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En esta edición de DECÁLOGO, hacemos un viaje por las distintas expresiones humanas que se vierten al recorrido del cine del maestro Jim Jarmusch

Extraños en el paraíso, estrenada en 1984, consagró la para entonces incipiente carrera de un irreverente, fresco e innovador director independiente, afincado entre la vacilación de la posmodernidad y las notas musicales nacidas a finales de una época que caracterizaría el género, géneros o subgéneros de diferentes bandas musicales. Si John Cassavetes es el ícono del cine independiente en Estados Unidos de los años 70, Jim Jarmusch tomó la estafeta para enarbolarlo durante las décadas siguientes, muy de la mano de directores contemporáneos como el neoyorquino Spike Lee, el finlandés Aki Kaurismaki o el iraní Abbas Kiarostami.

Nacido en 1953 en Akron, Ohio, el director, escritor, editor, compositor y fotógrafo estadounidense, egresado de la Universidad de Nueva York, se ha convertido en un referente fundacional de una irreverente forma de narrar; ya sea desde el constructivismo de su mensaje, o desde la fragmentación de su narrativa en corales afrentas, engaños y vacilaciones, el cine de Jarmusch hace de lo cotidiano un viso extraordinario, y de una historia común, el reflejo universal de los sentidos ante la contemplación de los días, sus horas, y sus noches.

Su ópera prima, Permanent vacation, de 1980, cimentaba con pequeños detalles la búsqueda interior del director desde las historias íntimas y su claro vínculo con la música, matizada en los compases del punk, hard rock, avant punk, entre otros géneros que de inmediato alcanzaron el cariz de cine de culto. La forma de abordar sus historias y la austera producción de las mismas, la fotografía lo mismo en blanco y negro que en colores más parcos que brillantes, y en especial la construcción de personajes anecdóticos que sienten, aman, piensan, angustian y calman desde la monotonía de los días o desde la aventura en su conjunto.

Jarmusch ha consolidado un canon fílmico que bien se ubica en la definición del cine de autor, y que desde su misma pasión literaria abraza la poesía, la narrativa y las notas musicales desde las letras y los ritmos.

Jarmusch anida su cine en la experimental naturalidad de sus personajes, y en la contracultura que los mismos ofrecen como protagonistas y testigos, juez y parte, observador y observado, una especie de cine periodístico, que sustenta la crítica etnocentrista de la vida y la forma de abordar la circunstancia desde la posmodernidad cultural que le define. Ferviente admirador del cine japonés de los años 50 y 60, en especial de la intimista propuesta de los maestros Ozu, Okamoto, Mizoguchi y Suzuki, de los europeos Robert Bresson, John Boorman y Carl Dreyer y estadounidenses como Samuel Fuller y Robert Wise, cineastas recurrentes tanto a los símbolos del cine contemplativo que parte del silencio como a la música como un complemento lírico.

Jarmusch concibe a discreción, secuencias largas donde parece no sucede nada y sucede todo, de movimientos sutiles y detalles estéticos que no se afincan sólo en la fotografía sino sobre todo en la melancolía, el laconismo y la estridencia de un eco que se hace escuchar desde la imagen. Cómplice del arte y el amor junto a la directora Sara Driver, y alumno predilecto del maestro Nicholas Ray, Jarmusch concatenó en sus inicios la energía de la conversación con la evasión, haciendo de cada diálogo una suerte de confesión y una dialéctica de polos opuestos unidos por el mismo letargo. Situado en los vínculos del bohemio Manhattan, asiduo al denominado club CBGB y a los recorridos audiovisuales por el viaje y el escapismo del paisaje, como hiciera el director alemán Wim Wenders.

Jarmusch apuntaló las cintas consideras road movies pasando del viaje literal de un automóvil al viaje interior del personaje; en él, no es más importante lo que sucede alrededor sino lo que acontece al interior del protagonista, así sea una mirada que trate de decirnos la intención que expresa. De herencia migrante e intercultural, aficionado en devoción y simetría física del actor Lee Marvin, de origen irlandés, alemán y checo, así como cercano a las culturas orientales, Jim Jarmusch plantea un cine sobre diversas partes del mundo como un extranjero que, si bien tiene un sitio al que pertenece, aboga por el desarraigo para ser partícipe de la observación.

