Hamlet en Ciudad Gótica: introspección y melancolía en el Batman de Matt Reeves
Arte
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 03/05/2022
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 03/05/2022
Hasta ahora, la imagen más persistente que se ha elaborado de Bruce Wayne/Batman en el cine y la televisión ha sido la del playboy acaudalado que, mientras en público hace ostentación de un estilo de vida extravagante, en la intimidad de su vida secreta combate el crimen en las calles de Ciudad Gótica.
En The Dark Knight Rises (2012) por ejemplo, la segunda cinta de tres que Christopher Nolan dedicó al superhéroe, cuando Selina Kyle le pregunta a Bruce Wayne, en medio de un baile de máscaras, de qué se supone que está disfrazado, Wayne responde sin dudar: “Bruce Wayne, multimillonario excéntrico”.
A este marco cabría agregar que incluso la selección de Christian Bale, el actor que interpretó a Wayne/Batman en la trilogía de Christopher Nolan, contribuyó a transmitir esa imagen de un Bruce Wayne carismático y atractivo, cualidades que asociamos a cierta idea de “superhombre” como un ser humano que por diversos motivos puede ir más allá de los límites de lo humano, en todos los ámbitos y aspectos.
Las cintas de Nolan son los ejemplos más recientes de una larga cadena en la que predomina esa imagen de Bruce Wayne. Bastaría recordar los actores que lo han interpretado en el cine en las últimas décadas (Ben Affleck, George Clooney, Michael Keaton en la cúspide de su carrera), e incluso se puede tomar en cuenta el personaje construido en la influyente Batman, la serie animada (Bruce Timm y Eric Radomski, 1992-1995), dirigida a un público infantil y juvenil pero que le dio importancia a la cualidad de millonario extravagante en el álter ego de Batman.
En este sentido, la cinta de Matt Reeves recién estrenada plantea una interpretación distinta del personaje. En The Batman (2022), el actor que lleva el rol protagónico es Robert Pattinson, quien ganó fama mundial especialmente por su participación en las películas de la saga Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2008-2012). En estas, Pattinson asumió el papel de Edward Cullen, un “vampiro adolescente” que se enfrenta a conflictos emocionales e interpersonales propios de dicho periodo de la vida humana.
Esta elección no puede considerarse una casualidad, pues el personaje destaca desde las primeras escenas por un profundo carácter introspectivo y reflexivo. De hecho, la cinta abre y cierra con una reflexión en voz en off a propósito de su labor como Batman, en particular la pregunta sobre el impacto real que tiene su lucha contra el crimen en Ciudad Gótica, teniendo en cuenta que contenerlo parece una tarea desmesurada para una sola persona.
Sobre todo en los primeros minutos de la película, otros elementos se suman para consolidar esa imagen “meditabunda”. Sin la máscara de Batman, Bruce Wayne aparece siempre como un hombre joven abatido, como si llevara a cuestas un peso del que no puede o no quiere desprenderse y el cual, si bien parece impulsarlo a actuar y de alguna manera es su motivo de existir, le impide adoptar una actitud, si no de disfrute, al menos de más ligereza frente a la vida. Cuando no es Batman, a Bruce se le ve siempre apesadumbrado y, en otro sentido, cuando porta la máscara y el traje del Hombre Murciélago, tenemos a un personaje violento, a punto de romper con la prohibición que él mismo se impuso (y que es uno de los rasgos más importantes del personaje) de no transgredir una cierta frontera en el daño o el castigo a otros, por más maleantes que sean o por más intolerables que hayan sido sus actos. Dicho nivel de agresividad en Batman es un rasgo pocas veces visto en pantalla, pero más allá de eso, se puede tomar como manifestación palpable de la intensa vida interior que se agita en la mente del personaje.
Al respecto, una de las escenas más elocuentes ocurre cuando Alfred, el mayordomo y compañero icónico del “amo Bruce” y su guardián desde que este quedó huérfano, le dice que los contadores de las Empresas Wayne acudirán a la mansión para tratar cuestiones del negocio. Bruce pregunta por qué, a lo que Alfred responde que la cita ocurrirá en la casa porque fue imposible hacer ir a Bruce a las oficinas.
La reunión, sin embargo, no forma parte de la película, a diferencia de, por ejemplo, la escena en The Dark Knight Rises en la que Wayne preside la junta de accionistas en donde es echado de su propia empresa. En esta cinta, Bruce llega al corporativo en un auto deportivo cuyo potente motor se escucha en varias calles a la redonda, enfundado en un traje perfecto, con la actitud de dominio propia de un potentado.
