DECÁLOGO: 1999 10 películas a 20 años del fin del milenio
Arte
Por: Iván Uriel Atanacio Medellín - 08/12/2019
Por: Iván Uriel Atanacio Medellín - 08/12/2019
1999 es fin de siglo, el advenimiento del nuevo milenio, temores y angustias dominan las incipientes redes sociales y los medios masivos de comunicación; la realidad virtual de las emociones confirma el cambio de siglo y sus consecuencias probables de caos y transformación; un futuro incierto, el devenir y su locura, pregonan desconectar el mundo conectándolo y reiniciar su historia desde su término. El fin de la historia, su reescritura, o el fondo de un agujero sin fondo, matizan los últimos meses del año, la esperanza no es una constante, el miedo una posibilidad, la matemática amenaza sucumbir a sus propias reglas mediante siglas indescifrables, asumidas en el efecto Y2K… Nada de esto sucedió, como estaba estipulado, al darse las cero horas del primer día del año 2000.
Todo se dio lento y de a poco, hasta que de súbito, tras los sucesos de 2001, nada sería igual en el mundo, nada, ni siquiera los temores volverían a ser los mismos, lo conocido sería desconocido y la precaución sería hacia lo imprevisto; el cine avistó premura, desconcierto, vacío y abandono, el suicidio colectivo de la desesperanza. Diversas películas filmadas, estrenadas o realizadas en 1999 tuvieron amplio efecto en distinto género, Rossetta e Himalaya en el cine internacional, Elección, South Park y Enredos de oficina despertaron sonrisas inesperadas como esperados fueron los éxitos de Milagros inesperados, Los muchachos no lloran, Inocencia interrumpida o El talentoso Sr. Ripley y Las reglas de la vida. Cintas generaciones como American pie o Juegos sexuales, apuestas innovadoras como El proyecto de la bruja de Blair, o comedias convencionales, Un lugar llamado Nothing Hill, o de acción como La momia, saturaron el paso definitivo de los cines cual teatros a complejos cinematográficos de abundantes pantallas de proyección sin intermedio, de cintas lo mismo taquilleras que dramáticas, justo a medio proceso que más tarde enviaría a cintas independientes de corte artístico a salas especiales con funciones de horarios inasequibles o de poco espectro para su visualización.
1999 vio el estreno en pantalla de películas dirigidas por directores consagrados como Vidas al límite de Martin Scorsese, El informante de Michael Mann, La leyenda del jinete sin cabeza de Tim Burton o Una historia sencilla de David Lynch, pasando por el género para entonces ya resucitado y establecido del cine animado, como lo hizo Tarzan, o la obra maestra que vería en el año 2000 su total reconocimiento: Beau Travail.
1999, si bien es el título de una icónica canción del enorme Prince, fue también un año lleno de sucesos históricos y circunstanciales que anunciaban el cambio de la posmodernidad en una etapa irónica o plena de paradojas, donde verbigracia de sendos dispositivos, estamos más cerca de quien está lejos, y más lejos de quien está cerca, donde las redes sociales son encuentro y desencuentro, de aplicaciones, plataformas y dispositivos que serían el nuevo y personal lugar de entretenimiento, donde la pantalla grande y las salas de cine comienzan a ser una opción de esparcimiento casi en exclusiva de grandes producciones o sagas.
Sería después de 1999 que llegarían al cine Harry Potter, El señor de los anillos y Spiderman, para dar paso al resucitar del 3D en Avatar 1 década después o, tras otra década, atestiguar la inundación casi por completo de cintas animadas o de superhéroes, dejando la puerta abierta de esos espacios propios para cintas que curiosamente, desde lo impersonal, se han hecho más personales. Recuerdo bien 1999, ese año viví las experiencias narradas en mi novela El Surco, y acompañé las reflexiones con las cintas que a continuación presenta DECÁLOGO, dedicado a la nostalgia, y en especial, a la conmemoración del 20 aniversario de Matrix, Magnolia y Ojos bien cerrados. El orden de las cintas advierte que hay tantas de gran realización, contenido y manufactura en 1999, que sólo compartir 10 obliga recurrir al apego. Dato curioso: la mitad de los títulos son óperas primas, y de suyo, el DECÁLOGO inicia con la ópera prima de un director y concluye con una última cinta de otro, lo que enuncia la creatividad y nuevos bríos que, aunado a la última pieza de un legado, el cine de ese año aportó al canon de la cinematografía universal.
