La alienación permanente que la manada ejerce sobre el individuo
Filosofía
Por: Sofía Tudela Gastañeta - 07/15/2019
Por: Sofía Tudela Gastañeta - 07/15/2019
Me indigna sobremanera que el común de la gente prácticamente intente imponerme sus criterios, sus presupuestos y prejuicios, sus gustos y animadversiones, sus simpatías y antipatías, su escala de valores, su forma de abordar la realidad, sus prioridades, su cosmovisión, sus reprobaciones, sus expectativas, sus “deberías”, su mismo comportamiento frente a diversas situaciones y hasta su misma forma de vida, como si yo estuviese en la obligación de sentir, pensar, valorar y actuar como esa gente, de ser exactamente como ellos.
Si no cumplo con lo que esperan, sus sermones moralistas no cesan: sermones moralistas religiosos, sermones moralistas ateos, sermones moralistas de derecha, sermones moralistas de izquierda, sermones moralistas conservadores, sermones moralistas liberales y revolucionarios, pero siempre sermones que pretenden encasillarme en un molde preexistente, en un “debería ser”. No consiento que me aten una soga al cuello. Respondo: no tengo por qué ser tú ni ustedes, me basta con ser, soy yo misma y nací para ser yo, no otro.
Si el común de la gente no consigue imponerme todo lo que desea a pesar de sus permanentes tentativas, es por dos motivos: 1. Porque me niego rotundamente, porque me resisto, porque antepongo la autenticidad, mi ser genuino, verdadero, a esa danza social de máscaras, a la farsa humana, porque tengo suficiente dignidad como para no dejarme maniatar, para no venderme y alinearme, para no traicionarme. 2. Porque la ley se lo impide a esa gente, porque el derecho me ampara, porque el Estado vela hasta cierto punto por mi integridad individual.
Pero bien que en otras épocas esa gente me hubiese forzado a ser como ellos sin el menor remordimiento y lo hacían con quienes no encajaban en su idiosincracia, y bien que en otras culturas se hace hasta el día de hoy contra cualquier disidencia, pues cuando el común de la gente tiene la oportunidad de imponerse y maniatar al individuo disidente no suele perderla.
A mí no me engañan con su falsa tolerancia y bondad, nacidas de la inercia social y las circunstancias políticas actuales que los conminan a ello y a lo cual se amoldan sin personalidad propia y no a causa de la conciencia verdadera. Si les hubiese tocado otro contexto, seguro participarían de la cacería de brujas o de la sharia islámica. Tan mudables son las personas promedio como los contextos en los que son insertadas. ¡Gente falsa, yo no quiero participar de su falsedad!
Yo no tengo por qué amar lo que tú amas ni odiar lo que tú odias, puedo incluso amar lo que odias y odiar lo que amas. Tú no eres mi medida, yo soy mi medida; tú no eres mi ley ni tienes potestad de legislar sobre mí lo que “debería”, yo soy mi ley, realizo mi voluntad y sigo mi naturaleza al margen de la coerción social. Yo no tengo por qué repetir tus discursos, esos que has tomado prestados de otros, yo elaboro los míos desde lo profundo de mi ser.
¡Autómatas y autómatas por todos lados!
¡Cuán escasas son las personas verdaderas, las que son ellas mismas!
Las mimesis de la masa no van conmigo. Su amoldarse, sus oportunismos, esa tendencia oportunista inconsciente, pues ni siquiera parecen ser conscientes de ella, no van conmigo. En cualquier contexto en el que esté yo me mantendré fiel a mí misma, siempre igual, y buscaré ser aún más yo misma, aún más libre de lo que ahora soy. No se trata de debilidad o fuerza frente a los demás, se trata de integridad.
¡Qué recaigan sobre mí todas esas miradas censoras, recelosas, suspicaces, todas esas miradas de almas domesticadas y domeñadas que temen “lo otro”, lo libre, de almas gregarias, de almas esclavas de su sociedad, cultura y época, y de los círculos sociales a los que pertenecen! ¡Ya qué importa!
¡Qué nefasto es el pueblo! ¡Cuánta misantropía me inspira!
….
El promedio de gente vive hipnotizada. Hipnotizada por el opio gregario sociocultural al que pertenece, sea uno, sea otro.
No han elegido sus comportamientos, sus costumbres, sus pensamientos, sus simpatías y antipatías, sus gustos, sino que otros, la multitud, se los imprimió de acuerdo al contexto en el que nacieron, sin ellos tener iniciativa propia en su personalidad, no siendo agentes directores, sino entes pasivos sobre los cuales se imprime un molde, seres que viven en la inercia dejándose arrastrar según las mareas que les tocan.
Su individualidad es anulada hipnóticamente en la masa. Demasiadas consignas, demasiados clichés, demasiados mantras, demasiadas supersticiones laicas y religiosas. Locos somos quienes no participamos de esa hipnosis colectiva.
….
¡El teatro social y la farsa humana…! ¡Apariencias, apariencias y apariencias…! Segundas y terceras intenciones, sucesos ocultos o semivelados que transitan alrededor nuestro y que hay que esmerarse en descifrar, expresiones y palabras que se emiten y en realidad significan otras, cumplidos irrisorios, diplomacia táctica, el arte del disimulo, del fingimiento, el arte de la sagacidad, ¿qué cosa es todo eso?
Yo no conozco sus complejas técnicas de interacción social. Yo soy muy simple y torpe en eso, soy demasiado niña para ese mundo. No pertenezco a él. No lo comprendo. Me resulta ajeno. No asimilo sus sinuosas reglas; me parecen fútiles y sin sentido, adornos, pretensiones, humo.
Por un lado me creo lo que dicen tal cual y termino en problemas por crédula, y por otro me atribuyen la malicia que les es propia e interpretan mis acciones por lo que no son, porque creen que todos participan de su mismo mundo y se manejan por sus tortuosas reglas, incluyéndome. ¿Cómo puedo entenderme con la gente si no es franca y abierta y yo no conozco otra cosa, otro modo de ser?
¿Por qué veo a las personas pasar por delante de las mismas injusticias que reprueban en público y hacerse los de la vista gorda en situaciones comprometedoras de confidencia? ¿Por qué giran el rostro a otro lado y luego continúan con sus discursos? ¿Por qué echan un vistazo para ver cómo reaccionan los demás antes de reaccionar, en lugar de actuar de acuerdo con sus principios, y por qué después de ver qué hacen los demás se indignan si los ven indignarse y se apartan a un lado del problema si los ven apartarse?
¿Por qué a mí me aplican sus mismas reglas y criterios si yo no participo de ellos? ¿Por qué lo que es simple, fácil y fluido lo llenan de restricciones, limitaciones y reglas absurdas? ¿Por qué se elevan como superiores sobre los niños si en gran medida los arruinan con su necedad, desconfianza y doblez?
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