No así en la cinta de Reeves, en donde la reunión de trabajo ni siquiera se muestra en la película, como dando a entender que acaso no ocurre o, mejor aún, que no es relevante para Bruce. Por el peso que se le otorga a la vida de Batman frente a la vida de Bruce en la cinta, podría decirse que esta última es accidental o incidental, un mero pretexto necesario tal vez pero insignificante frente a lo que importa de verdad.
Dicha elección es coherente con otro aspecto interesante de la cinta: Pattinson pasa más tiempo en pantalla siendo Batman que Bruce Wayne. Puede decirse incluso que sus escenas como Bruce son mínimas. Esto no debe tomarse como una cualidad negativa de la cinta o que va en detrimento de ella. ¡Todo lo contrario! La selección de secuencias del actor como Bruce Wayne demuestra un elevado sentido narrativo y de construcción del personaje, pues son las estrictamente necesarias para mostrar a Bruce como un hombre atribulado, a punto de alcanzar el límite de sus capacidades y sucumbir en el intento y también como un hombre joven aplastado por la herencia recibida y por los conflictos derivados de esta (en términos subjetivos y emocionales).
En ese sentido, la secuencia que ocurre en la escalinata de la iglesia de Ciudad Gótica donde tiene lugar el homenaje al alcalde asesinado Don Mitchell Jr. es fundamental. Ahí Bruce coincide con Carmine Falcone, el antagonista principal de la cinta y el personaje que ha tejido pacientemente los hilos con los que maneja el mundo criminal de la ciudad. Bruce se acerca a él imprudentemente, empujado por una mezcla de rabia, impotencia y ardor todavía juvenil. Se adivina que, para Bruce, Falcone simboliza esa cualidad incontenible del crimen, comparable a una corriente imposible de detener que no deja de manar por más esfuerzos que se hagan, arrasando con todo a su paso. Dicho al margen: no por nada el grande finale del Acertijo en su plan maestro para evidenciar la corrupción de Ciudad Gótica es colocar bombas en puntos estratégicos de la ciudad para inundarla. Eso es el crimen: un mal que se desborda, que destruye indiscriminadamente lo que se atraviesa en su cauce y que, para frustración de quienes pretenden “acabar” con él, se extiende hacia todas direcciones, sin que ninguna barrera pueda contenerlo.
Pareciera que Bruce ve todo esto en Falcone y por ello lo aborda con ímpetu. Los guardaespaldas que lleva el capo se dan cuenta de que un extraño se acerca a su jefe y, alarmados, detienen a Wayne. Falcone reconoce al muchacho y tranquiliza a su séquito, dando a entender que Bruce no representa ningún peligro para su persona.
Durante ese encuentro ocurre uno de los intercambios más destacados de la película, por varias razones. En ese momento se revela, por ejemplo, que Thomas Wayne salvó con sus habilidades médicas la vida de Falcone durante una emergencia, lo cual es el primer indicio de la relación entre el criminal y el padre de Bruce, más estrecha de lo que el hijo suponía.
Y es también ahí cuando Falcone, luego de notar el sobresalto de los guardaespaldas y voltear a ver quién pretende acercarse, mira a Bruce y en su asombro por ver en el mundo exterior a otro tan misántropo como él, le dice a sus muchachos: “No se preocupen. Es Bruce Wayne, el príncipe de Ciudad Gótica”.
“Príncipe de Ciudad Gótica”. El epíteto es breve pero muy significativo. En su sentido más inmediato, su fundamento se encuentra en el hecho de que Bruce es hijo de Thomas Wayne, quien antes de ser asesinado era el hombre más poderoso de Ciudad Gótica, tanto por su inmensa fortuna como por su incursión en la política local al lanzarse como candidato a la alcaldía. Príncipe, en este sentido, también por haber heredado parte de ese prestigio.
Sin embargo, el título va más allá de esta primera implicación, en particular por el momento de la película en que se presenta y las escenas que ocurren después. Luego de que Bruce se separa de Falcone, las secuencias se centran casi exclusivamente en él. Bruce entra al recinto que está edificado en un estilo gótico (que, de hecho, comparte con otros escenarios de la película, específicamente su mansión). El heredero de los Wayne avanza lenta y solemnemente por un pasillo central custodiado por arcos de ojivas alargadas, bañado por una luz que, aunque brillante, por la opacidad que le da la niebla que se extiende afuera y los amplios espacios que ocupa al interior, se disipa entre tintes sombríos como los de un atardecer o de las primeras horas de una mañana. El traje y la corbata negros, su rostro pálido, el gesto adusto, la confusión de pensamientos que lo domina y que es tan poderosa que se percibe desde el exterior, la apariencia un tanto enfermiza que ofrece todo este cuadro. Si acabamos de escuchar la palabra, ¿cómo no pensar en aquel otro príncipe, símbolo de la neurosis y las tribulaciones interiores? Hamlet, príncipe de Dinamarca, sujeto sin remedio al falso dilema de ser o no ser.