10. BELLEZA AMERICANA (American Beauty) Dir. Sam Mendes
Ganadora del premio Óscar a Mejor Película, la controvertida ópera prima de Sam Mendes se convirtió en un éxito de taquilla y crítica, esto último al menos en su inicio, pues a diferencia de la mayoría de películas en cuya revisión se revalora su contenido, Belleza americana, por el contrario, mostró signos de ser sobrevalorada por gran parte de la tinta especializada; es más, quizá fue la perspectiva de una época de cintas retadoras, complejas y deconstructivas, la propuesta de Mendes aparecía incluso como un guiño convencional o situada en un moralista espacio de confort, como si apegarse a los deseos recibiera a prebenda castigo. Lo cierto es que la película posee un guión audaz y sólidas actuaciones, donde el malogrado Kevin Spacey logra una sutil interpretación, y Annete Bening sobresale con la manifiesta desazón del hastío, el letargo y la infelicidad de lo que parece haber caído en la monotonía ideal donde nada es ideal.
El guion de Alan Ball, acompasado por las interpretaciones de Wes Bentley, Mena Suvari y el experimentado Chris Cooper, describe las vicisitudes de la común pero disfuncional familia Burham, explora la vecindad de los suburbios como una palestra de complicidades, deseos reprimidos, aproximación a la prohibido, la autocensura de la apariencia, y la simulación como una constante de las relaciones humanas de la aspiracional clase media que refiere. El titulo confiere una búsqueda que parece haber encontrado el significado de la belleza en aquello que se oculta, donde los colores reflejan actitudes, anhelos y fantasías, mientras la realidad es cruel como aquello que reprime, y que bien refleja la música compuesta por Thomas Newman. Recuerdo cuando fui a ver la película en los albores del otoño de 1999, justo en los inicios de semestre y con la adrenalina del cambio de siglo que para ese entonces, estaba en timidez, la escena más impactante, además de la visualmente sugerente y ya clásica secuencia de la bañera y de los pétalos rojos que vincula, fue aquella en que Lester, ataviado en uniforme de trabajo, recibe a Carolyn en la recepción del restaurante de comida rápida, develando en consecuencia la partida.
9. EL GIGANTE DE HIERRO (The Iron Giant) Dir. Brad Bird
Si la aventura habitase todas las dimensiones de la imaginación, entonces la imaginación debiera ser una aventura. Así podría definir la simple y a la vez compleja cinta El gigante de hierro, ópera prima del director Brad Bird, quien compartiera pupitre con leyendas de la animación como Tim Burton y John Lasseter, y diera matices junto a Matt Groening a decenas de capítulos de Los Simpson durante diferentes temporadas. Caracterizada por el regreso de la animación al plano estelar del cine con el experimento elegante de Quién engañó a Roger Rabbit (1988) y La sirenita en 1989, la década de los 90 avistó el surgimiento de franquicias, la innovación temática y la cimentación de diversos cuentos clásicos, para enraizar en lo más profundo del entretenimiento de todas las edades, las cintas animadas como lo había sido durante las décadas de los años 40 y 50 con singular éxito. Disney conducía los esfuerzos a base del liderazgo de su tradición, aunado a la alianza que la empresa californiana realizaría al fusionar Pixar, compañía que en los años 80 fundara George Lucas, y que catapultara el ya citado John Lasseter con Toy Story en 1995; más adelante otros estudios se sumarían al proceso.
Bird, y su gigante de hierro, basada en el libro escrito por el poeta británico Ted Hughes en 1968, aparecen en escena justo al final del milenio, donde los efectos visuales competían, como hoy, por maravillar las salas con efectos cada vez más audaces, situación que dejaba la línea muy alta para un animador tradicional.