En esta edición de DECÁLOGO, a espera del estreno de su nuevo film Deads don’t die (Los muertos no mueren), que promete una inmersión novedosa en el género de terror para la de por sí innovadora filmografía del director, hacemos un viaje por las distintas expresiones humanas que se vierten al recorrido del cine del maestro Jim Jarmusch, y celebramos al tiempo el aniversario número 35 del estreno de Extraños en el paraíso, que cimbrara el Festival de Cine de Cannes, filme cumbre en la trayectoria del realizador, epítome del cine independiente de los años 80, y gestor de venideras apuestas cinematográficas.

 

10. Dead Man (Dead Man) 1995

Jarmusch ofrece en Dead Man una sonora aproximación psicodélica al revisionismo histórico de Estados Unidos ante poblaciones nativas mediante una apuesta sugerente, que pudiéramos ubicar en un género explorado por el director brasileño Glauber Rocha en los años 60. De hecho, Jarmusch plantea un viso cercano a los spaghetti western de Sergio Leone, por ejemplo, con una intensa carga de reflexión y apego al detalle cultural el siglo XIX al que hace referencia, situando la trama en el siglo XX, lo que brinda a la cinta la denominación de género propio, una oferta de western sicodélico o western posmoderno que desde la contracultura, la acepción y la crítica sociales, convierte la película en una obra de estudio.

Un abogado en tránsito, una encrucijada de corporativos y vericuetos legales así como la inocencia, la plegaria y la ausencia de nombre como un mensaje de invisibilidad existente, hace de Dean Man una visión de los estigmas de salvajismo y violencia que confluyen el choque de dos culturas que intrínsecamente se atraen y alejan hasta que alguna termina por sucumbir o imperar.

Destacan dos aspectos de sobremanera en el filma, la actuación de Gary Farmer, como el hombre sin nombre, actor canadiense oriundo de la nación cayuga, así como la interpretación del legendario Robert Mitchum en su última película, y la banda sonora, donde irrumpe la música del legendario Neil Young. Asiduos a los elencos de Jarmusch, Iggy Pop y John Hurt sobresalen a petición del director como revulsivos de la propuesta visual de Robby Muller, que de suyo podríamos considerar surrealista y en un plano literario, cercana al realismo mágico.

En Dead Man, Jarmusch juega con la posibilidad del sueño lúcido de su protagonista, con el anhelo del regreso al origen que se ha perdido o ha sido exterminado, con alucinaciones y un ecléctico panorama de lenguas nativas  que sin traducción, confirman la vocación contracultural e intercultural del director.

 

9. Café y cigarrillos (Coffee and cigarettes) 2003

Propuesta coral que encuentra distintos lustros en su conformación, Café y cigarrillos profirió al director, alumno de la Universidad de Nueva York, la posibilidad de cristalizar un proyecto anterior o de ampliarlo, mediante la realización  de secuencias propias de su vocación dialéctica desde el coloquio. Originalmente conformado su concepto por cortometrajes grabados entre los años 1986 y 1992, Café y Cigarrillos pasó de tres entregas a las 11 que finalmente integran la cinta estrenada en 2003. En ella podemos apreciar la evolución clara de su cine, la frescura del Jarmusch de mediados de los años 80, sacudido por la estridencia de un Roberto Benigni, con el Jarmusch del siguiente siglo, que por igual aborda el silencio que la realidad sin mayores tintes que la inclinación impávida de sus personajes, una inercia que cambia cuando parecen desubicarse sus puntos de equilibrio.

