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Aprender a darle un lugar a la tristeza es fundamental para cultivar después el autocuidado y la aceptación de uno mismo

La tristeza es una de las emociones básicas en el ser humano y no sólo nos puede brindar un refugio de descanso necesario sino también una dimensión más amplia de la situación que estamos viviendo. Los antiguos filósofos griegos solían llamar a la tristeza una "incubadora", en el sentido de que puede vivirse como un tiempo de reflexión y hasta de detenimiento, necesario para pasar después a un período de gran acción y exploración.

En nuestra época, distintas disciplinas científicas abocadas al estudio de la psique humana y las emociones, han demostrado que hay ocasiones en que la tristeza posee también rasgos epigenéticos: no sólo se transmite a través de los genes (compartiendo bases biológicas); también se ve influenciada por el medio en el que se vive. Por ello, es importante comprender a la tristeza desde una visión biopsicosocial. 

Teniendo en consideración que la tristeza tiene a la vez una dimensión biológica, social e individual, los especialistas en la salud establecen ciertos parámetros que permiten comprender cuál es la mejor pauta para regular la tristeza. A veces, si el origen es principalmente fisiológico, se requiere hacer uso de antidepresivos y ansiolíticos para regular la alteración de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina. En otras ocasiones, el trabajo conjunto tanto de un tratamiento farmacológico como de uno psicoterapéutico promueve un máximo bienestar general. 

 

¿Cuándo es momento de ir con un especialista?

Si bien el DSM-V (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder, el manual "oficial" de la psiquiatría estadounidense) posee una serie de síntomas para diagnosticar diferentes tipos de depresión, lo que sí queda claro es que si una persona pasa por al menos cinco de los siguientes síntomas durante más de 2 semanas, es momento de buscar una red de apoyo especializada:

  • Pérdida de interés o placer en casi todas las actividades cotidianas.
  • Un estado de ánimo triste o deprimido casi todo el día, todos los días.
  • Pérdida o subida significativa de apetito, causando consecuentemente una pérdida de peso o una subida de peso.
  • Tener una sensación de lentitud: una motricidad o cognición más lentas de lo acostumbrado.
  • Fatiga o energía baja casi todo el día.
  • Sentimientos de culpa o sentirse inapropiado, entre otros.
  • Dificultad para pensar o unir frases.
  • Pensamientos recurrentes sobre la muerte o ideas suicidas. 

Una vez que se cuente con una cálida red de apoyo, incluyendo un especialista en salud mental con estudios basados en la ciencia, psicología y psiquiatría, es importante tener en mente los mitos y realidades de vivir con tristeza. 

 

Empezar un proceso terapéutico acompañándolo de herramientas que generan bienestar 

Si bien las terapias de tipo cognitivo-conductual suelen contarse entre las más eficaces para tratar casos de tristeza, ansiedad y depresión, es importante comprender que existen otros tipos de terapia psicológica que igualmente pueden tratar dichos estados. En el psicoanálisis, por ejemplo, la tristeza puede ser considerada el síntoma visible de una circunstancia mucho más profunda, lo cual implica que hasta no tratar las causas reales, el síntoma persistirá; en ese sentido, la cura psicoanalítica, aunque quizá más prolongada en el tiempo y más exigente en el trabajo personal que el paciente necesita emprender, en el mediano y largo plazo puede implicar una transformación subjetiva mucho más sólida.

En todo caso, sea cual fuere el tipo de terapia en el cual la persona se sienta cómoda, lo importante es señalar que acudir con un especialista de la salud emocional y psicológica puede considerarse siempre la primera opción para resolver el malestar que nos aqueja.

Otras actividades que promueven el bienestar emocional pueden ser:

  • Mantener una rutina sin ser muy exigente con las capacidades motrices, cognitivas y emocionales de ese momento: basta despertarse, hacer la cama, bañarse, desayunar, lavarse los dientes, salir a caminar, etcétera. 
  • Tomar baños de sol para promover la producción de serotonina mediante la vitamina D que se fija gracias a los rayos solares. La vitamina D también se obtiene consumiendo pescados grasos (atún, salmón, etc.), algunos hongos, soya orgánica y chocolate. Al respecto, te sugerimos esta guía para alterar naturalmente la química cerebral y mejorar tus emociones.
  • Buscar una forma no autodestructiva de expresar la tristeza. Por ejemplo, escribir (un diario o textos creativos de otro tipo), dibujar o realizar alguna manualidad que permita dejar fluir la energía que se está conteniendo en el cuerpo (en esta nota incluimos varios ejemplos). En el sentido de esto último, la actividad física también puede ser una alternativa muy adecuada: correr, nadar, caminar vigorosamente o durante largos trayectos. 
  • Procurar una red de apoyo de cuidados y bienestar: familiares, amigos o pareja que promuevan un ambiente de comprensión y aceptación total. El ser humano es intrínsecamente social, por lo que la cercanía de afecto con seres significativos es indispensable para la salud emocional. 
  • Establecer límites con respecto a conductas propias que no promueven el bienestar (por ejemplo, el consumo excesivo de alcohol o de comida, el alargamiento de las jornadas de trabajo, etcétera).
  • Poner límites también a personas cuyas conductas tampoco son saludables, sin importar que sean familiares, amistades o la pareja. 
  • Realizar respiraciones profundas acompañadas de relajación muscular progresiva. 

Aprender a darle un lugar a la tristeza en la propia vida es el camino que no sólo nos lleva a un profundo autocuidado y conocimiento, sino también a descubrir facetas que implican un crecimiento de la autoaceptación respecto de las circunstancias en que una persona se encuentra: "Soy yo, con mi malestar y mis dificultades, y así me he logrado cuidar durante todos estos años".

Darle un lugar a la tristeza es el primer paso para eventualmente poder despedirla, no sin antes agradecerle todo lo que aprendimos de ella.

 

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Imagen de portada: Maxime Caron