El gigante de hierro llegó a los cines en 1999, y como llegó se despidió de las salas, sin mucho ruido, sin mucha expectativa, considerada un fiasco financiero, y una apuesta que difícilmente podría recuperar su inversión; sin embargo, críticos y cinéfilos que se dieron la oportunidad de disfrutarla con el paso del tiempo, han reseñado la maravillosa experiencia que significa la película a nivel emotivo y humano. Una animación mezclada entre la tradicional técnica y la innovación, un relato que comienza fuera del planeta, alrededor del mismo y que acontece en un pequeño poblado; una lección de madurez y sensibilidad de Hogard, la sensibilidad de la niñez, la avidez por disfrutar y maravillarnos del entorno, y que termina siendo cotidianidad cuando de verdad dejamos los sueños que nos alimentaban el espíritu cuando pequeños.
Una historia ambientada en los años 50, cuando las películas de ciencia ficción estaban al apogeo, las invasiones extraterrestres, así como la tensión nuclear de la Guerra Fría habitaba las conversaciones, la imaginación y los supuestos, algo que no distaba de 1968 cuando fue escrita, ni de 1999 cuando el fin de una era generaba temor, incertidumbre, y a la vez la renovada esperanza. Hogarth Hughes, en un guiño al innovador Howard Hughes, es el protagonista, anida en su comportamiento, en su alegría, en su niñez solitaria y curiosa, los anhelos y sueños que un niño guarda y expresa en los momentos en que la imaginación invita a la aventura, siempre listo, siempre dispuesto a conocer, descubrir, explorar, y en esas ansias converge la visita del Gigante de hierro desde el espacio exterior, el avistamiento, el encuentro y la posterior interacción, hacen una crítica a la modernidad desde la posmodernidad, un viso al pasado de 50 años, la actualidad de los albores de un nuevo milenio y el futuro que, como nunca, pregunta razones e ignora los sentires aunque los sienta.
El gigante es capaz de sentir, de escuchar, de ser consenciente, y todo desde su amistad con un niño, es capaz de asumir la paz como mensaje, la paz como posibilidad, como oportunidad, y en la búsqueda por ser aquello que quieras ser, cimentar la amistad como un valor único; los villanos no son robots o seres de espacio, habitan entre nosotros, la obsesión, el prejuicio, el temor a lo que no comprendemos, la dicotomía de la ciencia, la dualidad de los inventos; la cinta advierte que los héroes son quienes se atreven a ser quien quieren, alejados de la soberbia, el mensaje abraza la búsqueda de los sueños desde la búsqueda del bien, y ese gesto la aleja del yo, para en el “yo” del superhéroe, encontrarse en el “nosotros”. Brad Bird tendría éxitos de crítica y taquilla monumentales, Los increíbles (2004) y Ratatouille (2007), cintas que le darían sendos premios Óscar a Mejor Película Animada, para después filmar Misión Imposible: Protocolo fantasma, su primera y hasta la fecha única realización no animada, para muchos, la mejor entrega de la saga. La imaginación habita en la aventura de los verdaderos protagonistas, las niñas y los niños que nos permiten seguir habitando los confines del asombro, la aventura de ser quien quieres ser.
8. ¿QUIERES SER JOHN MALKOVICH? (Being John Malkovich) Dir. Spike Jonze
Innovadora, dinámica, compleja, fresca, audaz, ¿Quieres ser John Malkovich? irrumpió como un estruendo en 1999, ópera prima de Spike Jonze, dejó perplejos a quienes no esperaban ver una cinta cuyo personaje central fuera la mente del protagonista sin serlo, donde las y los actores daban vida al protagonista. Un titiritero, amén de la casual curiosidad, logra encontrar el camino al pasillo que conduce, sorpresivamente, hacia la mente del actor y personaje: John Malkovich. Si en la actualidad el actor es reconocido como uno de los más variopintos actores de Hollywood, en 1999 ya lo era, y cerraba 2 décadas de películas diversas que incluían Los campos de la muerte y Relaciones peligrosas, El cielo protector o En la línea de fuego, pero hacer una cinta sobre descubrir, desentramar, explorar la mente de un actor, sólo podía emanar de otra mente genial, Charlie Kaufman.