Esta antología sobre el café y los cigarros describe las adicciones, hábitos y costumbres de su consumo con sorna, angustia y asombro; Steve Buscemi, Tom Waits, Cate Blanchett, Alfred Molina, Bill Murray y Steve Coogan, entre otros, forman parte de esta cinta coral que sustenta el diálogo como escenario de las relaciones humanas, y que brinda al café y los cigarros una fuerza de nodo entre las frustraciones, complejos, ambiciones, deseos, delirios y desvelos prolongados de sus protagonistas.

El debate, el pensamiento contrario y el acuerdo implícito al consumo hacen del humor involuntario un distingo entre drama, comedia, casualidad y el determinismo, donde no se bifurca la dicotomía del vicio con el juicio moral, sino como un estado normal de las relaciones sociales y sus delirios. Las cualidades del café, los vínculos familiares, profesionales, anhelos y soberbias, las causalidades y logros, la admiración y el deseo, confieren a su temática referencial el contraste de sus interlocutores.

Café y cigarrillos es un espejo donde pueden mirarse personas comunes con Elvis, Tesla o Spike Jonze; en suma, Jarmusch nos dice que en la vida cotidiana suceden siempre situaciones que si bien resultan cotidianas, que, inexplicables o intrascendentes, otorgan al hastío sentido, como la divertida y por demás amena ironía, de conversar en la celebración de haber dejado de fumar… fumando.

 

8. Flores rotas (Broken flowers ) 2005

Es posible que Flores rotas sea una de las películas más sensibles y evocadoras de Jim Jarmusch, un amante implacable que a la vera de la edad y ante una vida que se presenta más vacía que plena, decide acudir al llamado de una misiva que indica, dentro de sus innumerables romances, amores y aventuras, ha procreado una hija, y sin más detalle, decide emprender a complicidad de un amigo, un viaje a través del pasado y de los rostros que advirtieron en su vida las huellas que dejamos al contacto. Bill Murray encarna al personaje en todo esplendor, escrito prácticamente para su carácter y humor, orquestando un elenco que muestra actuaciones destacadas de Tilda Swinton, Sharon Stone o Jessica Lange, entre otras.

Las cartas y las flores, las fotos y recuerdos son el activo con el cual el personaje, con cierta estabilidad financiera derivada de sus negocios en la industria del cómputo, gira de una vida sin aspavientos, viendo cintas clásicas y escuchando música por instinto, a una persona que se enfrenta a su pasado recogiendo los pétalos de sus flores como si fuesen las hojas caídas de otoño. Chloë Sevigny, Julie Delpy y Jeffrey Wright completan la reacción de Jarmusch ante el abandono tras el placer, los sentimientos inexistentes, o las ilusiones que se quebraron como las flores ahora, la fugacidad de la pasión y las secuelas de los deseos.

Don, Murray, enfrentará recepciones entusiastas, indolentes, indiferentes y también llenas de resentimiento, y más aún, dilucidar qué puede responderse ante la muerte, calidez, tensión, olvido. Jarmusch concede una oportunidad de redención al personaje, y lo ubica en un reflejo que sólo será perceptible a través de los sentidos.

 

7. El tren del misterio (Mystery train) 1989

Elvis Presley brinda rostro a El tren del misterio, un homenaje, quizá una requisa por los significados que el ícono anida en los personajes, un canto a Memphis como cuna de la deidad, y un enredo de situaciones que acontecen en un binomio que conjuga la relación de un lugar que nos obliga quedarnos y que nos lleva a irnos de él sin que ninguna de ambas situaciones acontezca.

A las veces de El ángel exterminador de Luis Buñuel, El tren del misterio convoca en torno a una energía inexplicable, aunque aludida a Elvis, el que los personajes quieran quedarse ante su figura o llegar a la ciudad por su figura, y después irse sin mayores preámbulos. Viajeros de distintos países o con diferentes orígenes, describen la universalidad del cantante en su impacto y la aspiración de quienes convergen la noche en un mismo hotel, y los vericuetos propios de la obsesión.

