencias; por ejemplo, pensamos que debería ocurrir esto o aquello, lo cual remite a los anhelos, deseos y expectativas con los que vivimos, se vuelven nuestros fines, y enfocamos nuestros esfuerzos a lo que se presupone como el "deber ser".

Nietzsche indica, al final de su libro El crepúsculo de los ídolos, que asumir que somos libres tiene como fin el castigo: dado que se asume la libertad en nosotros y en los demás, inicialmente juzgamos a los demás y en nosotros tenemos culpa.

Según Nietzsche, este enfoque psicológico es inaugurado por sacerdotes "que estaban a la cabeza de las comunidades políticas antiguas, querían hacerse con un derecho a imponer penas, o querían conceder a Dios un derecho a ello". Todo ello con el fin de tener una superioridad sobre los demás seres humanos. Superioridad que, con el pasar de los tiempos y con el cierre del ego en sí mismo, derivó en la necesidad de juzgar, ser jueces de nosotros y de los demás. Este enfoque resultó en una doctrina de la libertad, que no ha sido otra cosa que una carga frente a nosotros, las personas que nos rodean y la sociedad.

Sin embargo, esta conciencia cristiana, como Nietzsche la califica, "es una metafísica del verdugo", que tiene como fin ofrecer, premios, castigos, purgas o resentimientos. Puede ser revalorada, sublimada o revisionanda por una mirada en la que una nueva psicología traiga la libertad: la libertad de asumir que lo que nos pasa, lo que les sucede a los demás y, en general, al mundo, es un simple devenir inocente.

Un devenir en el que los castigos, los juicios sobre nosotros y los demás es inocente, sin jueces, ni verdugos, un devenir en el que los niños juegan y viven la experiencia en gozo sin expectativas, como dice el poeta Wordsworth:

Por eso en la estación de tiempo calmo,
aunque muy tierra adentro nos hallemos,
nuestras almas vislumbran ese mar inmortal
que aquí nos trajo,
y vuelven a surcarlo en un instante,
y ven los niños que juegan en la playa.
Y oyen las fuertes aguas meciéndose sin fin.

[Hence in a season of calm weather
                      Though inland far we be,
Our Souls have sight of that immortal sea
                      Which brought us hither,
                Can in a moment travel thither,
And see the Children sport upon the shore,
And hear the mighty waters rolling evermore.]

La inocencia del devenir contra toda responsabilidad excesiva, contra todo reclamo, pena o castigo. Con la inocencia del devenir nos liberamos de toda meta, de todo propósito obsesivo, de todo fin que hipoteque nuestra vida a un estado final, o a las promesas de publicidad o los valores del capitalismo. Danzar con el devenir, ser inocentes en esa danza, como los niños que juegan, ríen, lloran, cantan y bailan.   


Del mismo autor en Pijama Surf: Psicología y ecología: sobre la idea de anima mundi de James Hillman