El guion de Kaufman sacudió la industria con gran interés, y la película fue bien recibida por la crítica que se desbordó en destacar el juego ficcioso de adentrarse en la mente de una celebridad, una suerte de voyerismo mental, y lo presenta desde un John Cusack espléndido, encarnando a un tímido que ve en esta circunstancia reflejar su opuesto, como lo es su esposa, en la vorágine de una angustia que de introvertida, abre la senda de una realidad alterna. Habitar la mente de alguien más, desinhibir las diversas personalidades que hay en nuestro interior a través de la interioridad del otro, un juicio de alteridad y espejo que el director maneja con maestría.
Spike Jonze despegó de inmediato en los escalafones de los nacientes directores del nuevo milenio, era un año propicio para experimentar desde lo menos imaginable, la mente del espectador desde la mente de un actor a través de los ojos de otras y otros actores, una sinergia de interpretación continua que destacó en las actuaciones de Cameron Díaz y Catherine Keener, quienes recorren un túnel que lo mismo sorprende que devela, desde los espacios más recónditos de la mente, que somos más parecidos de lo que pensamos a John Malkovich.
7. TODO SOBRE MI MADRE Dir. Pedro Almodóvar
La década de los años 80 había significado para Pedro Almodóvar una etapa de extraordinario éxito, en especial por el enorme éxito popular y de crítica que alcanzó con Mujeres al borde de un ataque de nervios, pero fue a finales de la década de los 90 que la crítica definitivamente se rendiría ante su talento más allá de reconócele sus méritos narrativos, Todo sobre mi madre cimbró el cine hispanoamericano con fuerza.
La complejidad de su temática, los ángulos convexos de revelaciones que presentaba sus diálogos y actuaciones poderosas, sensibles y evocadoras, hicieron de su trama, una atrevida, sentida y profunda forma de abordar la pérdida, la decisión y la transformación del ser ante la vida, el azar y la circunstancia. La pérdida de un hijo para la protagonista, y el encuentro consigo misma para otro personaje, dejar el presente abrigando, exigiendo, rogando al pasado, una madre que busca al padre de un hijo que se ha perdido, un padre que no existe más aunque viva, pues ha mudado en alguien más, él ha logrado ser ella y en esa plenitud, la identidad y la búsqueda de un lugar propio desde la pérdida, brindan a la cinta del director manchego un viso a lo que queda de nosotros en las pérdidas, en los trasplantes que de la muerte dan vida, y la maternidad como concepto central de la cinta.
Cecilia Roth, Marisa Paredes y Penélope Cruz ofrecen actuaciones llenas de fuerza, energía y carácter en una película donde su director explora diversos temas como la homosexualidad, la transexualidad, la fe, el existencialismo, el papel de la mujer, la maternidad entendida desde un concepto machista, la liberación de la mujer y del hombre en consecuencia, la fatalidad y la redención desde el arte. La actuación como tal se aborda mediante una actriz que sufre, cansa y agobia, lo mismo que entrega, ofrece y realiza en los papeles que desempeña desde la soledad.
6. EL SEXTO SENTIDO (The Sixth Sense) Dir. M. Night Shyamalan
La década de los 90 se caracterizó por mostrar películas cuyos finales sorprendentes hacían de los cambios de tuerca o narrativa un giro literario que brindaba a la audiencia experiencias hilarantes y sumamente emotivas, Los siete pecados capitales, El club de la pelea, La raíz del miedo, Sospechosos comunes, Sueños de fuga, son algunas de las cintas cuyo acto final era una auténtica tormenta de emociones inesperadas y debates obligados. El sexto sentido se uniría a esta lista pero lo haría desde el suspenso, que no terror; desde el drama, que no tragedia; desde la expectativa, que no desde la determinación.