En esta nueva antología del director el Arcade Hotel que, por cierto, no tiene televisor ni mayor contacto que el hotel mismo, funge como escenario para los andares de personajes que hacia el espectador, permiten hacer una crítica de los vestigios culturales que pensamos o evocamos de civilizaciones, imperios o ciudades de otros siglos; así, visitar el recinto de Elvis confiere a los visitantes una lista obligada que no sería en otra época o tiempo.

El mismo Elvis pudiera hacerse presente como fantasma para acompañar el dolo de una viuda ante el difunto, o hacer frente a la obsesión de una pareja japonesa que abraza el eclecticismo referencial del director. Incluso, referir la serie Perdidos en el espacio pudiera confirmar el estado de ánimo del viajero que no viaja aunque viaje, y en ese juego de palabras, quedarnos al medio de la travesía. Jarmusch profiere que las estrellas de cine y rock serán en algún momento, si no ya lo son, parte de un  memorial de vestigios culturales y sus tumbas, puntos de llegada de peregrinos que en tristeza, alegría o folclor, acuden al tren, a sus vías, y a su misterio.

 

6. Gimme danger (Gimme danger) 2016

Homenaje, reconocimiento y testimonio, Gimme danger hace un repaso por la trayectoria del grupo The Stooges, su breve duración y el enorme impacto, influencia y trascendencia de la banda en grupos posteriores, que hicieron de los diferentes géneros que exploraron, como el propio Jarmusch, un género propio. Iggy Pop encabeza el serial de entrevistas, montajes e imágenes que nos acercan a la escena musical de finales de los años 60 y principios de los 70, y que hicieran mella en bandas icónicas como los Sex Pistols.

Michigan como lugar de nacimiento de la banda integrada en sus inicios por Ron y Scott Asheton, Dave Alexander e Iggy Pop, permite explorar los controvertidos, escandalosos pero energéticos despliegues artísticos de un grupo que legó no sólo música sino una actitud ante la vida, la música, los nuevos tiempos, tan intensa y fugaz que lo mismo irrumpió que desapareció para el redescubrimiento de quienes lograron, con su fanatismo, dar pauta a la influencia que, como mencionamos, acudió apuntar el punk rock, avant punk, protopunk, y la psicodelia con todas las emociones, sensaciones, alucinaciones, espirales y laberintos de su apuesta.

Su álbum Raw Power es la base musical de la cinta documental, intitulada por el sencillo “Gimme Danger”, el cual ha sido citado como influencia en álbumes de los mencionados Sex Pistols o de grupos símbolos de otros géneros como el grunge de Nirvana. Gimme Danger describe con detallada narrativa la pléyade de energías que Iggy Pop hacía en el escenario, la forma en que innovó la conversación con el público o el contacto con la audiencia, haciendo de su físico un instrumento para la climática experiencia, como el aventarse a los brazos levantados del frenesí. Jarmusch entrega un estupendo documental para adentrarnos a los excesos, salvajismo y energía que atestiguaron los ires y venires de la efímera banda, que fuese inducida al Salón de la Fama del Rock and Roll en 2010.

 

5. El camino del samurái (Ghost dog: The way of the samurai) 1999

La cercanía de Jarmusch con el cine japonés y su fascinación por las culturas orientales están de manifiesto en esta cinta que plantea el honor, la lealtad y el deber como revulsivos permanentes en un sicario que en fiel apego al código Bushido, ejecuta las comandas a él encomendadas por quien le salvara la vida, un viso sin prebendas al cine noir con la extraordinaria actuación de Forest Whitaker. Asesino a sueldo, justiciero por honor, Ghost se apega a la sabiduría y guía espiritual del Hagakure, escrito por Yamamoto Tsunetomo y que como traduce su título, reflexiona sobre la tenue presencia a la sombra de las hojas, o a la energía que se atisba oculto entre las hojas: la contemplación. Ghost recibe un encargo de Louie, quien otrora le salvara la vida, y a quien Ghost sirve con fidelidad y compromiso; sin embargo, esta petición que implica matar a la hija de un poderoso jefe de la mafia, desata una serie de situaciones en las que se pondrá a prueba todo el bagaje del caballero.