El personaje de Shakespeare y el Bruce/Batman de Matt Reeves tienen su punto de coincidencia en esa introspección un tanto patológica que se observa en ambos. Hamlet no cesa de pensar una y otra vez a lo largo de la obra en torno a la muerte de su padre. Especula, interroga, planea, complota, acecha con sus inquisiciones y sus conjuras a quienes lo rodean.
En la cinta de Reeves, Bruce vive también sumido en su introspección, un pensar continuo similar al del príncipe de Dinamarca. En tanto Batman, no deja de preguntarse por la efectividad real de su lucha contra el crimen en Ciudad Gótica. Ante las personas asesinadas por el Acertijo, no parece poder condenar con claridad y contundencia los homicidios, pues, después de todo, las víctimas eran funcionarios públicos sumamente corruptos. Otro golpe letal a sus supuestas certezas ocurre cuando se revela la relación de Thomas Wayne y Carmine Falcone, lo cual pone en entredicho la probidad moral que el padre tenía a los ojos de Bruce. Todo ello forma un laberinto confuso de dudas, preguntas, conclusiones precipitadas, planes y más.
Ese laberinto neurótico hecho únicamente de pensamientos de Bruce Wayne se puede percibir nítida aunque fugazmente en las escenas en que Bruce visita a Alfred en el hospital, luego de que este sufrió por equivocación el intento de asesinato del Acertijo que iba dirigido a Bruce. Junto a su cama y apenas algunos segundos después de que Alfred despierta del shock, Bruce recibe al mayordomo con un gesto severo y palabras de reclamo. “Me mentiste”, le dice, para acto seguido contar todo lo que se le ha revelado sobre la relación entre su padre y Falcone. Bruce recuenta la historia para acusar Alfred de haber sostenido una mentira desde la muerte de Thomas Wayne hasta la actualidad, esto es, la mentira de la supuesta integridad irreprochable del padre.
En la cinta, Thomas pide a Falcone “asustar” a un periodista incómodo que lo chantajeó con revelar información confidencial sobre la atención psiquiátrica que recibió su esposa, Martha, en años pasados. Falcone se excede (quizá intencionalmente, para poder ahora él chantajear al empresario) y termina matando al periodista, en su versión, por órdenes de Thomas. Esto en particular a Bruce le parece inadmisible.
Al escuchar esta perspectiva de los hechos, Alfred dice a Bruce que es falsa, al menos parcialmente, pues aunque su padre sí recurrió a Falcone para amedrentar al periodista, fue sólo en un afán de proteger a su esposa y a su hijo, sin pedirle nunca que lo matara. Después, al enterarse del homicidio, Thomas se consternó tanto que estuvo a punto de entregarse él mismo a la justicia de Ciudad Gótica para reconocer lo sucedido y aceptar su parte de responsabilidad sobre los hechos. Según Alfred, al saber de esta resolución de Thomas, hubo alguien que optó por quitarlo del camino, probablemente Falcone, a quien dicha confesión hubiera perjudicado enormemente.
Cuando escucha esto último, aunado al énfasis que pone Alfred en que Thomas Wayne buscó la ayuda de Falcone con la sola intención de proteger a su familia, se observa que Bruce no sabe qué pensar, que va de un lado a otro en su cabeza intentando dilucidar si Falcone es ahora un enemigo a muerte o un aliado de su padre; más importante aún, es evidente que no sabe qué pensar de su padre, si la motivación aparentemente loable de cuidar de su esposa y su hijo lo exime del juicio tajante que Bruce aplica a todo lo humano.
Ese es el laberinto neurótico tan característico de ambos personajes, que tiene sus raíces en Hamlet y que, como vemos, se extiende hasta nuestra época en el Batman de Reeves. ¿Ser o no ser? ¿Sirve o no sirve lo que hago? ¿Estas personas son buenas o son malas? ¿Mi padre fue impecable o merece estar al lado de todos los réprobos que han tenido trato con lo inmoral y lo intolerable?
En última instancia, estas preguntas son un tanto ociosas, pues su respuesta, si la tienen, no se elabora en la esterilidad del soliloquio mental. No por nada, a lo largo de la obra de Shakespeare, la vida pasa al lado de Hamlet sin que este se entere, absorto como se encuentra en crear maquinaciones que lo mantengan en la búsqueda del culpable de la muerte de su padre. Y el caso de Batman no es muy diferente.