Los personajes se envuelven en una dinámica que explora la muerte como una presencia, el testimonio como una misiva, y la telequinesis como una posibilidad interdimensional de la propia vida. Un niño, Haley Joel Osment, confronta a su doctor que en la psicología valdrá encontrar lo parasicológico y lo espiritual en una misma búsqueda, al confesarle que es capaz de ver gente muerta y más aún, de contactarse de alguna forma con ellos; Bruce Willis, el doctor, con un pasado tormentoso hacia sus pacientes en la tragedia, escucha y atiende al supuesto paciente mientras mira silencioso el comportamiento desesperado de la madre, Toni Collette, por encontrar una explicación a lo que acontece. Una historia de redención o bien un manifiesto hacia la vida, desde los sentidos, o desde ese sexto sentido que siente más allá de lo que los vivos podemos sentir, posiciona la ópera prima de M. Night Shyamalan, como una de las mejores películas de suspenso de la historia, que si bien ha caído en el cliché y en la sorna pública debido a su popularidad, permanece como un logro cinematográfico de primer contacto que anhela ver inmediatamente al segundo, cómo fue posible ensamblar la trama de tal forma, que la audiencia no advierta el final hasta que éste se manifiesta.
La integración de una narrativa sugerente que no revela, que oculta pero muestra, agita las reacciones del espectador como axioma previsto, pero aguarda explicaciones para una reacción adversa, la complejidad de ensamblar la trama como las reacciones sin revelar certezas, hace de El sexto sentido una cinta pletórica de respuestas desde un mismo misterio, fórmula que intentó repetir su director con éxito desigual en diferentes películas, y que también fuera imitada en algunas otras realizaciones. El molde creativo de Shyamalan sin duda motivó el diseño de un molde de sutil manufactura, cómo lograr la realización de una película con final sorprendente, que provoca una segunda mirada y que a la tercera, pareciera perder el impacto de la primera vista en casi su totalidad, es decir, es una cinta sorprendente que al primer contacto, en la primera vista, suscita la exaltación previa de todos los sentidos previos al sexto.
5. EL CLUB DE LA PELEA (The Fight Cub) Dir. David Fincher
Basada en la novela posmoderna, símbolo de la generación X y escrita por Chuck Palahniuk, El club de la pelea es una de las películas más deslumbrantes y lúcidas dentro de su propia confusión, del último año de la década de los 90. Recibida de forma tibia por crítica y taquilla en su inicio, poco a poco fue ganando respecto, reconocimiento y una gran cantidad de seguidores que la posicionan como una película más allá del culto, generacional, definitiva del cierre de siglo.
Dirigida por David Fincher, El club de la pelea explora diversas temáticas sustentadas en la búsqueda de un lugar propio, de una razón existencial, y de la identidad envueltas en la violencia, el desahogo, la esquizofrenia o el estrés de la cotidianidad. La dimensión narrativa desarrolla la doble personalidad o la multipersonalidad anclada en aquello que somos, lo que no queremos ser y lo que anhelamos ser quedándonos al medio, con un narrador que va sucumbiendo a la realidad a medida de que se leja de ella para centrarse en la mente que le pronuncia. El club de la pelea es una búsqueda constante, un llamado desesperado, el sentido de la pertenencia manifiesto en no pertenecer a nada. La primer regla de un proyecto Mayhem es no hablar del proyecto Mayhem, y en esa línea que refiere la secrecía de un anhelo, el guion sustenta el conflicto de sumarse a algo o alguien, así sea hacia nosotros mismos.
Tyler Durden se convirtió en un referente, un personaje emblema que al principio tiene un rostro y que a medida que avanza la cinta, desvela otro para darnos cuenta de que no es ni uno ni otro sino todos; de esa forma el club es un lugar de encuentro de los extraviados, inconformes, o de los seres en búsqueda, y la pelea no es más que un significante de la actitud y la violencia, la posibilidad de encontrar un espacio donde no hay probabilidad de encontrarse. Edward Norton, Brad Pitt, Jared Leto y Helena Bonham Carter, integran un corolario elenco que se nida en los colores verdes y cafés, negros y grises de un edificio abandonado de humedad ocre, donde se conspira, confiesa, define sin más palabras que los puños, y la energía ante la sociedad que de ellas emana.