La muerte como una causa y no como consecuencia, la ética y el deber o los condicionamientos morales, la dignidad humana y la nobleza como una forma de vida y conexión espiritual, llevan a Ghost al límite de la disciplina y el honor, confrontando no sólo sus creencias, de las que nunca duda, sino con su propio benefactor, al que nunca traiciona, cumpliendo a cabalidad y aun a riesgo de vida, los dogmas, principios y valores que su ser le confiere. Película de gran densidad y matices, El camino del samurái tiene una conexa relación de admiración con la cinta francesa El samurái, estrenada a finales de los años 60, dirigida por el maestro Jean-Pierre Melville y protagonizada por Alain Delon.

El camino del samurái es una película por demás original en el canon de Jarmusch, su tonalidad más sobria y solemne mella en el espectador mediante un corolario de posicionamientos, observaciones y declaraciones que permite atisbar la congruencia, la coherencia y el cumplir de las promesas hechas desde su protagonista, una especie en extinción que si muere, habrá de llevarse las últimas trazas de lealtad. La banda sonora de RZA nuevamente lograr una concatenación de épocas y géneros que bien identifican el deber y la causa de Ghost con su destino.

 

4. Sólo los amantes sobreviven (Only lovers left alive) 2013

Si es posible que la inmortalidad exista y los vampiros por igual puedan transitar los siglos sin letargo, si es posible que el amor sea un nodo, más que un sentimiento, o el único sentimiento que puede durar más allá de la mortalidad misma, Jarmusch nos presenta una palestra de pasiones fundidas en una carta de amor a la supervivencia. Sólo los amantes sobreviven es una poética cinta cargada de referencias atemporales que unen a sus protagonistas, amantes de pasión y entrega, en su camino por la eternidad a salvedad de la sangre y la adaptación al tiempo.

Tilda Swinton y Tom Hiddleston como Eve y Adam respectivamente, se juran amor eterno entre la vulnerabilidad y la complicidad de una existencia compartida que evade la motivación de la eternidad por ser mortales. Preservarse como vampiros o anidarse en la sociedad no quebranta el matar por supervivencia o arraigo, lo mismo que adolece el tiempo y la diferencia de edades de los amantes que con 2 mil 500 años de diferencia (Eve tiene 3 mil años, Adam 500) capturan la vida, la muerte y los días entre ellos con distintas ópticas. Pero su paso ante el tiempo no pasa inadvertido, la humanidad ha cambiado y con ella la sangre que les mueve, el mundo también ha cambiado, y los sentimientos tampoco permanecen. Entre visiones de la vida como letargo, optimismo y renovación, los amantes adoptan vivir en Detroit con todas las vicisitudes que la ciudad conlleva, la han visto en auge y la han visto en su declive, quizá como su pasión en mordaz alegoría.

Plena de simbolismos y referencias intertextuales, en especial de Shakespeare, el beber de la sangre propio de los vampiros se presenta como una comanda y como un recuerdo que no es asequible de olvido, una elegía de lo que ya no somos pero seguimos siendo. David Foster Wallace, Yukio Mishima, Basquiat, Julio Verne o Miguel de Cervantes son algunos de los autores que afloran por doquier en la cinta, y en cuyas líneas poéticas se cimbra la relación amatoria al aparecer Ava, Mia Wasikowska, quien hace temblar los nexos de la pasión, el amor y el apego en los amantes. Al final la relatividad del amor y de la existencia juegan entre las épocas definidas por las notas de Bach, Purcell o Patti Smith, o de las teorías y leyes de Newton, Darwin o Einstein, la inmortalidad es relativa, el amor, también.

 

3. Paterson (Paterson) 2016

Paterson es una película que encuentra lo real maravilloso de Carpentier en la misma cotidianidad que le da sentido. Protagonizada por el estupendo Adam Driver, la evocadora cinta de Jarmusch se anida en la aspiración del poeta, en sus motivos, en las emociones que se agolpan cuando la inspiración emerge, y en el temor de mostrar lo que la pluma explora.