4. NI UNO MENOS (No One Less) Dir. Zhang Yimou
Maestro de la cinematografía universal, Zhang Yimou presenta en Ni uno menos una cinta íntima, sensible y realista que trascienden el arte para hacerse universal desde la humanidad de su historia. Ambientada en un entorno rural, de marginación y resiliencia, Ni uno menos presenta un relato que contrasta el desarrollo de la China avante y tecnológica, con la China rural de consumo agropecuario y de colegios que sufragan subsistir. Una escuela sin maestro, un maestro que se ausenta por el drama familiar, una docente sustituta que no tiene más que los años de la entrada adolescencia, para sumir no sólo la responsabilidad de la enseñanza, sino la de la crianza que debe aplicar para impedir que ningún niño abandone las aulas a prebenda que, de no hacerlo, no podría cobrar su pago, pero la historia trasciende el salario por la empatía. La aspiración de lo que significa la escuela trasciende lo que significa la educación misma; en el momento en que uno de los niños deserta por la circunstancia y el contexto, y ella asume ir hacia la ciudad por él, no importarán los riesgos ni las vicisitudes del trayecto.
Es la responsabilidad asumida, el compromiso, por devolverlo, y en esa tenacidad, Yimou despliega sus recursos narrativos y visuales para realizar una cinta de pleno neorrealismo. A modo de documental, en una mezcla de ficción y realidad, el célebre director presenta realidades alternas, paralelas a la dualidad del desarrollo económico que le implica, una película por demás emotiva, que increíblemente fue vetada del Festival de Cine de Cannes, y que con claridad ganara el León de Oro del Festival de Cine de Venecia. La dicotomía narrativa de Yimou es un vestigio que catapulta la cinta como uno de los referentes del nuevo realismo del cine asiático, y una de las películas más entrañables de la década.
3. MAGNOLIA (Magnolia) Dir. Paul Thomas Anderson
Paul Thomas Anderson condensa la caída de la posmodernidad y su pesquisa de identidades en una pieza de dolor, arrepentimiento, vacío y desesperación; cada uno de los personajes interconectados con la casualidad o con el infortunio porta en sus líneas, y sobre todo en sus expresiones, la suma de todos los miedos y ansiedades que a la falta de cariño, apego y motivos corresponden. La búsqueda de un estado de felicidad que parece no existir, la resignación, el sueño lúcido o las máscaras que cubren las secretas intenciones caracterizan las notas musicales de una canción compartida, de una risa amable, de una petición rota, de un intento fallido y de las buenas acciones sin objeto ni sentido. Belleza americana se acuñaba como la película ganadora del Óscar a la Mejor Película, pero una cinta estrenada en diciembre de 1999 quedaría en la memoria, no en la historia, como un aviso permanente de una sociedad que sigue en búsqueda de su espacio a destiempo: Magnolia. Magnolia es una bella página en la historia del cine contemporáneo, bella aunque duela, bella aunque asuste, bella aunque en sí misma parezca deplorable o poco atractiva.
La pléyade de grandes actuaciones deja su huella como si el papel fuese ese lienzo en donde caben las mareas, los temblores y el arcoíris al final de la tormenta. Julianne Moore, John C. Reilly, Philip Seymour Hoffman, William H. Macy, Felicity Huffman y Jason Robards -en su último papel-, entre otros, acompañan la poderosa, cínica, sensible y quizá mejor actuación en la carrera de Cruise, para hacer de Magnolia una de las mejores películas de la década, una reflexión individual y colectiva a la paradoja, a los sentimientos, apegos, a la confirmación de un gran director y al advenimiento de una lluvia impregnada de los más vacíos aromas posmodernos. Tom Cruise obtuvo su tercer Globo de Oro y tercera nominación al Premio Óscar como Mejor Actor de Reparto, por el papel de Frank T. J. Mackey, personaje que ante el paso del tiempo se ha convertido de culto para quienes analizan, estudian y reconocen el cine de Thomas Anderson.
Magnolia gravita momentos realistas, crudos y desconcertantes, lo mismo que pende intervalos surrealistas vestidos de existencialismo, desazón e incertidumbre; la causalidad y el azar agobian y liberan, castigan y redimen las cuitas de la vida como un caleidoscopio doloso de soplo y aliento. La canción oficial de la cinta, “Salvame”, retrata en su lírica con suma precisión, esa nebulosa cofradía del azar y el contexto, la urgente llamada de las y los personajes por salvarse y en angustia no encontrar la salvación en sí mismos, de ahí que la concatenación de historias plantea un círculo de uniones transversales que encuentran puntos concéntricos para el dolor, y puntos dispersos para abandonarse. La película es un ejemplo narrativo de la posmodernidad que habita, y del nuevo milenio que desafiará los lazos afectivos por los lazos virtuales.
2. MATRIX (Matrix) Dir. Wachowski Brothers
Habitar una realidad que nos es dada y darla por hecho, es parte de la supervivencia de la vida, pero retar el dogma, ponerlo en duda, averiguar su origen y descubrir la posibilidad de una realidad alterna que nos envuelve, invita al espectador a insertarse en ese espacio-tiempo que puede manipular la energía, la estática y la dinámica del movimiento. El verano de 1999 esperaba con ansia el regreso de La guerra de las galaxias en su Episodio I, para así develar el inicio de Darth Vader vía Anakin Skywalker, villano y héroe por antonomasia de los blockbusters, personaje estelar del cine contemporáneo y que este año cumple 4 décadas de definir la forma de presentar la mitología y sus mitos clásicos en el cine, proceso vital que da sentido a su narrativa. No obstante, el verano de aquel año también atestiguó entre otras películas el terrible fracaso de Salvaje, salvaje oeste protagonizada por Will Smith, y el polémico estreno veraniego, la polémica cinta final de Stanley Kubrick, Ojos bien cerrados, con Nicole Kidman y Tom Cruise.
Mientras Episodio I saturó la taquilla impregnada de avidez y nostalgia, y Ojos bien cerrados provocó a la audiencia desde el thriller psicológico, Matrix, de los hermanos Wachowski, brindó al verano el asombro de los efectos visuales y el entretenimiento propios del verano, legando un verano permanente que se ha convertido en un ícono visual de fin de siglo. Neo, interpretado por Keanu Reeves, es el reflejo de la posmodernidad, donde las posibilidades de la estructura y de la funcionalidad de los sistemas sucumben ante nuevas creencias. Matrix enjuicia y revela religiones, sistemas políticos y los afectos dados por la resignación o la costumbre, para hacer del “elegido” una alternativa emancipadora de la realidad. Neo busca liberar y transforma su propia cotidianidad en la destreza que controla su entorno y redimensiona, donde para los hermanos Wachowski, el mensaje mismo es un desafío.
Los efectos utilizados en Matrix, si bien inspiraron coreografías posteriores y dejaron una huella indeleble en la tecnología al servicio del cine, tuvieron un impacto igual de resonante que sus protagonistas; no es casualidad que para la saga John Wick, Fishburne, acompañe en escena a Reeves, y que las coreografías, una vez más, desafíen al viento. Es curioso, Wick es un relegado de la realidad, y parece estar elegido, Neo es un elegido que desafía la realidad. El devenir mostraría que los directores en propia experiencia, harían de la vida un reto a lo dado por transitar hacia el deseo, en un claro mensaje de emancipación existencialista. Hacia fin de aquel año y a medida que terminaba el siglo para iniciar el nuevo milenio, varias películas hicieron mella en el “establishment” familiar, religioso y espiritual. Belleza americana, El sexto sentido de M. Shyamalan o Magnolia de Paul Thomas Anderson, provocarán corales guiños de reveladora perturbación, las mismas sensaciones cautivas que convergieron en Matrix aquel verano de 1999.