Considerada por muchos como una nueva obra maestra en la desafiante filmografía del icónico cineasta independiente, hasta antes de Paterson, mi cinta preferida de Jarmusch era sin duda Extraños en el paraíso, aunque no dejaba de ver en varias ocasiones Café y cigarrillos; sin embargo, Paterson se convirtió no sólo en mi cinta favorita del director, sino en una de las más significativas cintas en lo que va de la década.

Paterson presenta la historia de Paterson, chofer de autobús de la ciudad homónima –Paterson– de Nueva Jersey, y que más que aspirar a escribir, escribe de suyo todos los días antes y después de la jornada al volante. La descripción de los días comunes que se vuelven extraordinarios o de lo extraordinario de los días comunes, habita su fascinación por el poeta boricua Carlos William Carlos, pletórico de imaginación y representante del modernismo de las primeras décadas del siglo XX.

Paterson vive con su esposa Laura, interpretada por  la actriz Golshifteh Farahani, y su perro Marvin; ella se convierte en su principal y quizá única lectora y le persuade de mostrar sus escritos, concursarlos, publicarlos y en principio, copiarlos de las páginas de su pequeña libreta que va con él a todos los rincones donde el autobús se detiene a modo de escala.

Jarmusch utiliza los silencios y el espacio para recrear la vida de todos los días, las jornadas, la salida del Sol y la forma en que éste se oculta sin mayor asombro que el de hacer la noche y el día, mientras Paterson encuentra su poesía a versos desde cualquier objeto como puede ser, en especial, una caja de fósforos que en sí misma simboliza la posibilidad del asombro y la capacidad de asombrarnos. En el mismo viaje poético, Jarmusch rememora la poesía mítica en lengua inglesa, heredada de la sensible huella dejada por las elegías de T. S. Elliot y sobre todo, por Walt Whitman.

Laura tiene una energía por vivir, emprender, sentir, que pareciera agobiar al propio Paterson, que entabla nulos diálogos con los pasajeros y que atisba los problemas perennes de su jefe de estación, al que todos los días escucha antes de cerrar la puerta de su autobús para iniciar su recorrido.

Un día de repente su autobús sufre una avería, y el mensaje de Jarmusch es contundente, no todos los días son iguales aunque parezcan comunes; un día, Laura logra una venta extraordinaria de sus cupcakes, y deciden celebrar la extraordinaria  noticia que recibe una descarga de esperanza que va y se esfuma a su regreso.

Marvin, en ausencia de Paterson y Laura, ha decidido probar las mieles de la poesía, devorarse los versos y tragar la misma angustia descriptiva del poeta, quien sin más copias que esos remansos de aquéllo, deberá volver a su libreta y, tras un encuentro fortuito con otro lector de Williams, darse cuenta de que lo real maravilloso habita en esa página en blanco a la que deberá volver a derramarse en su tinta.

 

2. Bajo el peso de la ley (Down by law) 1986

Roberto Benigni, quien posteriormente volvería a participar en cintas corales de Jim Jarmusch, ofrece una actuación fiel a su estilo en esta hilarante comedia negra que borda la culpa, la inocencia, la prisión, el escape y las nuevas oportunidad como forma de evasión al determinismo y una puerta abierta al azar, el libre albedrío de la inclinación al sentimiento y a la motivación de la intención en un mosaico de emociones que lo mismo se adentra en las diferencias que en las alianzas por un bien común, la libertad.

Tom Waits, John Laurie y Benigni conforman un trío de presidiarios que por diferentes criterios, que no razones, han sido encarcelados; sin mayor relación al principio que cohabitar la celda, la cinta desarrollará patrones que ponen a límite la interacción de los personajes. Los tres tienen puntos en común, y a partir de los puntos convergentes derivan la trama; todos son presidiarios y todos apelarían a la libertad, por ende, podrían los tres orquestar un escape.