1. OJOS BIEN CERRADOS (Eyes Wide Shut) Dir. Stanley Kubrick
Epitafio artístico en la obra de un provocador de los deseos, una exploración perturbadora de la libido despierta, que no había explorado el director desde la espléndida Lolita (1962), soberbia adaptación literaria de Nabokov. La relación marital que transforma el amor en la costumbre, el gusto en el anhelo delegado, la voluntad de la monogamia en la fantasía que se reprime y luego expresa en los juegos de la mente, dan pauta a una película que hizo mella en los más acérrimos críticos de Kubrick y a su vez abrió un debate artístico en sus seguidores. Justo al fin de siglo y en la víspera del nuevo milenio, Ojos bien cerrados se presenta como un viso a la doble moral de la aristocracia ante la infidelidad, la ética y con mayor atrevimiento, como un repaso de temas tabúes de la sociedad posmoderna, la trata y la prostitución como un problema de la urbe, al encubrimiento policial del abuso, y desde ese cuestionamiento social, se adentra en las azuladas pesadillas de un matrimonio que experimenta la crisis de la tentación y la confianza semejadas en la necesidad de la confesión.
Tom Cruise y Nicole Kidman llevan su relación de vida real a la ficción adaptada de la novela Traumnovelle, escrita en 1926 por Arthur Schnitzler a través de los personajes William y Alice Harford. Y como corolario de una realidad que se confunde con la fantasía, los más de 2 años de rodaje y otras circunstancias contextuales, llevaron a la pareja al divorcio, y a Kubrick a entregar su última película, también protagonizada por los directores Todd Field y Sidney Pollack, de forma póstuma. Una noche por la ciudad y sus afueras, un recorrido por las calles y sus sombras, por la ciudad y sus disfraces, afronta la díscola dualidad de una revelación dolosa que Alice hace a William, y que genera los pasajes de una orgía visual motivada por la identidad tras la máscara y la sexualidad concupiscente del deseo cuando se expresa. El título parece advertir al espectador desde la ironía, los ojos estarán más abiertos ante la suposición de los “hubieras” que proceden de lo prohibido. Una satírica cinta navideña estrenada en el verano de 1999, que con los años ha sido revalorada y considerada de culto. Kubrick murió antes del estreno, quizá el alivio del escándalo le hubiera tomado varios años hasta que los críticos compartieran el estremecer de Cruise como el Dr. Harford ante las misteriosas contraseñas de la noche y sus rituales.
20 años después, la exploración de la interioridad del Dr. Hardford, la desesperada quietud de Alice por renacer el deseo desde el deseo vertido en la pesadilla del sueño, o la cofradía de máscaras que ocultan las identidades para adquirir otras en la danza de lo prohibido y a la luz de lo oculto, siguen desentrañando toda clase de interpretaciones y juicios de opinión, que han revisitado la cinta para ubicarla como una de las más complejas, psicológicamente hablando, del célebre director. Será que la posmodernidad se aleja para dar cabida a una etapa de sucesos urgentes a nivel personal y social, en la interconexión de lo mediato, la fugacidad de lo urgente.
Lo cierto es que la última película de Kubrick ha resistido al tiempo y cobrado mayor fuerza de la que tuvo en controversia hace 2 décadas, quedando no sólo como el último vestigio o testamento fílmico de su director, sino como una película que se atrevió a indagar los tormentos de la autocensura, de los deseos reprimidos o el hastío del amor que busca otras aristas para renovarse, desde los recovecos de la mente y sus tormentos, vertidos en la doble moral de las secretas intenciones del fin de un milenio que avistaba encontrase en otro. 1999, a 2 décadas del principio y fin de un siglo, y para nosotros hoy, en los albores de una nueva década.
Imagen de portada: Eyes Wide Shut, Stanley Kubrick (1999)
* Escritor y documentalista. Considerado uno de los principales exponentes de la literatura testimonial hispanoamericana. Es autor de las novelas El Surco, El Ítamo y los poemarios Navegar sin Remos y Puntos cardinales, que abordan la migración universal y han sido estudiados en diversas universidades a nivel internacional. Dirigió los documentales La voz humana y Día de descanso. Es Director Editorial de Filmakersmovie.com.