En esa línea de tres actos, Jarmusch hace de los deseos de los convictos un catalizador de las aspiraciones que forjarán primero complicidad, después amistad, e incluso, en el amor que uno de los prisioneros encuentra con una mujer que los recibirá en el camino. El viaje que presenta Jarmusch en Bajo el peso de la ley, no es de autodescubrimiento como pudiera referirse en Extraños en el paraíso, quizá lo es más un viaje hacia la libertad o hacia el encuentro de una oportunidad, es decir, un viaje de redención.

Situada en los pantanos de Nueva Orleans, la película nos transporta a cintas clásicas de Preston Sturges como Los viajes de Sullivan, que igualmente en blanco y negro, oscila entre la prisión, la libertad y sureños pantanos. La furtiva relación va eslabonando como una suerte de ironía, una cadena de sucesos liberada por la separación a voluntad de los prisioneros, desconocidos que se conocen, caminos sin rumbo, y nuevamente un tema que soslaya el título por algo más profundo. Lo más importante para el desarrollo de la trama no será la vida en prisión o el escape, tampoco las causas de las condenas ni la liberación tras la huida, sino la relación de los personajes.

 

1. Extraños en el paraíso (Stranger than paradise) 1984

Obra cumbre de Jim Jarmusch, Extraños en el paraíso es una oda a la deriva del destino, de los caminos que se recorren y de las compañías que los acompañan como un compás de voluntad, sinergia y búsqueda. Desde su estreno, la película se convirtió en un referente incuestionable del talento, visión y perspectiva de Jarmusch, así como del cine independiente que enarbolaría la sutileza de la cotidianidad y la aventura que cruza un punto equidistante, el paraíso que posibilita los extraños sean conocidos, y lo desconocido sea conocido mediante la aprehensión.

Extraños en el paraíso debita el absurdo de sus personajes, el minimalismo de las situaciones y el ser una cinta icónica del género denominado road movie, cuya trama se desarrolla desde la estática en movimiento hasta la dinámica de transformación emocional. Willie recibe a su prima de Hungría en Nueva York, ella pasa varios días con él antes de viajar a Cleveland.

Más tarde, Willie y su amigo Eddie deciden visitarle y realizan un primer viaje, que si no el segundo de la trama, para compartir con ella. 1 año después, y ante el reencuentro que confeso indica que nada renueva el letargo y el hastío en ninguna de las ciudades y emprenden un largo viaje hacia Florida.

Jarmusch apela a largas tomas fijas, entreveradas con secuencias prolongadas de movimientos sutiles y sugerentes que describen el aburrimiento como la excitación desde el blanco y negro de su extraordinaria fotografía. Apuestas, errores, más confesiones y la explicación de un vestido que no gusta, son algunas de las situaciones que al parecer comunes, Jarmusch eleva desde el absurdo al significado de un estado de ánimo propio de la generación que no encuentra, entre tantas ofertas y seducciones, sentido, significado y vínculo.

En el viaje la oferta de Jarmusch, más allá de los paisajes, se anida en la intimidad, en las sombras, luces y claroscuros, y en la conjunta expresión de independencia que la película ejerce entre la narrativa y los personajes, siendo como son, sin gestos exacerbados ni elucubraciones, con una genuina honestidad que le confiere un grado superlativo de empatía generacional. Extraños en el paraíso ganó la Cámara de Oro del Festival de Cine de Cannes, y en 2002, el filme fue inducido al National Film Registry de Estados Unidos. Lo real maravilloso de Extraños en el paraíso no es el viaje, no es la reflexión, la confesión o el blanco y negro, la maravilla de la realidad es no perder la capacidad de asombro, y el asombro en Jarmusch, se expone desde el encuentro.

 

* Escritor y documentalista. Considerado uno de los principales exponentes de la literatura testimonial hispanoamericana. Sus novelas El Surco, El Ítamo y los poemarios Navegar sin Remos y Puntos cardinales, que abordan la migración universal y han sido estudiados en diversas universidades a nivel internacional. Dirigió los documentales La voz humana y Día de descanso. Es Director Editorial de Filmakersmovie.com.